Solzhenitsyn y el terror político

A un año de la muerte de Alexander Solzhenitsyn (falleció el 3 de agosto de 2008), el más implacable crítico del terror político bajo el régimen soviético de Stalin, muchos se preguntan si la Rusia actual (con su democracia sui generis) es el mundo que hubiese querido el escritor siempre crítico con su país y con Occidente, porque decía (no sin razón) que el Occidente liberal-demócrata nunca ayudó a su país, como no ayudó a España bajo el franquismo: cuestión de bloques, de negocios y de bombas. La política raramente es limpia. Por eso es el arte de lo posible, es decir, un arte pobre.

Es cierto que se produjo una cierta reconciliación del escritor con su patria y que el propio y oscuro Putin -actual primer ministro ruso- asistió a los funerales moscovitas por Solzhenitsyn, rindiéndole homenaje, y que autorizó que los restos del escritor fueran enterrados en el cementerio Donskói, camposanto del siglo XVI donde en el pasado recibieron sepultura miembros de la realeza.

La historia de Alexander Solzhenitsyn es el recuento de cómo un hombre atraviesa con suerte un tenebroso y terrorífico calvario y vive el resto de su vida para dar testimonio no ya de su sufrimiento, sino del de sus compañeros, muy superior al suyo. Es evidente, desde luego, que sus dos novelas más famosas, Un día en la vida de Iván Desínovich (1960) y la monumental -si puede ser estrictamente calificada de novela- Archipiélago Gulag (1973) son deudoras, dentro de la tradición rusa, de Memorias de una casa de muertos de Fiodor Dostoievski, donde podemos leer: «Es difícil imaginar hasta dónde puede ser mutilada la naturaleza humana».

Solzhenitsyn fue detenido al fin de la Segunda Guerra Mundial, en la Prusia oriental (febrero de 1945), donde luchaba con el Ejército soviético, por haber vertido opiniones antiestalinistas -denunciado por un compañero- y condenado a ocho años de trabajos forzados. Fue trasladado primero a la famosa Lubyanka y luego (gracias a sus saberes científicos y matemáticos, que era lo que había estudiado) pasó a diferentes campos para presos políticos, en los que trabajó con mayor comodidad, pero siempre bajo la vigilancia férrea de la Seguridad del Estado.

De esa experiencia nacería con el tiempo su novela El primer círculo. Fue en aquellos durísimos años cuando conoció y le hablaron del Gulag -siglas en ruso de Campos Penitenciarios y de Trabajo rusos-, donde habitaban los zeks, nombre que recibieron los prisioneros de tales campos. Solzhenitsyn logró entrevistar a unos 227 supervivientes. Escrita con sencillez, buscada distancia y hasta ironía, Archipélago Gulag narra esas vidas destruidas llegando a puntos insospechables. Burgueses, intelectuales, antiguos militares zaristas, los kadetés (o constitucionalistas), los judíos, los eseristas (comunistas no marxistas), los rusos repatriados -y por tanto, con malos hábitos-, los campesinos no colectivizados... todos ellos son los primeros de la larga lista de inservibles para la Revolución y su mundo nuevo. Se considera que, en sólo dos años (1934 y 1935), más de un cuarto de la población total de Leningrado (San Petersburgo) fue depurada.

Dice Solzhenitsyn: «Nadie podía imaginar que 20 años después (de la Revolución de Octubre) se oprimiría el cráneo con un aro de hierro, se sumergiría a un hombre en un baño de ácido, que se le metería por el conducto anal una baqueta de fusil recalentada con un infiernillo -se le llamaba el herrado secreto-, que se le aplastaría lentamente con la bota los genitales o que como una variante más suave, se le atormentaría con una semana de insomnio y sed y se le daría una paliza hasta dejarlo en carne viva…». Ello sin entrar en las torturas de orden estrictamente psicológico.

Como parece evidente, las autoridades soviéticas (incluso en tiempos de Jruschov, que fue el primer crítico de Stalin) no podían sentirse cómodas con ese ciudadano, que logró mandar un manuscrito de su Archipiélago a París, donde se publicó por primera vez diciembre de 1973. Y eso que tal edición sería sólo el punto final y culminante de una infinita serie de problemas. Aunque el deshielo de Jruschov había autorizado la publicación en una revista (Nóvy Mir) de Un día en la vida de Iván Denísovich -que más tarde sería prohibida- y aunque entre infinitos problemas logró editar algunas obras menos hirientes como El pabellón del cáncer (1969) -que narraba su propia experiencia- o Agosto de 1914 (1971) -sobre los inicios de la Primera Gran Guerra y de la Revolución-, en 1969 había sido expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos por denunciar la censura oficial que prohibía varios de sus libros. Para colmo, los occidentales le dieron -claro que había razones políticas- el Premio Nobel de Literatura de 1970, que, si pudo ayudarle en su siempre precaria situación económica y acaso blindarle contra las represiones más bárbaras, sólo podía traerle otros problemas, como antes había ocurrido con Pasternak.

Solzhenitsyn no fue a Estocolmo a recoger el galardón por miedo a que las autoridades soviéticas no le dejaran volver, y más secretamente porque estaba ultimando la redacción de Archipiélago Gulag. No obstante, tras la publicación de ese libro en París (se concluía que bajo los años del estalinismo entre 40 y 50 millones de personas habían sido condenadas y la mitad nunca regresó del Archipiélago), el autor fue detenido y acusado de alta traición -era el 12 de febrero de 1974- y poco después condenado al exilio perpetuo de la URSS. Se le privó de la nacionalidad soviética. En 1975 llegó invitado a Estados Unidos y allí se quedó en una casa tranquila en Cavendish (Vermont), con su esposa Natasha y sus tres hijos.

Recordemos que Archipiélago Gulag se publicó con cierto éxito de ventas en España en 1974, bajo el franquismo. Y que cuando Solzhenitsyn vino a visitarnos en 1976 -al inicio de la Transición- declaró, no sin polémica, que la dictadura de Franco había sido «blanda» al lado de lo vivido por los soviéticos. Por ejemplo, alabó que en España las fotocopiadoras fueran de uso libre, lo que era impensable en la URSS, al igual que la venta en los quioscos callejeros de prensa extranjera…

Alexander Solzhenitsyn volvió a su país con la caída del régimen soviético y recuperó la ciudadanía rusa en 1994. En 2006 fue galardonado con el Premio Estatal de la Federación Rusa para la actividad humanística. Aunque todavía escribió alguna novela histórica centrada en los años iniciales de la Revolución, sus libros más inquietantes serán Cómo reorganizar Rusia (1990) y El problema ruso al final del siglo XX (1992). Luego fue ya demasiado viejo o estaba muy gastado por una vida de final feliz pero tan terriblemente inclemente.

Desde hoy, los problemas que suscita la figura de Solzhenitsyn son su calidad como escritor (aparte de su inmenso valor testimonial) y qué diría hoy un hombre tan crítico de la irregular y algo dictatorial Rusia actual, que acaso ha sustituido -de momento- el Archipiélago Gulag por el tiro a los disidentes.

Luis Antonio de Villena, escritor y poeta. Su último libro publicado es Bazar de metáforas cambiadas. Poemas traducidos, Ed. Bruguera.