Somalia: de piratas y paradojas

La verdad es que este siglo lleva tantas paradojas en tan pocos años, que no viene de una. Si uno mira cualquiera de los anuarios o publicaciones que entran en el terreno de la prospectiva desde el año 1999, ninguno auguraba que uno de los quebraderos de cabeza de la comunidad internacional sería... ¡la piratería! Pero no la piratería informática, los audaces ataques de hackers y crackers a grandes bancos, centros de inteligencia o cosas similares. No, se trata del retorno a escena de la vieja piratería, la de siempre, la de la isla de la Tortuga, el pirata Morgan, etcétera, en la era de... ¿de qué? Casi da reparo decir cosas tan manidas como "la era de la globalización" o la "era de internet". En todo caso, este fenómeno requiere una reflexión un poco detallada por varias razones, a la espera de que la industria del entretenimiento audiovisual lo convierta en su último producto estrella: salvo error de quien esto escribe, todavía no hay película o serie a la vista sobre este fenómeno, mientras que ya la hubo sobre el caos somalí de los 90 (Black Hawk derribado) o las guerras de África occidental (Diamantes de sangre), y ello puede tenerse como una señal adicional del desconcierto global.

La primera razón que justifica un intento de reflexión es lo paradójico de este fenómeno. Por un lado, se trata de piratería de lo más tradicional: piratas desharrapados (al menos, los que asaltan los barcos), embarcaciones rudimentarias, armas tan clásicas como los kalashnikov y lanzagranadas portátiles RPG. Pero afecta no solo a barcos de países europeos, sino de todo el mundo. Es decir, de todos los que pasan por aquellas concurridas aguas, desde el Canal de Suez hasta el océano Índico, en una superficie que equivale a varias veces las de Francia y España. O sea, un puñado de piratas de un Estado fallido parecen poner en jaque una de las principales vías de comercio marítimo mundial desde Suez a Shanghái (ver, a este respecto, el excelente Occasional paper, núm. 47 de marzo del 2009, del Instituto de Estudios de Seguridad de la UE), y ello afecta a la seguridad global en la dimensión del vector Eurasia, concepto que también se usa al analizar la seguridad desde la perspectiva energética, gas y petróleo, desde Asia-Pacífico hasta la UE.

Algunos datos apuntan a que una de las ventajas tácticas de los piratas estriba justamente en su pequeñez y dispersión, que obliga a las fuerzas de la comunidad internacional a un gran esfuerzo de despliegue. Esto es de difícil manejo, pero no es nuevo: ya lo explicaba Mao Zedong en su manual sobre la guerra de guerrillas dedicado a la Larga Marcha que de 1927 a 1949 le condujo al poder en la guerra civil china.

De hecho, hay ahora mismo una considerable concentración de fuerzas navales en la zona, lo cual tiene un aspecto positivo y uno negativo. El positivo es fácil de enunciar: confirma el consenso internacional en responder a los ataques, pues afectan a una vía de tráfico y de comercio marítimo de interés global. El negativo es más complejo. Hay barcos de muchos países: algunos de la Unión Europea, de la OTAN, de la India, China, Rusia, Japón, Estados Unidos (fuera de la flotilla OTAN), etcétera. Además de los problemas lógicos de coordinación operativa, existen otros problemas adicionales. Por ejemplo, y sobre todo, los protocolos de actuación de cada barco en función de su pertenencia nacional, del protocolo de actuación de la flota internacional en la que actúe, de ambas, y de si el apresamiento se hace en aguas internacionales o en aguas de algún país especifico, desde Kenia hasta las Seychelles. De ahí la necesidad de establecer convenios específicos bilaterales con dichos países.

LA BBC explicaba hace unos días que un barco de turismo italiano, atacado por unos piratas, fue auxiliado por la flotilla europea, e intervino de modo decisivo la fragata española Numancia. Los piratas detenidos fueron entregados a las autoridades de... las Seychelles. En según qué casos, el navío que apresa a los piratas se ve obligado a actuar según unas normas de acción estrictamente vinculadas a las garantías procesales del Estado de derecho, con la carga de la prueba y la presunción de inocencia incluidas. Tales son las exigencias de combatir el delito desde el Derecho. Se plantean además otras variables. En algunos casos (según el ordenamiento del país del barco que captura piratas), hay que entregar a los delincuentes al equivalente de nuestra Audiencia Nacional. En otros casos, si hay riesgo inmediato para la vida de los rehenes, se opta, como han hecho EEUU y Francia recientemente, por el uso de la fuerza. Pero, ¿y el pago de rescates? Ahí también pueden variar las situaciones: desde impedirlo como sea hasta que la ley considere que es un tema entre el armador y los piratas.

Es una enorme paradoja, y todo ello sin mucho discurso político (al menos hasta ahora) por parte de los piratas. Pero puede aparecer muy pronto. La ONU autoriza expresamente este despliegue con una resolución del Consejo de Seguridad, incluido el derecho de persecución en tierra. Pero todo ello no es más que la máxima expresión de hasta dónde lleva la descomposición de un Estado tan fallido que ni existe. Nos lleva más de mil millas mar adentro.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política y analista en el Ministerio de Defensa.