Somos contados, pero no contamos

Poco después de que el movimiento independentista catalán echara a andar en el 2012, un nuevo cántico se escuchó en marchas y manifestaciones: la sola palabra "som". Tiene un timbre bajo y sombrío y sirve para reforzar el sentido de identidad colectiva y distintiva. También es exclusiva: no puede haber un som a menos que haya otros que no som. Estos, posiblemente, seremos nosotros, el millón de personas que hemos hecho de Cataluña nuestro hogar desde el año 2000. Formamos alrededor del 15% de la población -el 25% en algunas zonas y hasta el 40% en Salt y en otras ciudades- y representamos 162 diferentes nacionalidades. De ellas, la mitad proviene de sólo siete países: Marruecos, Rumania, China, Italia, Perú, Bolivia y Ecuador, en orden descendiente de números.

Así, somos numerosos pero insignificantes, especialmente porque solo unos pocos tendrán derecho a votar el 27 de septiembre (únicamente alrededor de 75.000 personas tienen nacionalidad española). Cuando se nos incluye, es sólo para aumentar el número de seis a siete millones de catalanes, a pesar de que el millón extra, técnicamente hablando, no som. Somos contados, pero no contamos. De vez en cuando se nos conoce como els nous catalans, que tiene un tono acogedor, pero niega nuestra existencia como personas de distintas culturas que hablan una variedad de idiomas. A día de hoy, las encuestas de la Generalitat sobre identidad sólo preguntan a los participantes si se sienten más o menos catalanes o españoles, como si ninguna otra identidad fuera posible.

Artur Mas, quien pasó de ser el guardián de los comerciantes al Braveheart de Cataluña, a menudo se refiere al "pueblo de Cataluña y los pueblos de España". Nótese la singularidad del pueblo catalán y la pluralidad de los pueblos españoles. Sin embargo, la realidad no es singular en absoluto. No sólo la propia encuesta de la Generalitat revela que en el 2015 el 43% de la población se siente tan (o más) española que catalana y el 48% tan (o más) catalana que española, sino que el 15% tenemos identidades múltiples, una de las cuales puede ser o no la catalana. Sin embargo, esta multiplicidad no se ajusta a la narrativa, por lo que queda fuera del relato nacionalista.

Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? Tiempo atrás, nos sentimos atraídos por Cataluña y sobre todo por Barcelona, no sólo por su arquitectura, clima y economía boyante, sino porque en pleno auge del reconocimiento internacional que siguió a los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, la ciudad se promovía a sí misma como una "ciudad abierta" y "la capital del Mediterráneo". Todo aquello parece como un sueño ahora que el relato político se ha desplazado de la inclusión al aislamiento y del internacionalismo al provincianismo estrecho de miras. Como comentó recientemente un colega estadounidense: "Piensa en Cataluña, piensa en pequeño".

¿Qué ha sucedido? Si bien no hay duda de que el actual Gobierno del PP ha sido el mayor reclutador de “indepes”, ¿podría ser que nosotros, los nous catalans, quienes en realidad no somos tal cosa, hayamos provocado este impulso al aislacionismo? Después de todo, el gobierno de Aznar fue tan provocador y arrogante hacia Cataluña hace 15 años que el actual, pero en aquel entonces sólo el 4% de la población en Cataluña era extranjera. Otro dato a destacar es que las áreas más ávidamente a favor de la independencia son también las que tienen el mayor número de extranjeros: Alt Empordà (26,6%) Baix Empordà (24%) y Girona (19%).

¿Es realmente demasiado rebuscado sugerir que hay un vínculo entre la inmigración y el nacionalismo catalán? Después de todo, estamos viendo el mismo fenómeno -aunque sea de un color político diferente- en muchos otros países europeos. Los nacionalistas catalanes se apresuran a afirmar que la supervivencia de su identidad y su lengua penden de un hilo. ¿Es que temen que, después de haber absorbido de forma exitosa a millones de inmigrantes españoles en los últimos 40 años, su existencia singular esté ahora en peligro al ser inundados por sudacas, guiris, moros y chinos?

Para muchos de nosotros, lo que es tan desconcertante acerca de esta retirada de los catalanes en el ideal del Estado-nación del siglo XIX, es que nosotros mismos tenemos únicamente un sentimiento vago de identidad nacional. Muchos estamos en relaciones culturalmente mixtas -incluyendo a catalanes- y estamos criando a niños multiculturales y multilingües en Cataluña que no sienten necesidad de precisar sus colores con una única de las identidades que podrían elegir.

Vivir aquí ha adquirido una cualidad surrealista. Justo cuando el lugar, y Barcelona en particular, había asumido el cariz multicultural de un país moderno, se lanza a refugiarse en la mono-culturalidad. De hecho, Barcelona se siente como una ciudad sitiada ideológicamente por parte de nacionalistas del interior. Y cuando incluso las encuestas más optimistas muestran a menos de la mitad de la población a favor de la independencia, una lista de autoproclamados "líderes" dicen que habrá una declaración unilateral de independencia, sí o sí.

En ningún momento ha tenido lugar una discusión sobre lo que será de nosotros, un millón de personas, en un estado catalán independiente. Nuestro derecho a residir fue concedido ya sea vía Bruselas o vía Madrid, pero la independencia nos deja en un limbo legal. ¿Nos concederán pasaportes catalanes o sencillamente se nos pedirá que marchemos? Nadie lo sabe, y al parecer ni siquiera se piensa en ello. Y sin embargo, aquí estamos. Estamos aunque No Seamos.

Stephen Burgen es escritor y periodista. Colabora con The Guardian y The Scotsman.

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