¿Son diferentes los cerebros de mujer y hombre?

Un hombre toma una foto de dos mujeres, en una carrera de caballos en Kentucky, el pasado 3 de mayo. Charlie Riedel AP
Un hombre toma una foto de dos mujeres, en una carrera de caballos en Kentucky, el pasado 3 de mayo. Charlie Riedel AP

La experiencia común refleja importantes diferencias de género en la vida cotidiana, consideradas por algunos como adaptativas y complementarias: los hombres tienen mejores habilidades motoras y espaciales y las mujeres mejor memoria y habilidades emocionales y mejor cognición social. Esas y otras diferencias menos destacadas han constituido secularmente el caldo de cultivo de un neurosexismo de débil fundamentación. Son diferencias de grupo, es decir, entre hombres y mujeres en general, no siempre mayores ni más relevantes que las que tienen lugar intragénero, es decir, entre uno y otro hombre o entre una y otra mujer. En cualquier caso, han dado lugar al importante debate de si esas diferencias son debidas a factores biológicos, como genes u hormonas determinantes a su vez de diferencias cerebrales, o a la educación y tratamiento diferencial que hombres y mujeres han recibido también secularmente en el seno de culturas diversas.

Uno de los trabajos más relevantes sobre diferencias cerebrales de género fue publicado en enero de 2014 por un grupo de investigadores de la Universidad de Pensilvania y el Hospital de niños de Filadelfia, en EEUU. Estudiaron el cerebro de 949 jóvenes de entre 8 y 22 años (521 eran niñas o mujeres y 428 niños o hombres) mediante una técnica que permite conocer cómo están conectadas entre ellas las diferentes partes del cerebro. Establecieron de ese modo el llamado conectoma estructural del cerebro, poniendo de manifiesto importantes diferencias intrínsecas entre los cerebros femenino y masculino en su desarrollo desde la infancia y a lo largo de la adolescencia. Básicamente observaron que los hombres tienen mejor comunicación neuronal dentro de cada hemisferio cerebral y que las mujeres la tienen mejor entre un hemisferio y otro. De ello podía deducirse que los cerebros femeninos estaban mejor dotados para procesamiento analítico e intuitivo y los masculinos para la percepción y la coordinación de las acciones, entre otras posibles interpretaciones. Fue un trabajo de gran impacto social a juzgar por la importancia científica que se le dio y su trascendencia en los medios de comunicación.

Ahora, cinco años después, la neurocientífica cognitiva Gina Rippon publica un libro titulado The gendered Brain (El cerebro según su género) en el que critica esos resultados y apuesta por finiquitar el neurosexismo resultante de creer en datos científicamente débiles y poco contrastados. Según ella, los cerebros femenino y masculino son mucho más iguales de lo que se ha venido considerando. Partiendo de la constatación de una sorprendente falta de diferencias entre los cerebros de niñas y niños recién nacidos, y considerando esos cerebros como una absorbente esponja capaz de asimilar el diluvio de estimulación que recibimos en los primeros años de vida, Rippon postula que las diferencias que se establecen entre ambos tipos de cerebro son más cuantitativas que cualitativas y responden más al tipo de educación diferencial recibida que a una herencia genética propia de cada sexo. Eso la lleva a considerar como un nuevo mito la existencia de un cerebro femenino, tal como el postulado por la también neurocientífica Louann Brizendine en 2006 en su exitoso libro The female Brain (El cerebro femenino).

Ahora también, otra neurocientífica, Lise Eliot, de la Chicago Medical School, apuesta por la misma idea: hombres y mujeres tenemos las mismas estructuras cerebrales y las diferencias que se crean durante el desarrollo tienen más que ver con los entornos educativos y las experiencias vividas que con diferencias intrínsecas entre los cerebros femenino y masculino. Así, cierto predominio masculino en el ámbito de las matemáticas Eliot las justifica en el hecho de que las mujeres jóvenes no son socialmente estimuladas a estudiar ingenierías o carreras tecnológicas. La diferencia de género en el dominio matemático desaparece cuando las mujeres son también estimuladas a ese tipo de formación. Para muestra, un botón. Precisamente ahora la estadounidense Karen Uhlenbeck acaba de ganar el Premio Abel, considerado el Nobel de las matemáticas, por sus revolucionarias investigaciones en la intersección con el mundo de la física.

Eliot, autora del trabajo Pink Brain, Blue Brain (Cerebro rosa, Cerebro azul), sostiene que en el mencionado trabajo sobre el conectoma cerebral la media de los participantes tenían 15 años de edad, por lo que todavía no habían completado su desarrollo cerebral, mientras que en los sujetos de mayor edad las diferencias observadas fueron mucho menores, quizá porque el desarrollo cerebral de los chicos empieza entonces a igualarse al de las chicas. Viene así a decir que los neurocientíficos de Pensilvania encontraron diferencias en 2014 porque no tuvieron en cuenta la diferente y científicamente demostrada velocidad de desarrollo de los cerebros femenino y masculino.

Rippon y Eliot sostienen de ese modo, que no hay diferencias significativas entre los cerebros de ambos sexos que puedan justificar el mantener a la mujer en condiciones de inferioridad respecto a los hombres en cualquier ámbito social. Eliot va más lejos y asegura que la demostración de la falta de diferencias entre los cerebros femenino y masculino puede ser muy importante para alterar las estructuras actuales de poder social. No le faltan razones a ninguna de estas dos científicas, pero creo que para llegar a lo que sostienen y defender la condición femenina y la igualdad de oportunidades entre géneros no es necesario olvidar diferencias harto confirmadas por la ciencia entre ambos tipos de cerebro.

Los cerebros femenino y masculino empiezan a diferenciarse en el embrión materno porque el cromosoma Y masculino, y quizá otros cromosomas, contienen genes cuya expresión produce hormonas que regulan una programación temprana y diferencial en el cerebro de ambos sexos que va a condicionar su comportamiento adulto, como ha sido repetidamente demostrado en experimentos con animales e incluso en personas que nacen con anomalías endocrinas. Hay estructuras cerebrales que se hacen sexodimórficas, es decir, diferentes en ambos sexos, debido a las influencias prenatales y postnatales de las hormonas sexuales, es decir, de las producidas en las gónadas (ovarios y testículos) de cada sexo, y es mucho lo que nos queda por saber todavía sobre como esas influencias genéticas y hormonales van a condicionar los cerebros masculino y femenino. Sin olvidar además las influencias epigenéticas, es decir, los factores ambientales y de desarrollo general del organismo que pueden influir en qué genes de los heredados se expresan y cuáles no, un tipo de investigación actualmente en curso.

Tampoco hay que olvidar, que el sexo es una condición de gran influencia en la prevalencia de enfermedades del cerebro como el alzhéimer (mayor en mujeres), el párkinson (mayor en hombres), o la esclerosis múltiple (mayor en mujeres). Ciertamente, muchas de las diferencias que se han relatado sobre los cerebros de hombre y mujer son pequeñas, y requieren, además de confirmación, conocimiento sobre cómo pueden influir en las capacidades mentales y el comportamiento de cada sexo, algo que sigue también en manos de los investigadores.

Ningún estudio científico serio ha demostrado hasta hoy que los hombres sean más inteligentes que las mujeres o que las mujeres sean más inteligentes que los hombres y ninguna diferencia cerebral observada entre sexos justifica ningún tipo de exclusión social o desconsideración de la mujer. Vivimos en sociedades desgraciadamente de predominio masculino y eso tiene que cambiar. Hagamos ese cambio atendiendo siempre a todo lo que la ciencia nos dice acerca de la naturaleza humana.

Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor de Deseo y Placer: La neurociencia de las motivaciones (Barcelona: Ariel, 2019)

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