¡Son los eurobonos, señor Sánchez!

«Si no hay una reacción europea, el coronavirus va a matar también a Europa» (Antonio Tajani, expresidente del Parlamento Europeo, 19 de marzo de 2020). En 2008 el mundo sufrió una crisis severísima que se llevó por delante muchos puestos de trabajo, amenazó con diluir los pilares del Estado de Bienestar y, lo que es más grave, alertó a los ciudadanos que el ascensor social ya no solo no subía, sino que también bajaba; el déficit de futuro del que tanto se habla. Los movimientos populistas se extendieron a lo largo y ancho de Europa. Ahora estamos a punto de cometer los mismos errores y hay quien cree -Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, entre otros- que la paralización de la economía europea supondrá una caída de PIB del 2,1% si dura un mes, y del 5,8% si dura tres. En cualquier caso, creo que la crisis del coronavirus será más dura que la de Lehman Brothers.

Como ocurrió en la crisis anterior, los americanos han sido los primeros en reaccionar: dinero más barato, más fondos para salud e investigación en vacunas y una especie de plan Marshall para relanzar la economía. Los europeos hemos vuelto a reaccionar tarde. En los albores de la crisis, Christine Lagarde intentó pasar el balón a los otros: «La respuesta debe ser primera y principalmente fiscal; no creo que nadie espere que los bancos centrales sean la primera línea». Rectificó el pasado miércoles aprobando un programa de compra de activos públicos y privados por valor de 750.000 millones de euros y que estará en vigor hasta finales de este año. «No hay límites a nuestro compromiso con el euro. Tenemos la determinación de usar todo el potencial de nuestras herramientas dentro de nuestro mandato»; el «whatever it takes» de Mario Draghi en versión francesa. El anuncio de Lagarde ha aliviado las primas de riesgo, pero no ha sido suficiente para convencer a los mercados. La Comisión tampoco ha ayudado demasiado, porque se ha limitado hasta ahora a autorizar a los gobiernos a gastar más en sanidad y en ayudas a la economía, lo que puede ser útil a los países que tienen fondo de armario, pero no a los que -como España- tienen una deuda pública que deja muy poco margen de maniobra. Lo que se ha hecho hasta ahora es claramente insuficiente.

Y es que, como he dicho en muchas ocasiones, mientras no haya una federalización de la zona euro y no nos demos cuenta de que estamos casados en gananciales y no en régimen de separación de bienes, esto tendrá poco arreglo. De lo que ahora se trata, en definitiva, es de facilitar una financiación que no ahogue a los países de la Unión y permita relanzar la economía europea. Los primeros que abogaron por mutualizar la deuda mediante la emisión de eurobonos fueron Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, y el ministro de Hacienda italiano, Tremonti, cuando la economía europea estaba a punto de naufragar hace ahora poco más de diez años. La desecharon los llamados países hanseáticos. Ahora el primer ministro holandés, Mark Rutte, ha sido el que ha puesto pie en pared, mientras que Angela Merkel, la canciller alemana; Sebastian Kurz, el primer ministro austriaco, y Ursula von der Leyen, parecen un poco más abiertos, aunque no del todo decididos a dar el paso que Europa necesita.

¿Por qué esta resistencia? En una primera instancia argumentan que los eurobonos son contrarios a los tratados (artículo 125 del TFUE y la sentencia sobre el caso Pringle), pero cuando se escarba un poco más es fácil constatar que lo que les aterroriza es que los pródigos del sur arramplen con los ahorros de los virtuosos del norte para gastárselo en fiestas y francachelas. La eterna lucha entre protestantes y católicos. No comparto esa opinión, pero es que, además, esta pretendida prodigalidad no sería posible si los eurobonos se diseñan bien. Con permiso del lector, reproduciré un párrafo incluido en mi libro «Memorias Heterodoxas de un político de extremo centro» en que desarrollo esta tesis: «Los eurobonos -conocidos en el argot comunitario como “bonos azules”- tendrían las máximas calificaciones crediticias, se pagarían con prioridad a cualquier otra obligación y, en consecuencia, se emitirían a un tipo de interés bastante bajo. El tramo de la deuda pública no cubierto con bonos azules se financiaría por bonos estrictamente nacionales -“bonos rojos”-, de los que sería exclusivamente responsable el Estado emisor y que, por tanto, tendrían que emitirse a tipos de interés superiores. En definitiva, los eurobonos permitirían una financiación razonable a los países más ortodoxos y otra casi prohibitiva para los menos responsables (…) disipando el temor al riesgo moral que tanto afecta a los alemanes». Como es obvio, los países beneficiarios deberían destinar los recursos obtenidos a parar la epidemia, compensar a los perjudicados por la crisis y rehabilitar una economía que amenaza con caerse a pedazos.

Como quiero ser honesto con los que me lean, confieso que siempre me he manifestado partidario de los eurobonos por razones económicas, pero sobre todo, políticas: los Estados Unidos de América nacieron cuando las trece colonias originarias decidieron mutualizar la deuda contraída en la guerra de Independencia. El día que haya obligaciones europeas, en vez de bonos franceses, italianos o españoles, habrán nacido los Estados Unidos de Europa. Pero para que eso pase lo que se necesita es liderazgo, vuelve a ser verdad lo que dijo Winston Churchill: «En Europa hay demasiados demoledores, demasiados pocos albañiles y ni un solo arquitecto». Lo que ahora toca, presidente Sánchez, es demostrar liderazgo, plantarse en el Consejo Europeo, trenzar alianzas y pedirle que le dé al Banco Central el empujoncito que necesita para emitir obligaciones europeas. Lagarde lo está deseando y España lo necesita con urgencia. Encárguese de los socialistas europeos que nosotros nos encargaremos de los populares. Suerte.

José Manuel García-Margallo y Marfil fue ministro de Asuntos Exteriores.

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