Sorpassos y sorpresas

Las del 26-J han sido unas elecciones sin sorpasso y con sorpresas. Unidos Podemos había planteado la campaña como una batalla entre el cambio que ellos representaban y el PP. Como son muy buenos creando marcos, los medios de comunicación y las redes sociales compraron su relato. Convencieron a todos de que salían a ganar las elecciones y esa burbuja de expectativas, una vez ha estallado, se vive en las filas moradas como un descalabro.

La conjunción Unidos Podemos logró 71 escaños, exactamente los mismos que sumaban IU y Podemos por separado el 20-D. Con la diferencia de que han perdido 1,1 millones de votos desde entonces y se han quedado muy lejos de los 85 escaños que ha obtenido el PSOE, por no hablar de los 137 del PP, que casi dobla a su presunto competidor.

A la espera de la encuesta postelectoral del CIS, Podemos ha constatado lo que algunos veníamos tiempo señalando: que su transversalidad está ahora mismo agotada. El seno de la formación es el escenario de una antigua batalla entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, que hasta ahora se había resuelto a favor del primero.

Errejón defendía la alternativa nacional-popular frente al bloque de izquierdas que finalmente impuso Iglesias. El número dos consideraba, no sin razón, que el pacto con IU les estaba alienando a una suma importante de electores moderados, y pensaba que un discurso menos ideologizado y más volcado sobre lo emocional y lo colectivo les permitiría recabar apoyos entre los votantes de centro y derecha.

Ignorando los argumentos de Errejón, Iglesias optó por la repetición electoral y la confluencia con IU para jugárselo todo a una carta. Sin embargo, el total nunca es igual a la mera suma agregada de las partes, y hoy Podemos es la gran derrotada de estas elecciones y la que más votantes pierde: se deja casi un 18% de sufragios.

La hipótesis transversal de Errejón parece más acertada, pero tampoco está exenta de problemas. La centralidad no se ocupa sólo con invocarla. La apuesta del número dos es evolucionar hacia un partido de corte nacionalista en el que los símbolos y los significantes se pasen por el filtro de una sociedad occidental, plurinacional y posmoderna.

Es verdad que las identidades nacionales tienen una capacidad movilizadora muy importante, pero no es menos cierto que la ideología importa. Y los españoles sitúan a Podemos muy a la izquierda en la escala ideológica, lastrando sus pretensiones de transversalidad. Además, Errejón insiste en trasponer la doctrina populista que triunfa en América Latina a una sociedad acusadamente individualista que, además, percibe sus instituciones como legítimas.

Si Podemos quiere ser un partido de mayorías debe apostar decididamente por un discurso y unas formas que lleguen al centro, y eso implica abandonar las maneras bolivarianas y relevar a su líder. Pablo Iglesias ha dejado de ser un valor para convertirse en un freno al crecimiento de su partido. De hecho, en casi todas las apariciones públicas que ha tenido el candidato morado durante esta campaña ha estado acompañado de otros líderes de la izquierda con mejor valoración, y los carteles electorales de Podemos lo han presentado siempre rodeado de otras figuras, evitando mostrarle como único rostro del partido.

Hoy por hoy, Podemos no es un partido capaz de ganar las elecciones. Además, el resultado de su estrategia de repetición electoral es pobre: la izquierda ha retrocedido y el PP ha ampliado su poder en 14 escaños. Después del 20-D Podemos tuvo en su mano desalojar a los populares para que España tuviera un presidente progresista. Hoy, la perspectiva de un gobierno de izquierdas aparece muy lejana.

Sin embargo, no todo son malas noticias para Podemos. Ha logrado consolidar un suelo de cuatro millones de votantes que constituye una base muy importante sobre la que construir el futuro del partido y ha conquistado a una generación de jóvenes. Ahora tiene que decidir si se conforma con ser un gran bloque de izquierdas o realmente está dispuesto a viajar al centro para llegar a la Moncloa.

Parte del fracaso de Podemos tiene que ver con que el PSOE se ha comportado como un partido mucho más resiliente y rocoso de lo que muchos esperaban. En política nunca es una buena idea anunciar antes de tiempo la muerte de una formación con un siglo de historia y gran implantación social y territorial. Sabíamos que nos enfrentábamos a unas elecciones marcadas por la polarización, y que uno de esos polos era el PP, que ha logrado reunir todo el voto útil a la derecha, mejorando sus resultados de diciembre en 14 escaños.

Era falso, sin embargo, que al otro lado existiera un único polo capaz de congregar el voto útil de izquierda. El partido socialista había quedado por delante de Podemos en diciembre, por lo que interpretar que, en una repetición electoral, quedaría desintegrado por un partido que encuentra muchas dificultades para competir en el centro, era un error.

El PSOE continúa teniendo que hacer frente a graves problemas estructurales, entre los que destacan su falta de competitividad en las ciudades, su incapacidad para atraer voto joven y la pérdida de hegemonía en su gran bastión andaluz, donde el PP ha ganado las elecciones. No obstante, los resultados del domingo son un pequeño triunfo para Sánchez. Su partido se ha mantenido como segunda fuerza, perdiendo apenas un 2,2% de votos y cincos escaños, de los cuales dos se cayeron en Andalucía. Hoy Susana Díaz tiene menos autoridad para cuestionar a Sánchez.

PSOE y PP han sido los grandes tapados en todas las encuestas. Parte de la explicación es que los nuevos partidos son mucho más sexis que los viejos, es decir, los encuestados tienden a decir que votarán por Podemos y Ciudadanos en mayor medida porque les atribuyen una mayor deseabilidad social. Además, es probable que hayan operado incentivos de aversión al riesgo entre los indecisos, de tal modo que PP y PSOE hayan sido los preferidos entre quienes decidieron su voto a última hora. Y es posible que el brexit también haya reforzado el voto conservador y penalizado a Podemos, que es la opción que abandera la celebración de referéndums en España.

En todo caso, el PP ha sido el gran beneficiado de una campaña marcada por la polarización. Sin competidores a la derecha y espoleado por el miedo que un hipotético gobierno de Podemos infunde entre muchos electores, Mariano Rajoy ha mejorado un 9,2% sus resultados del 20-D, dejando sin argumentos a todos lo que hasta hace poco lo daban por muerto. Paradójicamente, ha sido Pablo Iglesias, que tuvo en su mano mandarlo a la oposición, quien ha permitido la supervivencia del presidente.

Por último, Ciudadanos ha sido en gran damnificado en términos de escaños por la repetición electoral. Era de esperar. En un escenario marcado por la polarización, el objetivo de los de Albert Rivera era sobrevivir al vendaval. Lo han hecho razonablemente bien. Se mantienen por encima del 13% de los votos, retrocediendo ocho décimas respecto a diciembre.

Algunos analistas han señalado que fue un error que Rivera anunciara en campaña que no apoyaría un gobierno presidido por Rajoy. Es cierto que eso le ha podido costar a Ciudadanos buena parte de los votos que ha perdido, pero cabe otra lectura: a pesar de que todos los expertos coincidían en que tenía el votante más volátil, la formación naranja ha conseguido la confianza de 3,2 millones de personas que sabían que estaban votando a un partido que no respaldaría a Rajoy y que no sería capaz de sumar con nadie para formar gobierno. Puede decirse que las elecciones del 26-J apuntan hacia la consolidación del espacio político de centro y han dotado a Ciudadanos de una identidad propia.

En el medio plazo, Ciudadanos todavía tendrá que superar muchos retos para afianzarse y ganar relevancia. Ser un partido de centro no es fácil. A menudo, estas formaciones encuentran dificultades para crecer en el constreñimiento de la derecha y la izquierda. Además, en campañas de polarización como la que hemos vivido, tienden a perder votos en favor de los partidos más escorados. Por último, corren el riesgo de ser percibidas por el electorado como meros partidos bisagra o muletas del poder para facilitar la constitución de gobiernos. En este sentido, el anuncio de Albert Rivera de que no hará presidente a Rajoy es una buena estrategia para señalizar que Ciudadanos tiene su propio programa, una agenda independiente y una personalidad diferenciada.

Aurora Nacarino-Brabo es periodista y coautora de '#Ciudadanos: Deconstruyendo a Albert Rivera'.

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