Soy brasileña, critiqué las olimpiadas y eso no me vuelve una traidora

Varios habitantes de una favela observan desde la distancia la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Río el 21 de agosto de 2016. Mario Tama/Getty Images
Varios habitantes de una favela observan desde la distancia la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Río el 21 de agosto de 2016. Mario Tama/Getty Images

Pensé en comenzar esta columna elogiando a la gente amigable y de mente abierta de Brasil, la belleza natural de nuestro paisaje y la delicia sin igual de las galletas Globo. Pero quizá el sarcasmo no sea la mejor respuesta para aquellos que me culpan por escribir solo cosas malas de mi país, arruinando la imagen de nuestra amada tierra de la samba y las caipirinhas.

La gente me dice que he criticado abiertamente nuestros problemas. Me reclaman que “la ropa sucia nunca debe lavarse en público” y que sería mejor decir solo cosas positivas de Brasil.

Después de escribir hace poco un artículo en el que criticaba muchos aspectos de la organización de las olimpiadas, me sentí abrumada por la indignación patriótica. En Twitter, el alcalde de Río de Janeiro sugirió que estaba celosa porque vivía en São Paulo y los juegos se celebraban en Río.

Un periodista sugirió que estaba contra las olimpiadas y la ciudad anfitriona. Un artista me envió un correo electrónico para decirme que únicamente estaba escribiendo lo que los estadounidenses querían leer; en otras palabras, que era servil a los sospechosos propósitos de los medios extranjeros. Un usuario de Twitter me tachó de “insufrible, arrogante, inverosímil y maliciosamente pesimista”.

Aquí se cree que solo los extranjeros critican Río 2016 y que lo hacen porque se oponen al éxito del país. Parece que todo se ha convertido en un asunto deportivo: estás con nosotros o estás en contra nuestra. Este mes, cuando un artículo de The New York Times criticó la tradición culinaria de Río y se burló de las galletas Globo por ser “básicamente un aro de cebolla tamaño gigante, pero sin el sabor a cebolla”, haciendo referencia a una marca de Fritolay, Funyun, los brasileños estuvieron a punto de exigir la ruptura de relaciones diplomáticas.

Después vino el incidente del “robo” que involucraba a cuatro nadadores estadounidenses, el cual hizo que la atmósfera se tensara aún más. La historia se diseminó rápidamente como una advertencia sobre la delincuencia en Río, pero resultó contraproducente cuando, poco a poco, fue surgiendo que muchos puntos en el relato de Ryan Lochte habían sido inventados. Este episodio aún necesita aclararse, pero ya ha provocado protestas contra el injusto tratamiento de los medios y el prejuicio contra los países del sur en todo el mundo.

Algunos han dicho que yo “predije” que Río 2016 sería una catástrofe. Poco después de la ceremonia de inauguración, alabada internacionalmente, la gente insinuó que debería comenzar a preocuparme por mi diagnóstico. No soy adivina: afirmé que los juegos olímpicos ya eran una calamidad pública para muchos ciudadanos, en especial para aquellos afectados por los desalojos, la brutalidad policial y la intimidación antidemocrática en una ciudad desigual y segregada. Una hermosa ceremonia inaugural y dieciséis días de competiciones deportivas sin ningún cataclismo no cuentan como triunfo cuando hay dos preguntas que siguen sin respuesta: ¿Éxito para quién? ¿Y a qué costo?

A fin de desestimar las críticas, algunas veces los brasileños recurren a un principio llamado el complejo del perro callejero (vira-latas en portugués), una metáfora creada por el escritor Nelson Rodrigues para describir la inferioridad en la que voluntariamente nos colocamos frente al resto del mundo. “El brasileño es un narcisista al revés, que escupe sobre su propia imagen”, escribió Rodrigues, señalando que no solemos encontrar pretextos personales o históricos para tener una elevada autoestima. Me han acusado de tener el complejo del perro callejero cada vez que escribo sobre la desigualdad en Brasil, el déficit de vivienda, el racismo, la misoginia y la brutalidad policial.

Por otra parte, parece que los defensores patriotas de Brasil desconocen el complejo del perro callejero y pasan directamente a una megalomanía ciega. Repudian cualquier crítica, gritando: “¡Toma, ahí tienes!”, como hacen los fanáticos del fútbol molestos ante aquellos que se atreven a decir algo que no sea estereotípicamente optimista o alegre.

El resultado es el siguiente: los brasileños abucheamos a todo atleta que no sea brasileño, abucheamos a los periodistas extranjeros y nos abucheamos a nosotros mismos, solo por el ruido. Sin embargo, a muchos de nosotros lo único que nos interesa es causar una buena impresión ante los mismos extranjeros que parecemos despreciar; queremos que el país se vea bonito ante las cámaras, cueste lo que cueste para los que viven aquí. Cada artículo positivo acerca de los juegos en la prensa internacional es como una medalla de oro.

Para mí, este es un complejo más grave: uno en el que tratamos de hacer todo lo posible por impresionar a los visitantes y tratar de disimular los problemas, en lugar de solucionarlos.

Aunque se me acuse de estar con nuestros adversarios, creo que deberíamos hablar del muro que se construyó a lo largo de la carretera que lleva al aeropuerto internacional de Río para que no se vean las favelas. Tenemos que exigir que todos los costos relacionados con la organización de los juegos se transparenten y se rindan cuentas debidamente, lo cual está lejos de ocurrir. No podemos olvidar a las miles de familias desalojadas a fin de hacer espacio a las instalaciones olímpicas, como la Villa Olímpica, que acabará por convertirse en condominios de lujo. Debemos seguir exigiendo más infraestructura de transporte, que se extiendan las líneas más allá de las rutas pintorescas y céntricas que conectan las instalaciones olímpicas.

Después de la ceremonia de clausura, ahora que ya se han lanzado los últimos fuegos artificiales y todos los periodistas extranjeros han vuelto a casa, el estado en quiebra de Río se queda a recoger los pedazos. Ni el patriotismo ni el amor por el deporte nos da derecho a ignorar nuestra realidad.

Vanessa Barbara es columnista del diario brasileño O Estado de São Paulo, editora del sitio web literario A Hortaliça, y colaboradora de artículos de opinión.

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