Soy virólogo y tengo una petición: hagamos que el estudio de los virus sea más seguro

A la humanidad la han invadido virus mucho más devastadores que el coronavirus que causa la COVID-19. La viruela, por ejemplo, llegó a matar al  30 por ciento de las personas contagiadas. Gracias a la ciencia, ahora es una plaga del pasado: el último contagio natural se produjo  en 1977.

Sin embargo, los últimos casos de viruela tuvieron su origen en un  laboratorio, cuando en 1978 una fotógrafa médica británica se contagió por accidente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Birmingham. Murió después de haberle contagiado el virus a su madre, pero, afortunadamente, no se extendió más allá. El reputado virólogo que dirigía el laboratorio se suicidó; sus compañeros  dijeron que había muerto por el acoso al que lo sometieron los periodistas, que buscaban a alguien a quien culpar.

El año anterior, el mundo había sido azotado por la  pandemia de gripe de 1977, causada por una  cepa anteriormente extinta. Aunque se ha dicho que lo que provocó esta pandemia fue un accidente de laboratorio, muchos científicos (incluido yo) piensan que lo más probable es que se debiera a  un ensayo de vacuna errado.

Soy virólogo y tengo una petición: hagamos que el estudio de los virus sea más seguro
Carolina Moscoso

No parece probable que se repitan esas catástrofes. La investigación sobre el virus de la  viruela está ahora muy restringida; nadie realizaría hoy ensayos de vacuna con cepas de gripe extintas, y la seguridad de los laboratorios ha mejorado desde la década de 1970.

Sin embargo, los nuevos avances científicos hacen que cada vez sea más fácil identificar los virus de naturaleza peligrosa, manipularlos en el laboratorio y crearlos artificialmente a partir de las secuencias genéticas. En las últimas semanas, sin ir más lejos, un grupo de científicos de la Universidad de Boston anunció que estaba creando  híbridos de las variantes del SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, mientras que los medios informaron  de la proliferación de laboratorios que estudian virus peligrosos. Entonces estalla el debate: ¿estamos  más protegidos con la virología, o  menos?

Soy virólogo, y estudio cómo las mutaciones permiten a los virus  escapar de los anticuerposresistir a los fármacos y  acoplarse a las células. Sé lo mucho que ha hecho la virología por el progreso de la salud pública. Sin embargo, algunos aspectos de la virología moderna pueden ser un arma de doble filo, y hemos de promover una investigación beneficiosa que salve vidas sin generar nuevos riesgos en el laboratorio.

Los virus provocaban brotes  mucho antes de que existieran los laboratorios.  A lo largo de la historia, los virus han saltado de los animales a los seres humanos. Una vez que los virus empiezan a extenderse, pueden evolucionar y  ser más contagiosos o  escapar de la inmunidad, como hemos visto con el SARS-CoV-2.

La investigación científica sobre estas amenazas naturales tiene inmensos beneficios. Los conocimientos sobre la gripe aviar han fundamentado los esfuerzos para  frenar el contagio entre las aves de corral, previniendo posiblemente una pandemia. Las vacunas de COVID-19 se basaron en los  estudios sobre la proteína espicular de otros coronavirus. Los científicos  rastrean cómo actúan los anticuerpos y las vacunas contra las nuevas variantes de la COVID-19 utilizando virus que no se reproducen, llamados  pseudovirus, que no entrañan ningún riesgo para los humanos.

Para ninguna de estas investigaciones se necesita un virus peligroso en el laboratorio. Se hace mediante la vigilancia, estudiando partes del virus o usando pseudovirus. Sin embargo, algunos experimentos sí requieren un virus real, como en las pruebas de medicamentos como el  Paxlovid. ¿Qué pasa si hay un accidente? Existen  casos documentados de científicos contagiados del coronavirus incluso en laboratorios modernos de  nivel de bioseguridad 3 y 4, los que se utilizan para estudiar patógenos peligrosos.

La mayoría de las veces estos riesgos son bastante bajos. Es mucho más probable que un investigador contraiga un virus haciendo la compra que en un laboratorio moderno. Por supuesto, algún riesgo hay, pero permitimos que la gente conduzca, a pesar de que cada año su probabilidad de morir en un accidente de coche es  de 1 entre 10.000.

Pero es distinto cuando la investigación atañe a un virus que sí podría provocar una pandemia, como ocurre cuando puede contagiarse de persona a persona y la mayoría carece de inmunidad. No me dejarían conducir si un accidente con mi coche pudiera matar a millones de personas y costar billones de dólares en pérdidas económicas; sin embargo, los  virus potencialmente pandémicos plantean ese riesgo.

Los científicos estudian principalmente virus sin potencial pandémico. A veces usan virus “seguros”  incapaces de infectar a los humanos, o que han sido  debilitados en el laboratorio. O estudian virus que ya circulan en los humanos, y que es improbable que provoquen una pandemia si hay un accidente. En  mi opinión, el  estudio de la Universidad de Boston del que tanto se ha hablado entra en esta categoría, porque combina dos variantes del SARS-CoV-2 que circularon recientemente entre los humanos.

Sin embargo, a veces los científicos estudian virus que han saltado puntualmente de los animales a los humanos. Por ejemplo, una nueva cepa de gripe aviar está  infectando ahora a muchas aves y otros mamíferos como las  focas y los  zorros, pero a  pocos humanos hasta la fecha. A los virólogos les preocupa que pudiera  adaptarse y ser capaz de transmitirse entre humanos y provocar una pandemia. Como científicos, queremos probar la eficacia de los virus para infectar células humanas o evadir los contraataques; pero un accidente en el laboratorio podría poner en peligro al científico.

Creo que en esos estudios se deberían emplear los métodos descritos antes, más seguros, siempre que sea posible, pero se pueden hacer excepciones. Por ejemplo, ya hay personas que  están entrando en contacto con aves infectadas con la gripe aviar, y una investigación juiciosa en un laboratorio de alto nivel de bioseguridad puede ayudar a valorar la amenaza.

Pero algunos científicos lo han llevado más lejos, y han añadido mutaciones de “nueva adquisición funcional”, que hace que los virus potencialmente pandémicos sean más contagiosos. Los Institutos Nacionales de Salud financiaron dos grupos de investigación para aumentar la contagiosidad de una cepa anterior de gripe aviar que mató a  cientos de personas, pero ineficiente para la transmisión de persona a persona. Ambos grupos crearon mutantes virales que se podían  transmitir a los hurones. El gobierno de Obama estaba tan alarmado, que  mandó detener el trabajo sobre la adquisición funcional de virus de la gripe potencialmente pandémicos en 2014, pero los INS permitieron  reiniciarlo para 2019.

Desde mi punto de vista, no hay ninguna justificación para hacer, de forma intencionada, que virus potencialmente pandémicos sean más contagiosos. Las consecuencias de un accidente podrían ser demasiado terribles, y para las vacunas no se necesitan esos virus modificados, de todos modos.

Los virus naturales que no han infectado aún a los humanos también pueden ser un riesgo si los investigadores intentan encontrar a los más peligrosos y llevárselos al laboratorio para hacer experimentos.

Las sospechas de que el SARS-CoV-2 tuvo su origen en un accidente de laboratorio las ha alimentado que el Instituto de Virología de Wuhan (WIV, por su sigla en inglés) hubiese participado en los proyectos  chinos e  internacionales para  encontrar nuevos coronavirus de alto riesgo y  experimentar con ellos. El WIV  dice que no realizó experimentos con virus similares al SARS-CoV-2 antes de la pandemia de COVID-19. Aun así, la pandemia demuestra lo peligrosos que son estos virus. El riesgo de accidentes no lo compensa ningún beneficio concomitante, porque nadie ha explicado cómo se podría haber evitado la pandemia si los científicos del WIH  hubiesen logrado experimentar con dichos virus de antemano. Tampoco habría ayudado con las vacunas: Moderna diseñó la suya solo  dos días antes de hacerse pública la secuencia genética del SARS-CoV-2, sin acceso al virus real.

Una última categoría de riesgo pandémico atañe a los virus que antes infectaban a los humanos, pero se extinguieron mucho tiempo atrás, como el virus de la gripe de 1918. Ese virus fue  reconstruido artificialmente, y ahora lo estudian una serie de laboratorios para saber  por qué fue tan mortífero. Aunque esta investigación es fascinante desde el punto de vista científico, últimamente pienso que el riesgo de experimentar con virus pandémicos extintos no merece la pena.

Hay también algunas zonas grises que no tienen que ver directamente con los virus pandémicos, pero merecen una mayor deliberación.

Una zona gris son los mutantes de virus humanos actuales que escapan de los anticuerpos o los medicamentos. Estudiar esos mutantes es esencial para el desarrollo de las vacunas, y es incluso parte del  proceso de revisión de la Administración de Alimentos y Medicamentos para los fármacos antivirales. Pero los científicos deberían evitar generar más mutaciones de las que cabría esperar de una evolución natural en pocos años.

Otra zona gris tiene que ver con la información. Los avances en la secuenciación, la computación y la seguridad de los experimentos permiten realizar  unas predicciones cada vez mejores sobre los efectos de las mutaciones víricas. Esta información ayuda a  rastrear la evolución,  actualizar las vacunas y  desarrollar fármacos; pero también se ha vuelto fácil transformar la información en virus de verdad. ¿Y si alguien usa la información para diseñar un experimento bienintencionado pero arriesgado o, aún peor, un arma biológica?

Los accidentes bienintencionados se pueden atajar con la regulación de los experimentos arriesgados, pero esto no sirve para quienes actúan de mala fe. En su mayor parte, no es ningún secreto, puesto que la información sobre cómo crear varios virus peligrosos ya es de dominio público. No obstante, deberíamos controlar la información de más alto riesgo (como crear la viruela a partir de ADN sintético) sin interrumpir la libre circulación de los datos, de la cual depende la ciencia.

En general, la mayoría de la investigación virológica es segura y a menudo beneficiosa. Pero deberían cesar los experimentos que plantean riesgos pandémicos, y en otras áreas se necesita una cuidadosa valoración continua. Varios grupos están desarrollando  marcos de trabajo para su supervisión y regulación.

Pero ¿quién debería decidir, en última instancia?

Algunos virólogos piensan que nosotros deberíamos tener la última palabra, puesto que poseemos las debidas competencias técnicas. Discrepo en parte. Soy científico. Mi padre es científico. Mi esposa es científica. La mayoría de mis amigos son científicos. Como es obvio, creo que los científicos son geniales. Pero somos tan susceptibles como cualquiera a los sesgos profesionales y personales, y nos puede faltar visión de conjunto.

El estadista francés Georges Clemenceau dijo: “La guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los generales”. Asimismo, en lo que respecta a la regulación de la investigación de alto riesgo sobre virus potencialmente pandémicos, necesitamos un enfoque  transparente e  independiente que implique tanto a los virólogos como al público general, que es quien financia su trabajo y a quien este afecta.

Jesse Bloom es profesor en el Centro Oncológico Fred Hutchinson e investigador del Instituto Médico Howard Hughes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *