Steve Jobs nunca quiso que fueras adicto a tu iPhone

Steve Jobs nunca quiso que fueras adicto a tu iPhone

Los celulares son nuestros compañeros constantes. Para muchos de nosotros, las pantallas iluminadas son una presencia ubicua que nos atrae con un sinfín de distracciones, desde la satisfacción de la aprobación social a través de los me gusta y los retuits o la indignación amplificada por algoritmos ante las noticias y las controversias más recientes. Están en nuestras manos en cuanto despertamos y acaparan nuestra atención hasta los últimos momentos antes de dormir.

Steve Jobs no lo vería con buenos ojos.

En 2007, Jobs se subió al escenario del Centro Moscone, en San Francisco, y le presentó el iPhone al mundo. Si ves el discurso completo, te sorprenderá la manera en que imaginaba nuestra relación con su icónico invento, porque esa visión es muy distinta de la manera en que la mayoría de nosotros usa estos dispositivos en la actualidad.

Después de hablar de la interfaz y del hardware del teléfono, dedica una gran cantidad de tiempo a demostrar cómo se puede aprovechar la pantalla táctil del dispositivo antes de detallar las muchas maneras en que los ingenieros de Apple mejoraron el antiguo proceso de hacer llamadas. “Es el mejor iPod que hemos fabricado”, afirma Jobs, antes de agregar: “La mejor aplicación es la de hacer llamadas”. Ambos comentarios despiertan aplausos estruendosos. Jobs no habla de las funciones de conexión a internet del móvil sino hasta media hora después de que comenzó su discurso.

Esa presentación deja claro que Jobs imaginaba una experiencia más sencilla y limitada para el iPhone de la que vivimos más de una década después. Él no se enfoca mucho en las aplicaciones, por ejemplo. Cuando el iPhone fue presentado por primera vez no había una App Store, y eso era intencional. Andy Grignon, integrante original del equipo de iPhone, me dijo cuando estaba investigando al respecto que Jobs no confiaba en que los desarrolladores externos ofrecieran el mismo nivel de experiencias estables y estéticamente placenteras que los programadores de Apple podían crear. Estaba convencido de que eran suficientes las funciones nativas y cuidadosamente diseñadas. Era “un iPod con el que se hacían llamadas”, me dijo Grignon.

Jobs parecía pensar el iPhone como algo que nos ayudaría con una cantidad pequeña de actividades: escuchar música, hacer llamadas, ayudar con direcciones y ubicaciones. No buscó cambiar radicalmente el ritmo de la vida cotidiana de los usuarios, simplemente quería mejorar las actividades y experiencias que ya nos parecían importantes.

La visión minimalista del iPhone que describió en 2007 ahora es irreconocible, y es una lástima.

Con el modelo que llamo “acompañante constante”, ahora vemos nuestros teléfonos inteligentes como portales de información siempre encendidos. En vez de mejorar las actividades que nos parecían importantes antes de que existiera esta tecnología, con este modelo hemos cambiado aquellas cuestiones a las que ponemos atención de inicio, a menudo de maneras diseñadas para beneficiar la cotización bursátil de conglomerados que ganan al atraer nuestra atención, y no para favorecer nuestra satisfacción y bienestar.

En la última década, nos hemos acostumbrado tanto al modelo del acompañante constante que es fácil olvidarnos de su novedad. Como experto informático que también escribe sobre el impacto de la tecnología en la cultura, creo que es importante enfatizar la magnitud de este cambio, pues cada vez me parece más claro que Jobs tuvo razón en ese lanzamiento: muchos estaríamos mejor si regresáramos a su original visión minimalista para nuestros celulares.

Ser un usuario de un teléfono inteligente minimalista implica que uses el dispositivo para una cantidad reducida de funciones para actividades que valoras (y que el celular lleve a cabo particularmente bien) y que, cuando acabes de realizarlas, lo dejes de lado. Este enfoque elimina el altar en el que este dispositivo se encuentra al ser compañía constante y lo convierte en un objeto de lujo, como una bicicleta costosa o una licuadora profesional, que te da mucho placer cuando lo usas, pero no domina todo tu día.

Para tener éxito con este enfoque, un primer paso útil es eliminar de tu celular cualquier aplicación que genere ingresos a partir de tu atención. Esto incluye las redes sociales, los juegos adictivos y las noticias que acaparan tu pantalla con notificaciones de “última hora”. A menos que seas productor de noticias, no necesitas actualizaciones cada minuto acerca de los sucesos del mundo, y es probable que tus amistades sobrevivan incluso si debes esperar a estar sentado frente a la computadora de tu casa para entrar a Facebook o a Instagram. Además, al eliminar la capacidad de publicar imágenes en las redes sociales directamente desde tu celular, simplemente puedes estar presente cuando vivas un buen momento, libre de la necesidad obsesiva de documentarlo.

Para las actividades profesionales: si tu trabajo no exige que atiendas tu correo electrónico cuando no estás en tu escritorio, borra la aplicación de Gmail o desconecta el cliente de correo integrado de tus servidores de oficina. A veces es conveniente revisarlo cuando estás en la calle, pero esta conveniencia ocasional casi siempre está acompañada de una necesidad compulsiva de monitorear tus mensajes. Si no estás seguro de que tu trabajo requiera que tengas tu correo en el celular, no preguntes; tan solo borra las aplicaciones y espera a ver si eso resulta ser un problema. Muchas personas exageran sin querer su necesidad de estar disponibles constantemente.

Una vez que te hayas deshecho de la saturación digital que exige tu atención, tu teléfono inteligente volverá a ser algo parecido a lo que concibió Jobs originalmente. Se convertirá en un objeto bien diseñado que está disponible ocasionalmente durante el día con el fin de apoyar —y no de socavar— tus esfuerzos para vivir bien. Te ayuda a encontrar la canción perfecta para caminar por la ciudad en una tarde soleada de otoño o te muestra la dirección del restaurante donde verás a un buen amigo; con tan solo unos toques, te permite llamar a tu mamá. Y, después, puede regresar a tu bolsillo, bolso o la mesa frente a tu puerta de entrada, mientras tú sigues con tu vida en el mundo real.

En su presentación de 2007, una de las primeras cosas que dijo Jobs fue: “Hoy, Apple reinventará el celular”. Sin embargo, no dijo: “Mañana reinventaremos tu vida”. El iPhone es un móvil fantástico, pero su objetivo jamás fue convertirse en la fundación de una nueva forma de existir en la que lo digital devora cada vez más lo análogo. Si regresas la innovación a su papel limitado original, aprovecharás más tu celular y tu vida.

Cal Newport es profesor adjunto de informática en Georgetown y autor del libro Digital Minimalism: Choosing a Focused Life in a Noisy World.

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