Su Majestad el Rey

Por nacimiento (6-10-1932) se me podría considerar un «niño de la República». Mis padres acataron a disgusto el fin de la Monarquía, pero respetando la República hasta el día 13 de julio de 1936, cuando desde el Estado, en una operación de los escoltas de Indalecio Prieto, asesinaron a Calvo Sotelo. De 1936 a 1950, sin solución de continuidad, guerra y construcción del Régimen de Franco. Primeras letras y Bachillerato en el colegio de los Hermanos Maristas de Burgos. En 1950, chapuceo laboral con trabajos administrativos varios y meritoriaje puro y duro en «La Voz de Castilla» (Burgos) sin retribución. Una corta beca de un extraño organismo oficial, y el esfuerzo ingente de mi madre, me remiten a la Escuela Oficial de Periodismo. Me incorporo a la Redacción de la revista «SP», en 1959, como auxiliar de redacción, con un sueldo de mil pesetas al mes. Se trabaja seis días a la semana, sábados por la tarde incluidos. A partir de ahí, sopla un viento favorable: redactor jefe de «El Alcázar» (Pesa-Opus Dei) y director de las revistas «Gran Vía» y «SP». En 1968, cambio de tercio y aterrizaje en Radio Nacional de España como director de los Servicios Informativos. Luego, subdirector de la Red y, finalmente, director adjunto y director de TVE, de la mano de Adolfo Suárez. Por instrucciones concretas del que será después el primer presidente de la democracia española, se prestaba atención prioritaria a la figura del Príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón. Una indicación precisa del propio Suárez: «Al ministro Sánchez Bella no le hagas ni caso». Tras un período de descanso involuntario, y con el ruego específico del futuro Rey de España, llegada inesperada al diario «Pueblo» para sustituir a Emilio Romero. Saltándonos todas las normas para los diarios vespertinos, publicamos una edición en domingo con la visita de Don Juan Carlos al territorio del Sahara, en momentos más que difíciles. Luego, otra vez Radio Nacional de España. Y años felices en Radio 80 y en Antena 3 Radio de la mano de ese periodista inconmensurable que se llamó Manuel Martin Ferrand, siempre en la línea de la defensa de la Monarquía y del Rey.

Un dato al margen: durante la revolución en Irán, una de las primeras víctimas de Jomeini fue el director adjunto de la televisión estatal. Era un cargo equiparable al que yo ocupaba en aquel momento, salvando todas las distancias kilométricas y políticas. Pero sí se podría deducir que Don Juan Carlos me sacó las castañas del fuego más de una vez manejando la situación con mano diestra y escuchando consejos atinados. Así fue antes durante y después de la restauración de la Monarquía en España y su afianzamiento.

Ahora que estamos en 2020, y desgraciadamente para algunos, el panorama se dibuja lejos de aquella operación original y plausible de pasar «de la ley a la ley» y de instaurar un nuevo régimen sin el derramamiento de una gota de sangre. Todo ello se lo debemos a la Constitución que consagró el Rey, entonces Juan Carlos I, como Jefe del Estado. Y a los hombres y mujeres que hicieron de España un país vivible, grato, dinámico y en permanente progreso.

Hace muy pocos días, mientras se morían los ancianos en residencias a cargo del vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, el Ejecutivo al que pertenece daba palos de ciego una vez más: confundía mascarillas, economizaba guantes higiénicos, se apropiaba de test y se incautaba de hecho de laboratorios especializados. Para nota.

O mejor, para nota y media. En ese desbarajuste, en medio de una devastadora crisis sanitaria, social, económica, humana y emocional sin precedentes, a Pablo Iglesias no se le ocurrió otra cosa que fijarse, para mal, en la figura del Rey Felipe VI, que estaba reunido con miembros del Ejército a su mando. Sí, a su mando, por mucho que le pese a Iglesias en su lectura selectiva y sesgada de las leyes. El mismo vicepresidente que enarbola algún artículo de la Constitución Española de 1978 para lo que le conviene, hace caso omiso de otros: sin ir más lejos, los artículos sobre la unidad indivisible de España y sobre las funciones del Jefe del Estado. El texto constitucional otorga al Rey de España el mando de las Fuerzas Armadas. Y bien que están demostrando su eficacia en este gran desastre del coronavirus. Dirigidos por una ministra inteligente han sido el gran apoyo y alivio de las Fuerzas de Orden Público y compañía de los ciudadanos de bien.

La pareja del vicepresidente segundo, ministra a su vez de Igualdad, participaba en la manifestación del 8 de marzo bajo la pancarta «el machismo mata más que el coronavirus». Una profunda reflexión y, sobre todo, con gran empatía con los hombres y mujeres también contagiados inevitablemente tras la irresponsabilidad de una manifestación cuando ya azotaba la epidemia inmisericorde.

Estamos en mayo de 2020. España tiene una Constitución en plena vigencia que puede ser legalmente reformada. En todo caso, esa Constitución mantendrá en la cúspide como Jefe del Estado y al mando de las Fuerzas Armadas al Rey. Pasará a la Historia Grande de España como Felipe VI, Rey y continuador en la paz y progreso de los españoles.

Luis Ángel de la Viuda es periodista.

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