Suárez y los errores que destruyeron a UCD

Sabemos que el paso del tiempo es fundamental para analizar acontecimientos históricos que transcendieron y tuvieron consecuencias importantes. También lo es para analizar el comportamiento de personas destacadas que dejaron huella. Hasta tal punto es así que ahora, 100 años después de la I Guerra Mundial, aparecen nuevos estudios, documentos y análisis de una contienda que cambió el mapa de Europa. Y, todavía, pese al tiempo transcurrido, es difícil determinar con precisión los motivos que propiciaron aquel desastre. El debate subsiste y nuevos documentos ponen los acentos en distintos responsables.

La figura de quien fuera presidente del Gobierno de España de julio de 1976 a febrero de 1981, Adolfo Suárez, no creo que necesite una investigación histórica tan dilatada, pero es lógico que el análisis de su presidencia, la valoración y reconocimiento hacia su persona haya llevado un tiempo.

Los años previos a la Transición española y esta misma fueron tiempos difíciles para España. El tránsito pacífico de un régimen autoritario a una plena democracia necesitó de muchos pasos y de muchos actores, pero no hay duda de que fue el presidente del Gobierno quien, de acuerdo con los propósitos señalados por su majestad el Rey, lo dirigió y llevó a buen término.

Desde la ley para la reforma política que permitió iniciar los primeros pasos de la demolición del régimen anterior, la supresión de estructuras anteriores, las tres amnistías, la ley electoral, la ley de libertad sindical, la reforma fiscal, la modificación de los Códigos Civil y Penal, la firma de convenios internacionales sobre derechos humanos, el inicio de la transformación de un Estado centralizado en uno plenamente descentralizado, los pasos hacia la integración en la Comunidad Europea y hacia el ingreso de España en la OTAN y, por encima de todo, la gran obra de la Constitución de 1978, permiten afirmar que no cabe hacer más en menos tiempo, sin producir un colapso general. Hay que tener unas condiciones humanas muy especiales para hacerlo con la complicidad, en muchos momentos, de los hasta ayer adversarios.

Sabemos que no faltaron obstáculos durante todo ese tiempo, pero seguramente no conocemos la intensidad de algunos ni tampoco sus orígenes. Debió reservarse para sí muchas amarguras e incomprensiones, pues ni siquiera contó con el apoyo de todos aquellos de los que se había rodeado para esta obra. Porque los grupos políticos cuya coalición dio lugar a la Unión de Centro Democrático no aceptaron, en aquel momento, que él fuera el personaje central de todo ese cambio histórico y que no había, pese a la valía de muchos de ellos, quien pudiera sustituirle. Vivimos en la UCD disensiones, divisiones y tensiones. Y solo con el paso del tiempo comprendimos —al menos yo así siempre lo he pensado— que aquellos fueron los errores que nos llevarían hasta perder, de manera estrepitosa, las elecciones generales de 1982 y pasar de 168 diputados a 11. Y luego a la disolución de aquel partido, la UCD, que tantos éxitos había logrado.

Es cierto que la abstención propiciada por la UCD en el referéndum de Andalucía, el 28 de febrero de 1980, resultó un error, pero seguramente lo fue el haber llegado hasta el propio referéndum. Suárez tenía serios motivos para intentar que los procesos de autonomía se produjeran de manera gradual y bien meditada. Nada de aquello se entendió; por el contrario, la abstención se presentó, por muchos, incluidas personas del propio partido, como una ofensa a Andalucía y así se extendió entre la opinión pública.

Tampoco faltó una oposición, en momentos beligerante e implacable, hasta el punto de presentar una moción de censura al Gobierno, en mayo de 1980, pues Suárez “ya no sirve”, dijo el portavoz del partido socialista. Poco después, en septiembre del mismo año, el presidente se vio forzado a presentar una cuestión de confianza. Y todo esto sucedía en medio de años de un terrorismo que sacudía, de manera despiadada, a la sociedad e intentaba acabar con la democracia.

Las imágenes del intento de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981 nos lo muestran, además, como un valiente, imbuido de esa convicción que tienen algunos grandes personajes de su misión en la historia de una nación. Que no se doblegan.

La historia de España le tendrá entre sus grandes figuras. Y somos muchos los que, sin tener que esperar el juicio de la historia, le rendimos homenaje porque con él fue posible la paz y la concordia.

Soledad Becerril es la defensora del pueblo. Fue diputada de UCD y secretaria tercera del Congreso de los Diputados entre 1979 y 1981 y ministra de Cultura en 1981 y 1982.

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