La liberación de Suu Kyi brinda una oportunidad para reevaluar una política de sanciones contraproducente en el caso de Birmania. Con ocasión de la liberación de la líder en favor de la democracia tras un prolongado arresto domiciliario, es hora de que Estados Unidos y sus socios europeos suavicen su política de sanciones contra Birmania (Myanmar, en denominación de la junta) a fin de aportar estímulos orientados a suscitar una mayor apertura política. No tiene sentido que a una débil y empobrecida Birmania se le deba seguir exigiendo un nivel más alto de respeto a los derechos humanos que en el caso de la firme y autoritaria China. ¿Por qué negar a Birmania las oportunidades de comercio exterior que han permitido prosperar al mayor protagonista del mundo en este terreno?
Los acontecimientos clave que condujeron al aplastamiento de las fuerzas favorables a la democracia en Birmania y en China tuvieron lugar aproximadamente al mismo tiempo, alrededor de hace veinte años, a lo que Occidente respondió sin embargo en lo concerniente a estos dos países de muy diferente manera.
El espectacular auge económico chino debe mucho a la decisión occidental de no mantener las sanciones comerciales tras la matanza de la plaza de Tiananmen en 1989 ejercida contra manifestantes que se pronunciaban en favor de la democracia.
El final de la guerra fría favoreció el enfoque pragmático de Washington de rehuir la aplicación de sanciones comerciales y ayudar a China con el concurso de las instituciones y organismos internacionales y mediante el instrumento que representa el influjo liberalizador de la inversión y el comercio exterior.
Cabe afirmar que se trató de un acierto tras constatar el nocivo efecto de la decisión contraria, favorable a seguir manteniendo sanciones contra Birmania, cuyas autoridades reprimieron brutalmente a los manifestantes en favor de la democracia diez meses antes de los hechos de la plaza de Tiananmen y, posteriormente, dieron luz verde a la celebración de elecciones generales pero no reconocieron sus resultados en 1990. De haberse aplicado el enfoque del tipo Birmania de sanciones crecientes contra China, tal opción habría resultado en una China menos próspera y, posiblemente, factor de desestabilización en la actualidad.
La prosecución de sanciones y su subsiguiente ampliación contra Birmania extinguió cualquier perspectiva en el sentido de que este país emulara el ejemplo de China, consistente básicamente en combinar la apertura económica con el autoritarismo político.
De hecho, los intentos de la junta militar de abrir de par en par la economía birmana a principios de los años noventa se desinflaron rápidamente ante las sanciones occidentales.
En este momento, la liberación de Suu Kyi ofrece una oportunidad para reevaluar la política de sanciones extrayendo las correspondientes lecciones de hace dos décadas. La primera lección es que las sanciones económicas, aunque estén justificadas, han acarreado efectos políticos negativos.
Años de sanciones han privado a Birmania de una clase empresarial o de una sociedad civil; por el contrario, le han impuesto la losa de una todopoderosa junta militar en términos de única institución en el poder.
Una segunda lección consiste en que la ampliación de las sanciones no sólo ha aislado en mayor medida a Birmania, sino que también ha motivado que el país dependa excesivamente de China, para desazón de de la junta militar nacionalista que manda en Birmania.
En un momento en que Estados Unidos está cortejando a un Vietnam bajo régimen comunista en el marco de su estrategia de cobertura frente a una China en renovado auge, la verdad es que no tiene mucho sentido persistir en un enfoque que representa arrojar a una Birmania estratégicamente situada al área de influencia estratégica china.
Y otra lección enseña que las sanciones no han perjudicado al objetivo previsto - la junta militar-,sino a la gente de a pie.
La realidad pura y dura es que, tras hallarse en el poder durante casi medio siglo, los militares no están dispuestos a volver a los cuarteles. En realidad, no resulta plausible que se amolden a ellos. Sin esperanza visible de una revolución de los colores en Birmania, la desmilitarización de la política birmana podrá ser, en el mejor de los casos, un proceso gradual.
En este contexto, las últimas elecciones, aunque lejos de haber sido libres y justas, han contribuido ciertamente a reactivar un proceso político aletargado e, implícitamente, han estimulado un sentimiento de afirmación en la ciudadanía. El proceso, a su vez, ha creado un nuevo espacio para el movimiento democrático simbolizado en la liberación de Suu Kyi.
Es momento propicio para que Estados Unidos y sus aliados abandonen un ciclo de sanciones que se autoperpetúa y ayuden a forjar un mayor espacio internacional para Birmania. Debería alabarse todo paso o iniciativa tendentes a conseguir una mayor apertura política en Birmania.
Desde una perspectiva más amplia, el fomento de la democracia no debería convertirse en una herramienta geopolítica empuñada únicamente contra los débiles y excluidos. ¿Cabe concebir la aplicación de un principio a la mayor autocracia del mundo - el de que el compromiso y la participación es la forma de posibilitar un cambio político-mientras el principio opuesto - insistir en las sanciones-siga en vigor contra Birmania? Perseguir a los chavales que juegan en el patio de manzana en tanto se corteja a los autócratas más poderosos no parece la vía adecuada para promover normas de conducta internacional u obtener resultados positivos. Como señaló claramente el Comité del Premio Nobel de la Paz al distinguir con el galardón al disidente chino encarcelado Liu Xiaobo, "China infringe diversos acuerdos internacionales de los que es país firmante, aparte de sus propias disposiciones relativas a los derechos políticos".
Un enfoque sancionador de cariz inflexible contra Birmania ha reportado el efecto perverso de debilitar la influencia estadounidense al tiempo que reforzaba la de China. Resulta ilustrativo al respecto el periodo de la administración Bush, que, tras descargar las más duras sanciones contra Birmania, volvió sus ojos a Pekín en calidad de canal de comunicación con la junta birmana.
El presidente Barack Obama comenzó positivamente explorando la perspectiva de una gradual actitud de renovado compromiso con Birmania. Sin embargo, durante su reciente viaje a India, Obama atacó a Birmania en tres ocasiones en las que se reflejó su sentimiento de frustración por el dolorosamente lento proceso de apertura de este país. No obstante, en este momento, con la liberación de Suu Kyi, debe admitir que las semillas de la democracia no arraigarán en una economía atrofiada. Una presión exterior falta de participación y progreso de la sociedad civil en un país extremadamente débil es contraproducente.
Brahma Chellaney, profesor de estudios estratégicos en el Center for Policy Research de Nueva Delhi. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.