Por Oriol Bohigas, arquitecto (EL PAÍS, 03/05/06):
Vicenç Navarro acaba de publicar El subdesarrollo social en España, que completa temas de su anterior ensayo, Bienestar insuficiente, democracia incompleta, premio Anagrama 2002. La facilidad con que Navarro utiliza los datos precisos con un tono casi periodístico, le permite ofrecer un texto que, a pesar de su insistente objetividad, se lee casi como un mitin apasionado, como una proclama política de rabiosa actualidad. Esa es, precisamente, una de las primeras cualidades del libro: la demostración estadística del subdesarrollo social en España -y, especialmente, en Cataluña- es también una llamada al rearme de la izquierda política, en contra del poder permanente de unas clases conservadoras.
España está en la cola de la UE en cuanto a inversión en desarrollo social, es decir, en el mantenimiento del Estado de bienestar: sanidad, educación, vivienda, ayuda a la familia, pensiones, mercado de trabajo, etcétera. Los datos aportados en la primera parte del libro son incuestionables y anuncian consecuencias insuperables si no se atacan las causas profundas, entre las cuales tienen un papel preponderante el poder de una clase minoritaria pero decisiva (el 30% de la población con rentas superiores) y el poder de género que se opone a una reestructuración de las formas de convivencia y a la consecución de sus instrumentos.
La segunda parte del libro -la de mayor apasionamiento político- es la reseña del dominio de las clases conservadoras en la historia reciente de España como causa del subdesarrollo social, que culmina en la dictadura de Franco, calificada como el fascismo más largo, más persistente y más decisivo del siglo XX, agravado con la beligerancia malévola de la Iglesia católica. Las páginas dedicadas al análisis de los preceptos fascistas más característicos son excelentes y abarcan desde la imposición de un líder de cualidades sobrehumanas, mitificado por un tremendo sistema de propaganda, hasta el intento de crear un nuevo arquetipo humano y una nueva sociedad nacionalista, racista y fundamentalmente anticomunista, apoyando el poder de las clases dominantes. El hecho de que a la dictadura se le llame en España franquismo en vez de fascismo como correspondería según este análisis, ya indica que ha habido una permanente operación de maquillaje para borrar en la mente de las nuevas generaciones los aspectos programados y sistemáticos de la barbarie de una dictadura fascista. Este cambio de denominación es sólo una parte del largo proceso de tergiversación de la historia. Lo más grave son las falsas interpretaciones tan divulgadas de la heroica apertura progresista de la Segunda República. "Lo que no se ha explicado todavía a la juventud española es que la Segunda República significó el intento más importante en la historia de nuestro país de corregir las enormes injusticias existentes en la sociedad. Naturalmente, en estas reformas hubo que recortar los privilegios de los intereses corporativos y de los poderes fácticos, que dominaban la vida política, económica y cultural del país. Así, la República y la Generalitat de Cataluña introdujeron la escuela pública (afectando a los intereses de la Iglesia, que controlaba la educación), la Seguridad Social (que puso en contra a la banca y a las empresas de seguros), la reforma agraria (que afectó a los intereses de los terratenientes), el divorcio y el aborto (que puso en contra a la Iglesia), las reformas del ejército (que encontró gran resistencia en el generalato), el derecho a la sindicalización (que puso en contra a la patronal) y un largo etcétera. La ciudadanía también desconoce que esta Segunda República española fue plurinacional, respetando no sólo retóricamente sino también en su ordenamiento constitucional la existencia de varias naciones en un proyecto común". Los grupos afectados dieron soporte al golpe militar para recuperar sus prebendas en contra de los intereses de la mayoría de los españoles. Y siguen hoy en la misma línea, presentando a la República como un fracaso e, indirectamente, justificando el golpe de Estado contra el desorden.
Además de esa falta de reconocimiento de los valores progresistas de nuestra historia, hay también un "conservadurismo imperante" que se apoya en aquella tergiversación: la Monarquía, la Iglesia y el nacionalismo conservador. Los dos primeros se despachan de manera rotunda y convincente y las páginas dedicadas al tercero dan datos concretos sobre Cataluña -donde los déficit sociales no sólo son superiores al promedio europeo, sino al español- y explican cómo el largo gobierno conservador logró ocultar la descohesión social con una supuesta cohesión nacional y cómo las clases sociales en el poder lograron que la discusión identitaria -política y mediática- sustituyese la urgente discusión social que les amenazaba.
El libro se complementa con dos secciones más generales: la situación a escala mundial y la crítica a las posibles alternativas que ofrecen los socioliberales y las derivaciones moderadas de la izquierda. Son asimismo de un gran interés y forman parte de una proclama claramente política, revolucionaria, de la que el propio autor reclama una mayor divulgación: las clases populares tienen que entender las causas del subdesarrollo social, puesto que son ellas las que sufren sus consecuencias. Y en este libro demuestra la conexión directa y perniciosa entre el olvido de nuestra historia, el poder persistente de las derechas en las clases dominantes y el retraso social de España.