Súbditos del arte

Se avecina la feria internacional de arte contemporáneo ARCO. «Es un gran artista», se suele oír por sus pasillos; «sólo que no lo muestra», es el resorte que le queda pensar a muchas de las almas refinadas que acuden cada año en busca de una autoridad artística incuestionable. ¿Cómo se puede buscar al rey de los dioses cuando ya no hay ni reyes ni dioses?

La autorización para dar libre curso a la expresividad subjetiva se impuso hace relativamente poco. El gusto, la gracia y el capricho abrían el horizonte a la crítica, al canon subjetivo y al pozo sin fondo de la expresividad íntima. Por el desfiladero de la búsqueda de sensaciones individuales, comenzaba su andadura la perseverante guerra de liberación contra la belleza.

El ciervo es un animal muy sensible y huidizo, como el verdadero artista; el jabalí, mucho más grosero en su aspecto y en su concepción de sí mismo, arrasa con todo lo que se le pone al alcance. Esta metáfora, para algunos quizás difícil de procesar, contiene una finalidad de vasto horizonte. De los «artistas» que verán ustedes exponiendo en ARCO, pasarán a la Historia del Arte aproximadamente el 0,01 por ciento. Hoy estoy optimista.

En general, al arte de nuestro tiempo le ocurre lo mismo que al resto de los valores coetáneos: ha perdido toda consistencia dogmática, porque ya no se cree que existan valores absolutos e intemporales. La feria de arte, como su propio nombre indica, es un espectáculo inundado de adrenalina para un mercadeo de piezas etiquetadas como artísticas. Es indiscutible su aportación como termómetro del desenfreno del arte contemporáneo, apareciendo piezas interesantísimas, que promueven el debate social sobre cuestiones de actualidad. En este sentido, su labor es encomiable.

Frente a la absoluta libertad de expresión del artista, la psicología de los asistentes a una feria de arte es la del rebaño. La tranquilidad deriva de la imitación del comportamiento de la multitud. Obras aleatorias con una iluminación siempre excesivamente brillante se difuminan gracias a la exitosa combinación entre arte/moda/fiesta, todo en un mismo sitio.

Siguiendo con mi optimismo, en 2019, es decir, en el momento justo, es posible que dé comienzo un nuevo todo, y que se aparezca la Virgen (más exactamente, María) para relajar los ánimos y reconfortar diciendo: «No hace falta que te guste, no hace falta que lo entiendas, no hace falta que finjas placer ante eso que ves ahí colgado. Puedes decir que es francamente feo, desagradable de ver, y que lo mejor que podían hacer para alegrarte el día es quitarlo de tu paisaje». El arte de verdad es aquel en el que algo interior te dice «acarícialo», independientemente de su concepción estética abstracta, figurativa o ni siquiera eso. Pausa.

Aquí se ensalzan las cualidades de la armonía. «La fierecilla domada» ya en vano nos daría golpecillos en el hombro. No obstante, percibo que el clima va cambiando muy lentamente. Hay algo en el ambiente que dice: «Bueno, ya estáis de vuelta». Versos y lemas en caracteres selectos llaman la atención aquí y allá aludiendo, amonestando, conmemorando. Esperamos la nueva edición de la feria con la esperanza de ver los relieves de la entalladura más lisos y lustrosos que la lisa y lustrosa piel de una ciruela claudia.

El gusto sensual de la materia y su lenguaje exclusivo necesitan cercanía emotiva. Ante tanta máscara y tanta mueca, aceptamos que la culpa es perdonable, pero solicitamos que se burlen de nosotros con un poco más de seriedad, aunque sea para exclamar: «¡Excelente! ¡Me resulta aterrador!». Después de que los aplausos acaben, se hará un largo silencio, y las luces se apagarán como si no hubiera ocurrido nada, nada de nada.

Clara Zamora Meca es profesora de Arte y Mercado en la Universidad de Sevilla.

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