Subterfugios

Así es como dicen los del brazo político de ETA que quieren presentarse a las elecciones. 'Sin subterfugios'. Clara y directamente. Sin subterfugios. Como el tiro en la nuca, rotundo y penetrante, que practican sus amos. Como el doloroso vacío que dejan las víctimas. Como el odio de los que profanan las tumbas de los asesinados. Como el insulto que sufre su memoria. Como el miedo de los amenazados. Como la diana que colocan sobre la vida y la libertad de los que no se someten. Como el mecanismo inexorable y preciso de la bomba que revienta. Como la humillación del chantajeado. Como el gesto infame de desafío desde el banquillo. Como el placer en el ensañamiento del sádico. Sin subterfugios. Como la inocencia sellada en féretros blancos en Zaragoza, Madrid o Santa Pola. Como el cadáver tendido en el suelo. Como el superviviente mutilado. Como la dignidad herida por el miedo.

Sin subterfugios. Como si lo que son y lo que representan no estuviera claro. Hacen del crimen su timbre de honor. 'Sin subterfugios, ¿pasa algo?'. Lo que se ve es lo que hay. Si lo quieres, bien, si no tendrás dos tazas. O dos tiros, ya que el tiro es la unidad de medida del proceso. Nos tendrán que aceptar como somos y si no, no hay proceso.

La cosa es grave. Esta sociedad ha acreditado una capacidad indescriptible para asimilar violencia terrorista. Maestra en mirar a otra parte, alberga a los muchos que dominan el arte moralmente repugnante de situar en 'su contexto' -¿cuál?- los peores crímenes. Presta la virtud de su esperanza a cualquier terrorista con ganas de jubilación. Durante años ha olvidado a las víctimas y sigue dispuesta a hacer de la persistencia en el error una virtud, del autoengaño una muestra de superioridad ética.

Por estos pagos la realidad siempre ha parecido excesiva. Después de todo, aquí se vive muy bien. De ahí el peligro de acabar con los subterfugios, la imprudencia de abrir las puertas a la realidad para que el torrente se lleve por delante las coartadas y ficciones en las que vive instalada una parte sin duda mayoritaria de la sociedad vasca. Es esa parte que siempre está dispuesta a mostrarse esperanzada porque nunca le afecta de manera directa y personal la frustración de esa esperanza de cuyo fundamento no tiene que dar cuenta. Es esa parte que acepta la falsedad histórica que afirma que los conflictos siempre terminan en una mesa de diálogo como si las víctimas hubieran muerto por incomprensión. Esa parte tan acostumbrada a repartir responsabilidades, dispuesta a exculpar cualquier perversión política con tal de que se justifique en nombre de la paz, sobre todo porque entiende la paz como su tranquilidad personal. Le molesta más el 'ruido' y la 'crispación' que la deflagración de una bomba o la detonación de una pistola.

Al mostrarse decididos a presentarse sin subterfugios, los voceros de ETA dan un paso de innegable gravedad. Semejante exceso de realidad nos pone en un compromiso. Aquí se ha tragado terror en cantidades industriales pero que no le quiten el excipiente, que no abran la cápsula para que tengamos que saborear el polvillo amargo del veneno que ETA-Batasuna quiere administrar. ¿A qué viene ahora cambiar el juego? Difuminar el brutal perfil del crimen ha costado mucho. Es verdad que cuando todo falla se echa mano de la esperanza y el diálogo y la cosa mal que bien funciona. Pero hasta llegar ahí ha costado mucho esfuerzo: medir siempre las distancias no para no alejarnos de las víctimas sino para no acercarnos a ellas; anestesiar elementales sentimientos de solidaridad con un discurso sobre la opresión histórica que permitía asistir impasible al crimen y encima tener buena conciencia; poner como ejemplo a Irlanda del Norte y encima llamar 'unionistas' a los únicos que son asesinados y no tienen el poder. Todo esto no es cosa de un día.

Con frecuencia patológica se ha hecho realidad entre nosotros aquella magistral y desoladora observación de Hanna Arendt cuando explicaba que la perversión de la Alemania nazi consistió en que no era el mal sino el bien lo que resultaba una trasgresión tentadora. «Muchos alemanes -escribía Arendt- y muchos nazis, probablemente una inmensa mayoría, deben haberse visto tentados a no matar, a no expoliar, a no dejar que sus vecinos fueran conducidos a la muerte (porque, desde luego, sabían que eran llevados a su muerte aunque desconocieran los detalles más sórdidos), a no convertirse en cómplices de todos estos crímenes beneficiándose de ellos. Pero bien sabe Dios que si se vieron tentados a ello, habían aprendido a resistir la tentación». Pues bien, el subterfugio, la simulación, la coartada ha sido el medio esencial con el que tantas veces se ha conseguido en este país resistir la tentación peligrosa y trasgresora de hacer el bien a las víctimas, a los amenazados, a los silenciados, a los agredidos.

Y ahora vienen con eso de que no van a utilizar subterfugios. Que quieran ganar, bueno está. Pero que encima quieran que sea por goleada, sin subterfugios, es excesivo. No deberían exagerar. El subterfugio es lo que les ha hecho prosperar. Subterfugio es que demos por bueno que periódicamente un grupo de ciudadanos concienciados se decidan a montar un acto político en el que siempre coinciden oradores conocidos de la 'izquierda abertzale'. Subterfugio es el auto del magistrado Garzón autorizando -que no prohibiendo- el acto del BEC de Barakaldo con condiciones que, según se mire, o son risibles o sencillamente ridículas. Subterfugio es poner patas arriba la estructura territorial de Estado para justificar una negociación política que como primera providencia ponga fin al Estatuto de Gernika. Subterfugio es que Otegi sea un hombre de paz y que imperiosas razones jurídicas sobrevenidas le hayan evitado una condena al retirar el fiscal una acusación para la que el tribunal sentenciador aseguraba contar con pruebas directas de cargo.

Y se jactan de presentarse 'sin subterfugios'. ¿Sin subterfugios? De acuerdo. Que empiecen entonces por ellos mismos y se pongan los avíos de las grandes ocasiones, capucha blanca, boina negra, para comparecer como lo que son, sin subterfugios. Es paradójico pero es así. En ellos, la realidad está en la máscara. La desvergüenza abertzale merece ser correspondida. Que se aplique la ley sin subterfugios, que se respete la libertad sin subterfugios, que se exija el respeto a las exigencias democráticas sin subterfugios. En suma, la derrota de los terroristas, posible y deseable, sin subterfugios.

Javier Zarzalejos