Sudáfrica necesita aprovechar mejor la diversidad

Después de una visita, placentera y aleccionadora, a Sudáfrica (la primera que hago a este hermoso país en quince años), me voy llevándome una mezcla de emociones. La marcha del proceso de desarrollo político y económico del país genera en sus habitantes, y en observadores interesados como yo, esperanza y a la vez preocupación por el futuro.

Hace un cuarto de siglo, Sudáfrica se embarcó en su extraordinaria transición para abandonar casi cincuenta años de paralizante apartheid, siguiendo la elevada visión de Nelson Mandela: “perdonar, pero nunca olvidar”. Cuando la mayoría negra tuvo al fin voz en la gestión del país, eligió un gobierno del Congreso Nacional Africano (CNA), que se abstuvo de confiscar y nacionalizar propiedades privadas en poder de la minoría privilegiada, y de tal modo marcó una diferencia respecto de muchos otros países (en África y otros lugares) que como Sudáfrica emergieron del dominio colonial represor.

En cambio, el gobierno liderado por Mandela reconoció que la diversidad del país podía ser fuente de unidad y bienestar duraderos, y decidió adoptar una estrategia notablemente inclusiva. Este modelo inspiró a muchos fuera de Sudáfrica, particularmente en países aún gobernados por regímenes autoritarios que apelan al amedrentamiento para mantener el poder. La estrategia de Mandela demostró que es posible una transición ordenada e inclusiva, y que defensores de la libertad que fueron reprimidos y encarcelados pueden transformarse en los integrantes de un gobierno legítimo y eficaz.

Pero los resultados de la transición sudafricana distan de ser perfectos. El crecimiento actual no es suficientemente inclusivo, y es demasiado lento (el año pasado, el incremento anual del PIB fue casi nulo). El coeficiente de Gini del país está entre los peores del mundo, reflejo de unos niveles asombrosos de desigualdad de ingresos; su tasa de desempleo del 26,5% es alarmantemente alta y afecta sobre todo a los jóvenes; y demasiadas personas están atrapadas en ciclos de pobreza desastrosos.

Es indudable que la mala gestión contribuyó a esta situación decepcionante, que no está a la altura de lo que Mandela soñó para el país que amaba. Entre otras cosas, el gobierno hizo un mal manejo de las finanzas públicas, y cometió errores en su búsqueda de un nuevo modelo de crecimiento económico. Al mismo tiempo, el abaratamiento de los commodities experimentado en años recientes agravó los problemas económicos y monetarios del país.

La gran distancia entre el desempeño real del país y su considerable potencial afectó los intentos de empoderamiento económico de la población negra, que buscan reducir las desigualdades históricas que esta padeció. Pero las falencias del sector público (últimamente más visibles y mejor comprendidas) no son la única causa. Hay otro problema no tan visible: la falta de avances suficientes en materia de diversidad por parte de las empresas privadas.

No es un problema exclusivo de Sudáfrica. Gran parte de la comunidad empresarial en todo el mundo, incluso Occidente, sigue sin encontrar el modo de lograr que los programas de inclusión y diversidad funcionen; y esto incluye la solución de las desigualdades que todavía afectan a las mujeres.

Hay investigaciones que demuestran que la inclusión es buena para los negocios. Eso llevó a muchas empresas occidentales a darse cuenta de que pueden mejorar su resiliencia y agilidad introduciendo más diversidad en la mayoría de los niveles del proceso de toma de decisiones. Pero todavía subsisten muchos prejuicios y sesgos (conscientes e inconscientes), que se originan en obstáculos estructurales y conductuales a los que se enfrentan las mujeres, especialmente cuando intentan obtener puestos jerárquicos para los que tienen sobradas cualificaciones.

Como (por ejemplo) demostró Mahzarin Banaji de la Universidad de Harvard, las causas de estos prejuicios y sesgos inconscientes son variadas, e incluyen la forma en que evolucionó el cerebro humano, las experiencias y exposiciones de la niñez, las interacciones históricas y los atajos heurísticos que usamos inconscientemente para interpretar la información y enmarcar los temas. Para contrarrestar estos factores, las empresas tendrán que encontrar el modo de mantener en el tiempo estados aumentados de conciencia y comprensión que permitan visibilizar esos sesgos.

Las empresas sudafricanas, sobre todo en el sector financiero, deben hacer de la inclusión una realidad, no sólo una consigna. Deben implementar cambios conductuales progresivos y modificar las estructuras corporativas para alentar conductas más inclusivas y meritocráticas. Los directivos ejecutivos y los niveles gerenciales superiores deben reestructurar las operaciones, recordar a sus colegas el enorme valor económico de la diversidad y esforzarse más en identificar, entrenar y tutelar a personas talentosas cualquiera sea su raza. En concreto, deberían ampliar los programas vocacionales y de pasantías individuales y colectivos, modernizar los métodos de medición del desempeño y trabajar más para incluir resultados de investigaciones recientes sobre los beneficios de la diversidad cognitiva y la “superaditividad” en las comunicaciones internas y externas.

Todos debemos estar atentos al riesgo de que prejuicios de otros tiempos afecten nuestras conductas y decisiones. Como señalé en mi reciente libroThe Only Game in Town [La única alternativa]: “Ninguna empresa, y ciertamente ningún país, podrá hacer realidad todo su potencial si no logra acoger y empoderar el talento humano sin distinción de género, raza, cultura, orientación sexual y puntos de vista”.

Para superar los desafíos que enfrenta y liberar todo su potencial en una economía global cada vez más incierta, Sudáfrica necesitará mucho más que mejoras en su gestión económica. Las empresas sudafricanas deben profundizar su compromiso con sectores cada vez más amplios de la población, sin esperar a que los políticos den el primer paso. De tal modo no sólo mejorarán la productividad, la competitividad y las ganancias futuras, sino que también ayudarán a reducir la violencia que acompaña a la marginalización, la desesperanza y la alienación.

Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz, the corporate parent of PIMCO where he served as CEO and co-Chief Investment Officer, was Chairman of US President Barack Obama’s Global Development Council. He previously served as CEO of the Harvard Management Company and Deputy Director at the International Monetary Fund. He was named one of Foreign Policy’s Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. He is the author, most recently, of The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse. Traducción: Esteban Flamini.

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