Sudamérica desintegrada

Por Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés de Argentina (LA VANGUARDIA, 11/05/06):

La desintegración es la nota que define a América del Sur. Los dos mecanismos existentes -la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur (Mercosur)- han dejado de ser los referentes institucionales que facilitan la unidad regional, al tiempo que Chile, como es habitual, no se interesa en el proceso integrador en el área, y las Guyanas miran hacia el Caribe.

La CAN está, de facto, sepultada debido al comportamiento divisor de sus miembros. Colombia y Perú negociaron acuerdos comerciales con EE.UU.; Ecuador busca hacer lo propio; Bolivia se inclina hacia el Cono Sur y Venezuela anunció su abandono de la CAN.

El Mercosur va en vías de extinción debido a la conducta antiintegradora de sus participantes. Argentina y Brasil oscilan entre el acercamiento tibio y el recelo inmoderado. Paraguay y Uruguay -por medios diferentes pero con objetivos semejantes- amenazan con abandonar el mecanismo. Esta amenaza tiene en la actualidad un carácter distinto de la que tuvo hace un lustro cuando Montevideo y Asunción usaban el argumento de una eventual deserción como instrumento de presión para obtener ventajas en un acuerdo cada vez más disfuncional para ambos. Hoy la vinculación preferencial, aunque subordinada, con EE.UU. es su opción estratégica: Paraguay la gestiona en términos militares y Uruguay en términos comerciales.

Una serie de factores estructurales y coyunturales ha potenciado la desintegración en América del Sur. El despliegue que durante décadas hizo EE. UU. se materializa con fuerza demoledora y la globalización desigual ahonda las fracturas domésticas y entre las naciones. Sin embargo, ni el papel de Washington ni el devenir global explican suficientemente nuestra incapacidad de integración. Razones internas y regionales nos han ido conduciendo a esta situación.

Ésta es una región que ha defendido retóricamente la soberanía nacional, y lo ha hecho a tal punto que terminó perdiéndola frente a actores estatales y no estatales dotados de recursos e influencia. A su vez, los países rehúsan amalgamar sus endebles soberanías con los vecinos más próximos y así incrementar en algo el escaso poder negociador de la región. Sabemos, por experiencia propia y ajena, que la integración progresa con liderazgos que sepan balancear imperativos internos y compromisos externos: las urgencias (y los dividendos esperables) de la política doméstica y electoral vienen consumiendo a los presidentes que han ubicado a la integración en un lugar políticamente secundario. Criticamos con severidad el unilateralismo de las superpotencias, pero venimos practicando uno similar a escala periférica; es decir, una conducta internacional basada sólo en ventajas propias con la esperanza de obtener una concesión magnánima del poderoso.

Es evidente que los procesos de integración formal (como la Unión Europea) o informal (en Asia) requieren de estados competentes y pujantes; no obstante, en el último cuarto de siglo Sudamérica ha hecho un fenomenal esfuerzo por debilitar los estados. Repetimos la importancia de mancomunar grandes proyectos de interconexión, pero tenemos una pobre infraestructura física que apenas si nos conecta. Sabemos que la lealtad común, la empatía profunda y los beneficios compartidos favorecen los procesos integradores; sin embargo, cada día optamos más por políticas exteriores que alimentan la desconfianza mutua y las gratificaciones individuales. Creamos múltiples cámaras de comercio bilaterales pero poseemos una bajísima densidad de intercambios culturales; elemento éste fundamental para una integración sustentable. Establecemos estímulos para que el sector productivo aumente el nivel de los negocios en el área pero continuamos teniendo un empresariado poco innovador. Nos pasamos años a la espera de que alguien con hegemonía regional - en especial, Brasil- asuma los costos de la integración sin comprender que sólo esquemas creativos de coliderazgo o liderazgo múltiple pueden sentar las bases de un proceso integrador cohesivo.

En este contexto de creciente desintegración Hugo Chávez se presenta como un mandatario con voluntad de liderazgo regional, con grandes recursos materiales, con promesas de inclusión social, una estrategia precisa de política exterior y un proyecto integracionista. Su modelo, sin embargo, se inspira en una estrategia de confrontación que puede conducir a que la región se convierta en un dolor de cabeza para la comunidad internacional y, en consecuencia, sea objeto de peligrosas diplomacias coercitivas.

Por esta razón, Argentina y Brasil deben construir un liderazgo conjunto y concertado, deben reformular el Mercosur, desplegar una diplomacia preventiva ante las crisis del área y diseñar una estrategia hemisférica que combine colaboración y resistencia frente a Washington. Su omisión puede contribuir a la instalación de los peores componentes de la guerra fría en nuestra región. Con ello entre otras, quedará definitivamente enterrada la integración.