Suena la sirena económica egipcia

Frente a una turbulenta situación política y reiteradas protestas en las calles, la elite política egipcia debiera considerar seriamente, tanto desde el gobierno como desde la oposición, enfocarse en las implicaciones económicas de la agitación actual. Eso la llevaría a reconocer siete motivos de peso por los cuales un enfoque más colaborativo para solucionar los problemas de Egipto es beneficioso tanto para los intereses colectivos del país como para los suyos.

En primer lugar, de persistir el desorden social y político, la economía egipcia terminará con una agobiante inflación, severos problemas en su balance de pagos y una crisis presupuestaria. Aumentará bruscamente el riesgo de una salvaje espiral descendente con tendencia a autopotenciarse.

Pero en vez de colapsar (al estilo de las economías asiáticas y latinoamericanas durante las crisis de la deuda de antaño), la economía egipcia se arriesga a retomar sofocantes controles y volver al mercado negro. La eficiencia económica, la inversión y el empleo sufrirían significativamente, al tiempo que un menor crecimiento económico se vería acompañado por mayores precios, incluso para los alimentos básicos.

Sufriría la mayoría de los sectores sociales, aunque serían los pobres, los desempleados y los jóvenes quienes llevarían la peor parte. Con eso, los legítimos objetivos de la revolución que comenzó el 25 de enero de 2011 –crecimiento inclusivo, justicia social y dignidad humana– serían aún más difíciles de alcanzar.

En segundo lugar, las soluciones económicas y financieras durables no son posibles sin cooperar para solucionar el conflicto político del país. No importa cuán bien intencionados y talentosos sean, los tecnócratas no pueden garantizar políticas adecuadas y lograr resultados óptimos. Necesitan el respaldo de una visión nacional unificante, un liderazgo creíble y el apoyo ciudadano.

En tercer lugar, frente a los problemas económicos y la inestabilidad política crónicos, los egipcios lamentan cada vez más el «secuestro» de la revolución. Eso alimenta la desconfianza hacia las elites gobernantes del país. Fortalecidos por el éxito logrado al derrocar al expresidente Hosni Mubarak y enviar nuevamente a las fuerzas armadas del país a sus barracas, muchos están regresando a las calles para responsabilizar a los líderes.

En cuarto lugar, las reiteradas protestas callejeras, combinadas con una débil fuerza policial, alimentan pequeños focos de actividad criminal. Los matones oportunistas fomentan el miedo y el caos –reales y percibidos– que exceden por mucho su cantidad y poder, amplificando la sensación general de malestar en el país.

En quinto lugar, la asistencia financiera externa no puede posponer indefinidamente la hora de la verdad. La asistencia de emergencia de unos pocos gobiernos amigos ha limitado hasta ahora la erosión de las reservas egipcias de divisas, en épocas en que los ingresos por turismo son mediocres y aumenta la necesidad de importar alimentos y otros elementos básicos necesarios. El gobierno, frente a obligaciones de pagos al extranjero y con presiones sobre su moneda, buscará nuevamente un crédito por $4,8 mil millones del Fondo Monetario Internacional y cofinanciamiento de otras fuentes multilaterales y bilaterales. Pero garantizar este financiamiento es cada vez más complicado.

En sexto lugar, no debe subestimarse el potencial de la economía egipcia, si se logra el contexto político adecuado. Las condiciones actuales mantienen el desempeño económico muy por debajo de su potencial. Esto puede ser tratado rápidamente; al tiempo que eliminar ineficiencias y reorientar instituciones cooptadas por el viejo sistema para asistir a pocos en vez de a muchos aumentaría significativamente el producto potencial.

Finalmente, los líderes políticos pueden aprender de otros países. Egipto no es el primer país que se debate en un punto crítico de inflexión en una revolución para abandonar un pasado represivo en pos de un futuro mejor y más justo. Tampoco es el primer país en combinar una transición política incierta con condiciones económicas y financieras inquietantes.

Es tentador descartar las experiencias de otros países, en especial después de que el movimiento de base egipcio liderado por la juventud lograse algo que nadie creyó posible (hacer caer en tan solo 18 días a un presidente que ejerció el poder con mano de hierro durante 30 años). Y algunos países difieran realmente de Egipto en tal medida que las potenciales lecciones puedan resultar engañosas.

No hay un único país de transición que ofrezca una guía para Egipto. Pero es posible que la experiencia combinada de un grupo de cuatro países –Sudáfrica, Brasil, Indonesia y Turquía– sea relevante y resuene en muchos sectores de la población egipcia en lo que hace a las transiciones económicas y políticas ordenadas.

Cada uno de ellos enfrentó lo que muchos consideraban imposibilidades. Sin embargo, al responder adecuadamente a sus desafíos económicos y políticos, todos ellos lograron reducir la pobreza, aumentar la justicia social y ampliar las libertades civiles.

Sudáfrica, durante el mandato del presidente Nelson Mandela, ilustró el aspecto positivo de canalizar la opinión popular para alejarla de las represalias y dirigirla hacia la renovación nacional. Si bien no hay candidatos egipcios creíbles que puedan transmitir el mensaje de Mandela de «perdonar pero no olvidar», juntos –mediante un trabajo colaborativo y cooperativo– podrán ayudar a desplazar el foco del país desde el espejo retrovisor al camino que espera adelante.

Brasil, durante la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, demostró como las reformas básicas se pueden implementar en contextos de agitación causada por una importante transición política local, la huida de los inversores, y un contexto mundial inhóspito. En 2004-2008, Brasil, conocido desde siempre como el país del futuro –entendido esto como «siempre lo fue y siempre lo será»– registró un crecimiento anual de su PBI del 5,5%. Redujo el porcentaje de ciudadanos en situación de pobreza de aproximadamente el 40 % a menos del 25 %. Y mejoró el índice porcentual de desigualdad de Gini en cinco puntos.

Finalmente, tanto Indonesia (luego de la crisis financiera asiática de 1997) como Turquía (luego de su crisis de 2001) son ejemplos recientes de países con mayorías musulmanas que superaron contundentemente problemas económicos mientras lidiaban con grandes transiciones políticas locales.

Cuanto más se prolongue la desorganización actual egipcia, peor llegarán las elites políticas a los corazones y las mentes de una población cuyas aspiraciones básicas resumen en cuatro demandas bien fundadas: pan, dignidad, justicia social y democracia. Pero, con un liderazgo inteligente y cooperación constructiva, Egipto puede superar sus problemas actuales.

En el pasado una creciente brecha entre aquello que las elites gobernantes del país ofrecían y las aspiraciones legítimas de la población se hubiese resuelto con mayor represión. El nuevo Egipto no permitirá esto. El poder del ciudadano egipcio ha cambiado radicalmente la situación. El tiempo del que disponen las elites políticas egipcias no es ilimitado y las tendencias económicas actuales suman cada vez más urgencia a la necesidad de actuar.

Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO, with approximately $2 trillion in assets under management. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *