Suenan alarmas en Asia

El deterioro de la situación en Ucrania y el aumento de las tensiones entre Rusia y Estados Unidos hacen peligrar el trabajoso “giro” que el presidente estadounidense, Barack Obama, quiere hacer en dirección a Asia, el continente más vibrante del mundo (y tal vez, también, el más inflamable). De poco servirá para evitarlo, o para encarrilar la política exterior para la región, la inminente gira de Obama por Japón, Corea del Sur, Malasia y Filipinas.

De hecho, la agresión rusa en Ucrania es apenas el último en una serie de obstáculos a la ejecución del giro (o “rebalanceo”, como se lo denominó luego), que ya debía luchar contra numerosos factores, por ejemplo: la obsesión de la política exterior estadounidense con el mundo musulmán, la renuencia de Obama a plantar cara a una China cada vez más asertiva, la reducción del presupuesto de defensa de Estados Unidos y su pérdida de liderazgo mundial.

Lo cierto es que los países asiáticos están cada vez más preocupados por la determinación con que China expresa su política exterior. Estados Unidos hubiera podido usar esta ocasión para recuperar un papel central en la región, apelando para ello a fortalecer viejas alianzas y buscar nuevos acuerdos de cooperación, pero la desaprovechó en gran medida, y dejó con ello que China siga extendiendo sus reclamos territoriales.

De hecho, en los últimos dos años, los aliados y socios de Estados Unidos en Asia recibieron tres señales de alarma profundamente inquietantes. Todas ellas transmiten un mismo y claro mensaje: que ya no pueden confiar en que Estados Unidos dé una respuesta eficaz al ascenso de China.

La primera de las señales fue el silencio de Obama cuando, en julio de 2012, China arrebató a Filipinas el arrecife de Scarborough. Esta acción (que puede servir a China de modelo para la anexión de otros territorios disputados) se produjo a pesar del acuerdo suscrito por ambos países con la mediación de Estados Unidos, por el que las partes se comprometían a retirar sus buques del área. La aparente indiferencia de Obama respecto del compromiso que Estados Unidos tiene con Filipinas según el tratado de defensa mutua de 1951, que luego reafirmó en 2011, alentó a China a ocupar otro arrecife (el Second Thomas) también reclamado por Filipinas.

La segunda señal de alarma para los aliados asiáticos de Estados Unidos sonó cuando China estableció en forma unilateral una zona de identificación aérea sobre territorios que reclama (pero no controla) en el mar de China Oriental, sentando un peligroso precedente en las relaciones internacionales. A continuación, China demandó que todas las aeronaves que transiten la zona (tanto si se dirigen al espacio aéreo chino o no) presenten por adelantado sus planes de vuelo.

El gobierno estadounidense podría haber expresado su desaprobación posponiendo el viaje del vicepresidente Joe Biden a Beijing, pero en vez de eso aconsejó a las aerolíneas comerciales respetar la zona de identificación impuesta por China. Japón, en cambio, pidió a sus transportistas hacer caso omiso de las demandas chinas, lo que da muestras de la creciente desconexión entre Washington y Tokio.

La tercera señal de alarma viene de Ucrania. Ante la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia, la respuesta de Estados Unidos fue tomar distancia del “Memorándum de Budapest”, el pacto firmado en 1994 por el presidente Bill Clinton, por el que Estados Unidos se comprometió a proteger la integridad territorial de Ucrania a cambio de la entrega del arsenal nuclear ucraniano.

Las primeras dos señales de alarma evidenciaron que el gobierno de Obama no tiene intenciones de hacer nada que pueda perturbar la estrecha relación forjada con China, un país que ahora es central para los intereses de Estados Unidos. La tercera señal es aun más ominosa: indica que a menos que sus intereses vitales estén en juego, Estados Unidos no hará lo necesario para defender la integridad territorial de otro país, incluso uno que se comprometió a proteger.

De modo que el mundo es testigo del triunfo de la fuerza bruta en el siglo XXI. Ante la toma de Crimea por parte de Rusia, Obama se apresuró a descartar una respuesta militar de Estados Unidos. Asimismo, conforme los intentos de China de trastocar el statu quo regional (territorial y marítimo) han ido subiendo de tono, Estados Unidos se mostró vacilante y no hizo mucho que calmara los nervios de sus aliados asiáticos. Por el contrario, procuró seguir un curso neutral, con la esperanza de evitar una confrontación militar por cuestiones de diferendos territoriales. A tal fin, llamó a la contención no solamente a China, sino también a sus propios aliados.

Pero la propia contención de Estados Unidos (sea ante la invasión rusa de Crimea o la insidiosa campaña militar encubierta de China) no ayuda a sus aliados. De hecho, en su intento de evitar una confrontación a cualquier costo, puede ocurrir que, sin darse cuenta, Estados Unidos esté propiciando cambios geopolíticos drásticos y potencialmente desestabilizadores.

Lo más importante es que probablemente la política de sanciones de Estados Unidos contra Rusia impulsará al Kremlin a iniciar su propio giro asiático, especialmente en dirección a China, vorazmente necesitada de energía y bien provista de efectivo. Paralelamente, el enfrentamiento con Rusia obligará a Estados Unidos a cortejar más activamente a Beijing. Con lo que en un escenario de nueva Guerra Fría, el gran ganador será China, que habrá obtenido amplio margen para proseguir su política expansionista.

El intento de Estados Unidos de congraciarse con China obliga a países como Japón, India, Filipinas y Vietnam a aceptar que deberán enfrentar solos cualquier incursión militar china. Por eso están redoblando esfuerzos para crear capacidades de defensa creíbles.

Esta tendencia puede llevar al resurgimiento en Asia de potencias militarmente independientes que mantendrían una estrecha alianza estratégica con Estados Unidos. De tal modo irían tras los pasos de los dos mayores aliados con que cuenta Estados Unidos (el Reino Unido y Francia), que en vez de confiar plenamente su seguridad a Estados Unidos, desarrollaron formidables capacidades de disuasión propias. Sería un cambio drástico para Asia, para Estados Unidos y para todo el mundo.

Brahma Chellaney, Professor of Strategic Studies at the New Delhi-based Center for Policy Research, is the author of Asian Juggernaut, Water: Asia’s New Battleground, and Water, Peace, and War: Confronting the Global Water Crisis. Traducción: Esteban Flamini.

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