Suiza sin velo

De la democracia directa que gobernaba Atenas hace veinticinco siglos, solo queda Suiza. En el cantón de St. Gallen, los ciudadanos todavía se reúnen una vez al año en una gran explanada, como el ágora griega, para fijar la cuantía de los impuestos y, hasta hace pocos años, para excluir a las mujeres de la política. Esta democracia directa, que ya no se practica tanto, se manifiesta ahora en las urnas mediante referendos de iniciativa popular sobre todos los temas de la sociedad. Así, el pasado domingo, por iniciativa del partido Unión Democrática del Centro (UDC), cuyo activo comercial es el rechazo a los impuestos y a los extranjeros, los votantes prohibieron, con el 51 por ciento de los votos, «ocultar el rostro en los lugares públicos».

Nos sorprenderá en un momento en que se anima a toda la población, gravemente afectada por el Covid-19, a llevar mascarilla. Pero que nadie se engañe, el objetivo era el niqab musulmán. Al redactar así la pregunta, el único propósito era el de eludir la acusación de racismo, que podría haber provocado la anulación del referéndum. Pero para evitar cualquier malentendido sobre lo que de verdad estaba en juego, los carteles a favor de la prohibición mostraban a una mujer cubierta completamente por un velo negro, que solo mostraba su mirada agresiva.

Los medios de comunicación, al igual que la propaganda de los partidos a favor de la prohibición, calificaron el voto como una iniciativa antiburka, confundiendo el niqab, que cubre solo el rostro y es una costumbre árabe, con el burka que oculta todo el cuerpo, rostro incluido, y es una costumbre estrictamente afgana. Además, la prohibición no incluía el hiyab o pañuelo islámico, comúnmente utilizado en el norte de África y Turquía. Pues bien, aparte de estos matices étnicos, el referéndum no era un curso de islamología, sino una disputa sobre símbolos, esencialmente mitológicos. De hecho, la pregunta formulada y la respuesta dada no tenían nada que ver con la realidad suiza ni tampoco con las sociedades musulmanas.

Con una población de nueve millones de habitantes, Suiza tiene aproximadamente un cuatro por ciento de musulmanes, la mayoría de las veces con visados de trabajo temporales. Sin embargo, estos musulmanes, admitiendo que todos sean piadosos y practicantes, proceden en su mayoría de los Balcanes, donde se desconoce el uso del burka y el niqab, que ocultan el rostro, y el velo islámico, el hiyab, está muy poco extendido. Los musulmanes de Suiza son, ante todo, europeos que a veces practican su religión, pero sin gran fervor. La prueba de esta desislamización de los albaneses y otros kosovares es que en Suiza no hay mezquitas. Pero resulta que, en 2012, también por iniciativa de la UDC, un referéndum de iniciativa popular prohibió la construcción de minaretes, a pesar de que no había minaretes en construcción o planeados. Hoy en día, las escasísimas mujeres con el rostro oculto que podemos encontrar en Suiza son las esposas de los emires saudíes que invierten su dinero en Ginebra y algunas suizas convertidas, para quienes el velo integral es al mismo tiempo una proclamación y una provocación, pero nada que legitime ni un referéndum ni una prohibición.

Por lo tanto, las causas de este referéndum no deben buscarse en la realidad, sino en otra parte: es la manifestación de un miedo a la invasión más que a la invasión en sí, que no existe. Francia y Bélgica han prohibido el uso del velo islámico en las escuelas por las mismas razones un tanto fantasmales. Creo que este miedo a la invasión se basa en dos errores. El primero es creer que cualquier mujer musulmana que lleve velo se ha visto obligada a ponérselo por la presión familiar, lo que a veces es cierto y, por lo general, incorrecto. Miles de estudios sociológicos han demostrado que el velo es a menudo una opción, incluso un artículo de moda. Como los vaqueros rotos, pero más elegante. La prohibición del velo es, vista así, un ataque a la libertad individual o religiosa; por eso en Estados Unidos, por ejemplo, no se puede prohibir el velo.

El segundo error es confundir al islam y al musulmán. El islam en sí no existe; solo hay musulmanes de culturas infinitamente diversas, en relación directa con Alá por mediación del Corán, una obra de compleja interpretación. Esto introduce en el islam una pluralidad desconocida para el mundo cristiano. A veces es difícil comprender la relación entre una mujer con velo de Qatar, una bosnia, una javanesa en moto y una senegalesa con túnica. Todos ellas son musulmanas, pero todas son también, y a veces antes que nada, de un lugar y de una cultura.

De modo que este referéndum de Suiza es absurdo, pero sobre todo peligroso. Manifiesta un rechazo a los musulmanes en general, cuando deberíamos aprender a conocerlos porque, de hecho, vivimos juntos. Peligroso también, porque da a entender que hay un islam único y globalizado, que es la agenda política de los yihadistas. Solo los yihadistas más antioccidentales y potencialmente violentos habrán aplaudido este referéndum suizo. Me sorprende que no haya en Suiza suficientes oradores convincentes para contrarrestar esta islamofobia. También se observará que la democracia directa no es democracia: Atenas perece y Suiza está enferma.

Guy Sorman

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