Sumar para recuperar a la izquierda

Las consecuencias de la emergencia climática se han añadido en estos días tórridos de verano a las de la pandemia de la Covid-19, de la guerra en la frontera de Europa y de la pobreza y la hambruna como nuevos jinetes del apocalipsis.

En este mes de julio lleno de incendios catastróficos encadenados en España y en toda Europa como consecuencia del cambio climático, la sociedad líquida y del riesgo, que apenas habíamos empezado a conocer, se precipita aceleradamente hacia la sociedad gaseosa y eruptiva, de la incertidumbre y la catástrofe.

No es extraño que entre la ciudadanía predomine hoy una sensación de impotencia e inseguridad por el presente y de profunda preocupación y escepticismo, cuando no de fatalismo, ante el incierto futuro.

También en el ámbito de la política predomina el clima gaseoso y eruptivo, cuando otro de los líderes populistas más conocidos, Boris Johnson, se va. Y, sin embargo, el populismo que le encumbró permanece, tanto en la confrontación con la UE y en las soluciones simplistas sobre las consecuencias del brexit, como en la competencia sobre las subastas de impuestos entre los programas de los candidatos alternativos y en el partido Tory.

En España, el gobierno de coalición sufre el desgaste provocado por esta cadena de calamidades, al tiempo que los nuevos partidos populistas han entrado en un proceso de declive, donde se estancan o se desploman. Mientras, los partidos tradicionales que forman parte de la oposición conservadora, junto a las instituciones y los medios de comunicación, incorporan con naturalidad la demagogia y el populismo como parte de la cultura política de la nueva sociedad de hiperconsumo digital.

Como muestra de ello, no hay más que ver la mayoría de las respuestas políticas y las noticias publicadas sobre la pandemia, las consecuencias de la guerra o, últimamente, en relación al desastre de los incendios. Una serie incoherente de recetas simplistas y maniqueos sobre lo que se debió prever, a lo que se llegó tarde o como solucionarlo de un plumazo, cuando no de realidades alternativas, fake news y teorías de la conspiración sobre sus posibles culpables. Un cóctel indigesto con objeto de construir un relato con el que eludir las responsabilidades propias de las políticas y de las administraciones autonómicas con competencias en la materia para arrojarlas sobre el gobierno central.

Todo ello combinado con la nostalgia de un bipartidismo edulcorado, que en realidad nunca existió, para así responder a la aspiración ciudadana de estabilidad y seguridad frente a la situación de incertidumbre. En definitiva, vivimos entre el miedo, el agravio, el simplismo, la nostalgia y el resentimiento en medio de una nueva catástrofe, llegando hasta el límite de la irracionalidad de reprocharle al gobierno cataclismos globales, aún más que las carencias de las medidas o del ruido interno para hacerle frente. Piove, porco governo!

Es por eso que dentro de la oposición conservadora, el nuevo presidente del Partido Popular ha incorporado las propuestas populistas como parte esencial de su estrategia combinada de moderación en la forma y deslegitimación de fondo del Gobierno progresista, en un verdadero tándem con la ultraderecha.

A pesar de todo, tanto las encuestas recientes como el resultado favorable para el Gobierno del Debate del estado de la nación, lejos del fatalismo del cambio de ciclo hacia la derecha, mantienen aún abiertas las posibilidades de continuidad para la actual mayoría progresista a un año y medio de las elecciones. En definitiva, todavía hay partido.

El populismo ha resultado ser entre otras cosas una estrategia electoral de politización de la indignación, tanto para los nuevos partidos como Podemos, como para su coetáneo en la derecha; Ciudadanos. De este modo fue como los partidos de la estrategia populista y más en concreto Podemos logró hegemonizar la indignación expresada el 15M.

Pero lo hizo a costa de la ruptura con la tradición y la cultura de la izquierda del antifranquismo, el eurocomunismo y de la Transición, sustituidas por el delirio megalómano del "asalto a los cielos" de la revolución, el borrón y cuenta nueva con respecto a los compromisos de la Transición y la quimera de que todo es posible con la mayoría de la representación democrática, lo que obvia su pluralidad constitutiva, así como la legalidad y las instituciones democráticas.

Es por eso que el declive de Podemos comenzó con su aterrizaje en la política y su consiguiente incapacidad para llegar a acuerdos, sumado a la fracasada estrategia del sorpasso.

En resumen, como partidos genuinamente populistas hoy solo quedan los partidos de la huida hacia adelante del independentismo y su secante de la ultraderecha patriótica de Vox. Hoy, la izquierda forma parte de la gestión del Gobierno, mientras, por el contrario, la politización de la ira ya sólo la representa la ultraderecha.

En la actualidad, mientras Ciudadanos se desploma, Unidas Podemos pierde pie en las cámaras autonómicas y sólo repunta en las encuestas cuando se percibe a Yolanda Díaz como líder de ese espacio, lo que es un indicador del respaldo de la base social de la izquierda a la política de construcción de reformas fuertes, cuya revitalización se produjo como consecuencia del acuerdo de coalición y la llegada al Gobierno, con la vuelta de la estrategia de alianzas y reformas tradicionales de la izquierda. El punto de inflexión ha sido la concertación social y política de la reforma laboral y sus resultados para la mejora de la calidad de vida de los trabajadores.

Por esto, el liderazgo de Yolanda Díaz es el más apropiado para el relanzamiento y la apertura de la izquierda.

El proyecto Sumar, que acaba de comenzar, ha generado expectativa e ilusión en sus primeros actos de escucha. Expresa la necesidad de una izquierda capaz de construir para transformar la vida de las personas y hacerlo amablemente, sin crispación, sin la lógica que necesita un enemigo. Razón y emoción en la plataforma electoral y en el futuro proyecto político.

En este sentido, no sería suficiente un maquillaje ni una adaptación de Unidas Podemos a los nuevos tiempos. Tampoco sería una vuelta atrás para recuperar la izquierda interrumpida. La evolución es un concepto que hace posible conservar principios y valores, pero no permite caminar hacia el pasado. Aquella izquierda pensó su tiempo. Hoy, sobre ese aprendizaje, hay que pensar el nuestro.

Porque el debilitamiento de los partidos políticos, de las organizaciones y de la cultura política de la izquierda fue lo que facilitó su abducción por el populismo. Cuando llegó Podemos, nuestros problemas de proyecto político y de organización ya eran evidentes.

Se trata en definitiva de volver a la praxis política del reconocimiento de la pluralidad interna y en la sociedad, de los acuerdos y de los compromisos de gobierno, propias de la tradición y la cultura política de las izquierdas que se constituyeron desde la transición a la democracia. Como consecuencia, hay que reconstruir el proyecto laborista, republicano, federalista, feminista, pacifista y ambientalista. En síntesis, un proyecto democrático. Las lecciones de la pandemia, el cambio climático y la guerra así lo demandan.

Gaspar Llamazares es excoordinador general de Izquierda Unida, promotor de Actúa y autor del libro Pandemónium, diario de pandemia y populismo.

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