Sumisión

Subimos al avión con curiosa ansiedad. Las fechas son históricas y hay que estar preparado para todo, España del Norte podría separarse de España del Sur y, aunque se haga por la vía de la democrática consulta popular, estamos inquietos. En el avión todo parece normal. A mi lado viaja un hombre en sus sesenta, con discreto pijama de Ralph Lauren.

En nuestra fila hay un muchacho español. Adivino que es un español del Sur, pero podría ser de la España del Norte. No viaja con libros ni prensa, pero pide los diarios generalistas españoles, impresos en el Sur. Y también un periódico deportivo. Características de la España del Sur, nadie en el Norte leería el Marca, aunque viajando sin un libro, doce horas sobre el Atlántico, leemos cualquier cosa que nos caiga en las manos. Llegamos sin problemas. En el viaje me veo una película cómica de espías. Doblada al castellano.

SumisiónEs sábado, día antes de las elecciones. Intento ver debates por televisión, pero solo encuentro fútbol. Diversas teorías me vienen a la cabeza: ¿Censura? ¿Veda electoral? ¿O sencillamente la falta de formatos atractivos de dislate político, habituales en Argentina, en donde cada noche hay debates de ese tipo? Mucha gente se los toma en serio. Programas disparatados, que dan espacio a periodistas especialistas en nada. Actualidad accesible a las masas más que verdadera política.

Aunque compro los periódicos las noticias son más frescas en la versión digital. No ocurre así con la música, los discos no son mejores en la versión digital, aunque esa oferta es dolorosamente conveniente cuando no obliga a pagar casi ni un peso o euro. Mi compañera Supernova me dice que un millón de reproducciones digitales dejan una ganancia de 90 dólares. Concluyo que ahora los músicos son esclavos de corporaciones transnacionales que venden aplicaciones y calzado deportivo. Siento tristeza. También impotencia, pero no la que afecta a mi aparato reproductor, valga la redundancia.

Una noticia me llama la atención en los periódicos digitales: en algunas regiones autonómicas de España del Norte están prohibiendo a los perros ladrar en castellano, también está prohibido operar las orejas y el rabo a algunas razas que conocemos por sus puntiagudas orejas apuntando orgullosamente al cielo. Además prohíben a los perros actores en anuncios publicitarios y los espectáculos con perros habilidosos. Siento lástima por los orgullosos perros artistas y sus dueños, ahora sin trabajo. Me distraigo leyendo los comentarios de los lectores, aun sabiendo que la fauna que comenta en sitios online es reaccionaria y en algunos casos moralista e intolerante. Casi siempre energúmenos con tiempo de sobra e ideas de sobra. Los lectores-opinadores seriales insultan a los desalmados que por generaciones «arreglaron» las orejas que lucen algunas razas.

Llegué pensando que Europa estaba agobiada por el desempleo y los desalojos, preocupada por la ola de inmigrantes sirios. Sabía de la obsesión de los animalistas, pero consideraba prioritarias las inquietudes sociales y económicas y la desdicha de cientos de miles de personas huyendo del peligro del cercano Oriente. Leyendo los periódicos me entero que la Escuela de Tauromaquia de Madrid «Marcial Lalanda» va a dejar de recibir 60.000 euros en subvenciones y podría cerrar. Contrasta la noticia con que el presupuesto anual de la ciudad de Madrid trepa hasta los 6.000 millones de euros anuales. Considerando que la tauromaquia paga el IVA cultural más alto de Europa y que en Madrid se celebra la feria más importante del mundo (y las entradas son caras) no me parece que la escuela de toreros sea realmente deficitaria. Los comentarios digitales parecen redactados por las Juventudes Hitlerianas. Pienso entonces que las Juventudes, como el Ku Klux Klan, también invocaban teóricas razones morales para hacer lo que hicieron, así como el terrorismo magrebí actúa enajenado por una profunda razón (llamémosle motivación) religiosa. Es posible que los animales tengan derechos, pero no me consta ni soy un especialista en derecho. Ocurre que las personas tenemos más derechos, entre otros el de comer animales. Pensándolo mejor, la humanidad tendría que expandir sus derechos sobre los derechos de los animales para terminar de una vez por todas con el hambre, que es el verdadero asesinato.

Leo estas noticias con preocupación y cierta impotencia, aunque no es la clase de impotencia que complique mi verticalidad. Dormimos viendo una película de Abel Ferrara, la dedicada a la vida de Pier Paolo Pasolini. En la primera escena habla de política y moralismo. Son palabras profundas, que entiendo perfectamente. El moralismo es una enfermedad grave; me preocupa que también sea una epidemia. A juzgar por las dos noticias que leí en los periódicos y sus consiguientes comentarios de lectores es probable que sea La Epidemia.

Llegamos a España para la gran fiesta nacionalista, aunque prefiero decir «independencia», que es una palabra cristalina. De momento el nacionalismo va a partir el país en dos, una mitad que lo celebre y otra mitad que lo lamente. Además de una tercera mitad a la que nada le importa demasiado. Otras particiones se están estudiando, pero van a ser abstractas. Dudo que los territorios de España del Norte se separen físicamente de España del Sur, a lo sumo podrían construir una Muralla China, o una «línea» como la que separa Tijuana de Estados Unidos. Nada debería afectarme demasiado, pero la mezcla de fervor nacionalista con «moralistas animales» me preocupa un poco.

Al día siguiente vamos a comer a nuestro restaurante habitual en Madrid. Compramos además tres discos de Miles Davis grabados entre 1955 y 1958 y tres libros, incluyendo una novela que transcurre en Francia «en un futuro muy cercano, previo a unas elecciones que podría ganar un partido islamista moderado en coalición con los socialistas; como opción a los ultraderechistas».

Vuelvo a mi casa temeroso. Reviso mi teléfono en busca de fotos inconvenientes: banderas españolas, banderas de España del Norte, simbología tauromáquica, animales amaestrados… Pienso en borrar esas imágenes para no poner en peligro la integridad de mis seres queridos. Soy un inmigrante, aunque tengo mis papeles en regla, estoy en España del Sur. Tengo un viaje programado a España del Norte. Todo es inquietante y peligroso: soy un conocido aficionado a la lidia, mi rostro fue visto en periódicos en los festejos de San Isidro o Aguascalientes. Soy compasivo y tierno con los animales, pero no sé si tendré tiempo de demostrarlo cuando los moralistas vengan a golpear mi puerta.

Andrés Calamaro, músico y escritor.

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