Suspenso general

Como el mal de muchos es consuelo de tontos, de poco nos sirve constatar que nuestra clase política ha fallado la última prueba, unos por hacer las cuentas del Gran Capitán, otros por hacer las de la lechera. Los nacionalistas catalanes a la cabeza: esperaban estar hoy en esa especie de edén que era la República Catalana, y así se lo hicieron creer a sus seguidores, para encontrarse con sus dirigentes en la cárcel o fugitivos de la Justicia, con miles de sus empresas en otras comunidades españolas, con ningún reconocimiento internacional, divididos entre sí y, lo más trágico, sin haber comprendido que «lo que no puede ser no puede ser, y, además, es imposible», pidiendo lo que no puede dárselo ningún gobierno español aunque quisiera, al no estar autorizado. El nacionalismo, junto a santos, crea monstruos.

El segundo en equivocarse fue el presidente de Gobierno. Pedro Sánchez tomó su escuálida victoria del 28 de abril como un triunfo apoteósico y se dispuso a gobernar en solitario, pactando con unos u otros según le conviniese y divirtiéndose viéndoles pelearse entre ellos. Se le escapó la advertencia de las elecciones del 26-M, que no le fueron tan favorables, eligió «socio favorito» a Iglesias, para dejarle tirado luego, y cuando se enteró de que la sentencia del «procés» caería en octubre, dejó pasar los meses confiado en que el malestar de los españoles creciera, las grietas en el secesionismo se ampliaran, Casado no lograría arrancar, Rivera cometería errores en su impaciencia, Iglesias seguiría intentando asaltar el cielo y Abascal continuaría diciendo esas cosas que asustaran tanto al centro-derecha como al centro-izquierda, permitiéndole seguir en La Moncloa sin hacer nada. Hoy, ante su sorpresa, se encuentra con que el PP le pisa los talones, los votantes que Ciudadanos va a perder no van a votarle el 10-N o se quedan en casa. Iglesias aguanta por ser más fiel a sí mismo, más admirado que cambiar de pareja. Aunque todos ellos luchan a la desesperada por no ser los grandes perdedores el 10-N. Confiaba haber dominado a estas alturas el centro del campo político español, con el alejamiento de Iglesias y guiños a Rivera, que éste, al darse cuenta del precipicio en que estaba cayendo, facilitó levantando su línea roja con él, pero lo único que ha conseguido es hacer más evidente que ni uno ni el otro son de fiar. Que Ciudadanos esté en algunas encuestas a la altura de Vox indica el seísmo ocurrido en la escena política española. Aunque el mayor peligro tanto para Sánchez como para Rivera viene del nacionalismo. Me habrán leído más de una vez que las elecciones del 10-N iba a decidirlas el tema principal de su campaña: si era el miedo a Vox, como ocurrió el 28-A, el PSOE las ganaría de calle, aumentando su ventaja sobre todos los demás. Si era Cataluña, ocurriría justo lo contrario. Sánchez ha venido evitando ese tema, hasta el extremo de no responder a la pregunta que en todas partes se le hacía sobre el posible indulto de los líderes nacionalistas en caso de ser condenados. «Eso habrá que dejarlo para cuando salga la sentencia», era su respuesta estándar. Ayer, sin embargo, empezó a ser concreto. «La sentencia (del Supremo) tiene que ser acatada y cumplida íntegramente», lo que significa que no habrá indulto por su parte. Con lo que se pone la venda antes de recibir la pedrada, pues uno de los grandes temores que había era precisamente que, a cambio de sus votos, les indultase. Aunque fiarse de la palabra de Sánchez, sobre todo en periodo electoral, lleva siempre el peligro de llevarse un chasco. En cualquier caso, que llamase a los líderes de los paridos más o menos constitucionalistas para escuchar la opinión sobre las medidas a tomar si el orden público se ve amenazado en Cataluña por el tsunami nacionalista prueba que Sánchez ha visto las orejas al lobo. Seguro que el artículo 155 era una de las últimas opciones con que contaba, pero me habrán oído decir también que, si ve en peligro su colchón en La Moncloa y el uso del Falcon, echa mano de él. Lo sabremos en las próximas horas o días, que van a ser de infarto.

Otro al que no le han salido las cuentas es el tribunal encargado del juicio con su carismático presidente al frente. Todas las alabanzas que mereció por la forma de llevarlo se vuelven dudas al evaluar su sentencia. Dejarla filtrar antes de ser firmada fue un descuido imperdonable en un tribunal de tal altura y si se hizo a propósito, como circula, para ralentizar el impacto, peor todavía, pues, como hemos visto, no lo consiguió. Al independentismo no se le engaña con esos trucos tan simples. Al revés, se le azuza. A estas alturas, deberíamos saber que no se conforma con una parte. «It’s all or nothing!» decía la pancarta en inglés de los empleados del Ayuntamiento de Gerona. «Es todo o nada!» y toman cualquier concesión como signo de debilidad.

Lo único que respetan es la fuerza y usan la mentira y el chantaje con la mayor naturalidad. Ese diálogo que piden día y noche no significa intercambio de ideas o concesiones sino que se les dé lo que piden sin dar siquiera las gracias, por creer que les pertenece. Pese a que el derecho a la autodeterminación no figura en ninguna Constitución europea, ellos lo invocan como si fuese el primer artículo de todas ellas, ya que no se creen obligados a respetar las normas de comportamiento. No tienen el menor inconveniente en chantajear y rebajar la pena de «rebelión» a «sedición» les ha confirmado que el Supremo les da parte de razón, más cuando el argumentario empleado resulta inquietante. Reconocer que «hubo violencia, pero sin poner en peligro el orden constitucional», calificar de «alzamiento público y tumultuario» los desmanes ante la Delegación de Hacienda en Barcelona, admitir que la declaración de independencia fue una «ensoñación» y omitir la petición de la Fiscalía de obligarles a cumplir la mitad de la pena antes de acceder al tercer grado penitenciario si hay indulto, (lo que significa que los condenados pueden pasar las próximas Navidades en casa) es casi aceptar su argumentario. Los disturbios del lunes, con auténticas batallas campales en el aeropuerto del Prat, y ante la Jefatura Superior de la Policía Nacional en Barcelona, advierten que saben lo que quieren y están dispuestos a luchar por ello. Por no hablar de que ninguno en la cárcel o fuera, ha mostrado arrepentimiento por la sedición a que han sido condenados ni mostrado el propósito de no volver a hacerlo. Bien al contrario, el discurso de todos ellos ha sido «¡Repitámoslo!».

Vamos a ver qué hacen tras tan beligerante comienzo. Si el tsunami democrático, como llaman al intento de paralizar no ya Barcelona, sino Cataluña entera a base de marchas desde distintos puntos, generalmente centros de enseñanza, continúa y cómo responde el Gobierno de la nación, porque su gobierno ya sabemos cómo ha reaccionado: tachando de «venganza» la sentencia del Tribunal Supremo y de represivo el régimen español. Si tuviera que describir en una frase el pulso en Cataluña, no me atrevería a decir que el Estado de Derecho español se ha impuesto, solo resistió. A ellos les basta para continuar el desafío. Nosotros necesitamos que prevalezca la ley y el orden, pilares de la democracia.

José María Carrascal es periodista.

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