Tal día hizo un año (y algunas honrosas excepciones)

¿Estamos mejor, igual o peor que hace un año?

Hace un año, por estas mismas fechas, andábamos metidos en la campaña electoral de las generales. Qué gran momento aquel, el último en el que la inmensa mayoría de los políticos estuvieron de acuerdo en algo importante. También la mayoría de los españoles. Quedaban fuera de ella los nacionalistas (reincidentes), comunistas (retorcidos) y ex terroristas (irredentos): la amnistía era inconstitucional y «jamás, jamás, jamás» se podría promulgar en España. Desde Prim no habían vuelto a oírse aquí tres jamases parecidos.

Lo que sucedió después es demasiado reciente aún para que nadie, ni los peces, lo haya olvidado. Salió Ese al cadalso de la calle Ferraz y proclamó, siendo menos: «Somos más, vamos a levantar un muro».

Tal día hizo un año (y algunas honrosas excepciones)
Toño Benavides

Ha transcurrido un año y quienes 24 horas antes afirmaban que esta amnistía era inconstitucional, hubieron de chapotear en el fango moral para justificar su desvergüenza, y la amnistía pasaba a ser constitucional: siete votos bien valían una misa, y aun el rosario de la aurora.

De un año a esta parte lo sucedido ha estado centrado en esa amnistía de la que muchos (no los magistrados del Tribunal Supremo) parecen haberse desentendido ahora, como si nuestra pituitaria moral hubiera acabado por acostumbrarse a la hedentina.

Y se ha producido un hecho curioso. Varios en realidad.

Nadie duda de que el mundo o mundillo de las artes y las letras es en España mayoritariamente de izquierdas. Ellas dominan. Se le da una patada a una piedra y al momento aparecen dos mil artistas, escritores, poetas, actores, editores o cineastas de izquierdas. Cabría dudar en muchos casos de su talento, pero no de su adhesión inquebrantable al «ideario» (y de paso, a su caudillo). Por ejemplo, los que firmaron contra Díaz Ayuso el famoso «manifiesto de los veintiséis infernales años» (o veintisiete, ya no me acuerdo), eran dos mil (o más). Pero el hecho curioso es este: los «cambios de opinión» de Ese, sus mentiras y trapacerías judiciales, la corrupción de su Gobierno o su amaños con los delincuentes nacionalistas no les ha afectado lo más mínimo. En cultura la izquierda prestigia y la derecha es duda, dicho deportivamente.

Hace unos días le exponía uno a un colega (de izquierdas por supuesto) este hecho aún más curioso: la mayoría de los intelectuales, filósofos, escritores, profesores que han combatido estos años a Ese sin desmayo, hasta la extenuación, suya y de los lectores, han sido de izquierdas (y ha de recordarse: entre ellos algunos de los más inteligentes y prestigiosos del país). Conservan de sus años antifranquistas (cierto, muchos son tan viejos como para haber sido antifranquistas) el arrojo y el desprecio a cualquier forma de gobierno autoritario. Y la insumisión. Y han arrostrado insultos, cancelaciones y fatwas por defender lo mismo que defendía Ese hace tan solo un año.

Por ello llama más la atención que en este tiempo prácticamente ninguno de los artistas, escritores, etc. sedicentemente de izquierdas haya protestado de los abusos de ese Ese. Es decir, de la abusiva desconsideración con la que este trata su inteligencia (y la de todos). De hecho, el contraste es aún más llamativo: se comprende (más bien no) que ninguno de ellos haya escrito, por ejemplo, ni una sola línea contra una amnistía que también les parecía inconstitucional. A uno personalmente, sin embargo, le ha escandalizado aún más que tampoco lo hayan hecho a favor. Qué menos. Nunca los escritores, actores o artistas de izquierdas han estado más callados que hoy. Ni en el franquismo. Solo caben estas explicaciones: o son cobardes o les humilla la controversia sin tener a mano un solo razonamiento decente o han dejado de ser de izquierdas, o sea gentes críticas con el poder (venga de donde venga).

Porque la pregunta clave es esta: ¿y cómo, habiendo tanto talento creativo en la izquierda y tantos escritores, poetas, cineastas, intelectuales, actores y profesores, ninguno de ellos (salvo algunas honrosas excepciones) está dispuesto a comprometer ni una de sus neuronas a la bella causa de mantener a Ese en el poder siquiera para contener a la ultraderecha?

Claro que la ultraderecha ya no es lo que era: acaba de romper sus acuerdos de gobierno con el Pp en cinco comunidades. Quizás ahora los intelectuales, escritores y artistas orgánicos se decidan a pedirle a su presidente que rompa él también con la extrema izquierda que forma parte de su Gobierno y con la extrema derecha nacionalista catalana gracias a la cual puede gobernar en España con la extrema izquierda. Otra bella causa. Pero no ocurrirá. No se les oirá ni leerá una sola palabra de este asunto, como tampoco se las hemos oído o leído de los otros.

Puede que en el fondo a algunos les repugnen tantas corruptelas (a los más cínicos), pero defenderán rabiosamente a «sus» corruptos, únicamente porque son los «suyos», y las suyas han sido corrupciones siempre por una buena causa (por ejemplo, con los Ere andaluces o los independentistas).

Nada tan duro como vivir del aplauso del público sin molestar al César, si acaso no es el César el que les paga su circo. Así que no esperen tampoco manifiestos ni declaraciones a favor de Ese. Y menos a medida que el barco empiece a hacer aguas. Tratarán de llevarlo lo más cerca posible de la playa, para ganarla a nado. Allí donde han guardado la ropa.

O sea, que sí: estamos cada día un poco mejor. Aunque no lo parezca.

Andrés Trapiello, escritor.

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