Tambores de guerra

Entre otras muchas cosas, las elecciones del 9-M sirvieron para confrontar dos modelos lingüísticos para Catalunya: el que con ciertos matices defienden los tres partidos del Govern más CiU y el que postulan al unísono el PP y Ciutadans.

La instrumentalización de la lengua por parte del PP le sirvió para recuperar dos diputados de los seis que había perdido en el 2004, a pesar de un ligero retroceso en el nú- mero de votos: un resultado suficiente para cerrar el paso a Albert Rivera (que ya lo tenía bastante crudo para entrar en el Congreso), pero no para recortar distancias con el PSC, que era la única manera de llevar a Mariano Rajoy a la Moncloa. Si en el 2004 el PSC le sacó 15 diputados de ventaja al PP, ahora son 17, aún más lejos de los 5 del año 2000, cuando José María Aznar alcanzó su mayoría absoluta.

Es probable que el PP saque alguna conclusión de semejantes resultados y amortigüe su beligerancia lin- güística en el futuro. Una prueba de ello podría ser la relativa condescendencia con que su diputado Rafael López Rueda se expresó el pasado 26 de marzo, durante una comparecencia de Bernat Joan, secretario de Política Lingüística de la Generalitat, en el Parlament. López Rueda expresó su acuerdo con la premisa de que "el catalán es una lengua minorizada", y expresó también su conformidad con los objetivos de la política lingüística del Govern, que él mismo definió como "recuperar espacio social para el catalán"; incluso calificó de "fantásticos" los aspectos de fomento de esa política como el voluntariado lingüístico.

Al otro lado del pasillo, la portavoz de ERC en el debate, Marina Llansana, no fue menos complaciente con su correligionario, un Bernat Joan que por cierto ha hecho una evolución personal sorprendente. En sus libros (por ejemplo, Sociolingüística a l'aula), Joan explica que en una situación de normalidad lingüística, "el catalán desplazaría al español de los ámbitos de uso que le ha usurpado, y constituiría la lengua habitual en el intercambio social". El 30 de octubre del 2007, Joan todavía escribía en este mismo periódico que un reto fundamental de la política lingüística catalana era "hacer de la lengua catalana la lengua de la plaza pública", y situaba la "minoría" hispanohablante al mismo nivel que "la gallega, la amazigh, la tagala, y tantas y tantas otras". En contraste, el 26 de marzo del 2008 Bernat Joan expuso a los parlamentarios su convicción de que "el avance del conocimiento y del uso del catalán no se tiene que ver como un objetivo que implique el retroceso del castellano, ni el castellano se tiene que considerar como un obstáculo para la consolidación del catalán".

Pero aunque Llansana limitara su intervención del día 26 a preguntas facilonas, lo cierto es que en ERC la procesión va por dentro. Lo que queda de legislatura podría ofrecernos un espectáculo imprevisto: el PP dispuesto a pacificar el debate lingüístico y un partido del Govern dispuesto a atizarlo de nuevo, so riesgo de comprometer su estabilidad. Conociendo a ERC, ahora mismo es imposible saber cuál será el resultado de su congreso de junio, pero hay razones para pensar que, una vez finiquitado Carod-Rovira, cualquier dirección que surja de él puede llevar al partido a tensar de nuevo la cuerda lingüística. Al inicio de la legislatura, Carod lanzó su conocido discurso de despolitización de la lengua, y acaso como reflejo de esa posición ni el Pla de Govern 2007-2010 ni el Pla de política lingüística per a la VIII legislatura prevén una nueva ley de política lingüística.

Pues bien, lo cierto es que, salvo el carodiano Benach, todos los candidatos a dirigir ERC han mostrado alguna vez su oposición a las tesis de Carod. El 28 de junio del 2007, en el Word Trade Center, Jo- an Puigcercós lanzó una velada invocación a la "guerra lingüística". Dos días después, en el Auditori, Joan Carretero, con su llaneza característica, no pudo ser más claro respecto a las ideas de Carod: "Se ha de politizar la lengua". Por su parte, la Esquerra Independentista de Jaume Renyer y Uriel Bertran no se queda atrás: en su manifiesto, la segunda "necesidad" de Catalunya, después de "un modelo de financiación basado en el concierto económico", es "una nueva ley de política lingüística".

En este escenario de puja interna, no debemos perder de vista la posición de los demás partidos. El pasado día 26, el representante de CiU, Carles Puigdemont, fue el único en pedir una reforma de la ley de política lingüística; no olvidemos que la suma de CiU y ERC en el Parlament da para aprobar lo que sea. Por lo que respecta al PSC, aún parece instalado en el criterio de subcontratar la política lingüística a ERC. Desde la seguridad de su reciente victoria electoral, el PSC debería considerar la posibilidad de dejar su pose de convidado de piedra para hacer algo que todavía no ha hecho: liderar la po- lítica lingüística de Catalunya. Y hacerlo, claro está, sobre la base de una convicción que no sea, como en el caso de Bernat Joan, una mera exigencia del guión. El día 26 Joan no mencionó para nada el "gran acuerdo nacional para las competencias lingüísticas en Catalunya" del Pla de Govern 2007-2010, que debería asegurar que "todos los ciudadanos conozcan y puedan utilizar como mínimo el catalán, el castellano y el inglés". ¿Por qué no empezar por ahí?

Albert Branchadell, profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB.