Tambores de guerra en Cachemira

Las tensiones entre la India y Pakistán están en su nivel más alto en décadas, y muchos temen que estos dos vecinos nucleares estén al borde de otra guerra por la región disputada de Cachemira. Pero este último estallido es diferente a los anteriores.

El conflicto por Cachemira comenzó en 1947. Cuando Pakistán dio apoyo a un movimiento insurgente musulmán en el Principado de Jammu y Cachemira, su gobernante, el maharajá Hari Singh (hinduista) decidió ceder el territorio a la India a cambio de ayuda militar. Pero como la población del estado era predominantemente musulmana, Pakistán protestó y envió tropas, a lo que la India respondió con tropas propias.

Siguió una guerra sin vencedores ni vencidos, que terminó cuando en 1949 Naciones Unidas negoció un alto el fuego. Como parte del acuerdo, el estado se repartió entre la India y Pakistán, división que se mantiene hasta el día de hoy.

Luego en 1965 el enfrentamiento se reactivó cuando Pakistán envió tropas a una zona de Cachemira controlada por la India para alentar a los locales a rebelarse contra sus “ocupantes”. Pero en vez de una rebelión, Pakistán consiguió una fuerte respuesta de la India. Se desató una guerra que duró 17 días, tras la cual prevaleció el statu quo.

Los combates se reanudaron en 1971, pero esta vez la disputa no fue por Cachemira. Cuando la guerra civil entre lo que entonces era Pakistán Occidental y los independentistas bengalíes de Pakistán Oriental generó una ola de refugiados desde el este, la India empezó a dar apoyo a los grupos rebeldes. Pakistán Occidental tuvo que rendirse, y Pakistán Oriental pasó a ser un estado independiente: Bangladesh.

Luego, en 1999, se desató otra escaramuza indopakistaní por Cachemira, después de que Pakistán envió tropas al distrito de Kargil, controlado por la India; esta respondió vigorosamente, con ataques aéreos y amenazas de guerra total. Los combates terminaron cuando el presidente estadounidense Bill Clinton convenció al primer ministro pakistaní Nawaz Sharif para que retirara sus fuerzas del área.

Aunque los conflictos previos entre ambos países los provocó Pakistán, el actual lo está impulsando la India. Es verdad que la escalada se inició tras un atentado suicida contra la policía paramilitar india ejecutado por un joven miliciano el 14 de febrero en un área de Cachemira controlada por la India, en el que murieron 40 personas. Al día siguiente, el grupo terrorista Jaish-e-Mohammed, con base en Pakistán, se atribuyó la autoría.

El gobierno de la India prometió represalias no sólo contra Jaish-e-Mohammed, sino también contra Pakistán, pero la mayoría de los analistas coinciden en que esta decisión no refleja una evaluación justa de la situación. Técnicamente Jaish-e-Mohammed opera desde Pakistán, pero tiene cada vez más seguidores entre jóvenes que viven en la parte de Cachemira controlada por la India, como el terrorista suicida del 14 de febrero.

La razón es sencilla. En un intento de controlar la insurgencia en Cachemira, el gobierno del primer ministro indio Narendra Modi convirtió al estado en una de las zonas más militarizadas del mundo, con presencia de 250 000 operativos armados; los abusos cometidos por este personal alentaron a muchos jóvenes a unirse a organizaciones extremistas.

Pero Modi tiene motivos políticos para ignorar esta realidad y echar la culpa a Pakistán. Él y su Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party) tienen ante sí una reñida campaña electoral. En 2014, una victoria aplastante le permitió al BJP formar gobierno solo, tras décadas de gobiernos de coalición en la India. Pero el año pasado el BJP perdió las elecciones en varios estados. Por eso cuando muchos seguidores del BJP salieron a las calles portando pancartas con consignas que hablaban de “atacar y aplastar a Pakistán”, Modi estuvo bien dispuesto a complacerlos.

La represalia de la India pasó en poco tiempo de medidas económicas –por ejemplo, un arancel del 200% a las importaciones desde Pakistán– a un ataque aéreo cerca de la ciudad pakistaní de Balakot, dirigido según la India contra un campo de entrenamiento de Jaish-e-Mohammed. Al día siguiente se enfrentaron aviones de combate; Pakistán derribó un avión indio y retuvo a su piloto (que después fue liberado).

El primer ministro pakistaní Imran Khan sigue negando cualquier responsabilidad por el ataque inicial y pide un diálogo; esto, sumado a la decisión de su gobierno de liberar al piloto capturado puede ayudar a reducir las tensiones. De hecho, Khan es un líder pakistaní muy diferente –y lidera un partido político diferente– a los que antes atizaron el conflicto en Cachemira.

El partido de Khan, Pakistan Tehreek-e-Insaf, tiene el apoyo de muchos de los jóvenes pakistaníes –una inmensa proporción de la población del país, cuya mediana de edades apenas llega a 24 años–. Cuando en la elección del año pasado hasta el 60% de los jóvenes votaron por Khan y el PTI, no estaban pensando en rehacerse con el control de Cachemira, sino que demandaban un gobierno que proveyera educación, atención médica y empleos de calidad.

Como escribió Fatima Bhutto, sobrina de la asesinada política pakistaní Benazir Bhutto, pese a que en Pakistán la “historia reciente ha sido sangrienta”, su “largo historial de dictaduras militares y haber experimentado el terrorismo y la incertidumbre llevan a que los pakistaníes de mi generación no toleren ni deseen patrioterismo y guerra”. Como reconoce Bhutto, al parecer Khan lo comprende. En un discurso televisado, este declaró: “Mi pregunta [al gobierno indio] es si con las armas que tenemos podemos permitirnos un error de cálculo”.

El enfrentamiento en Cachemira puede provocar una sensación de déjà vu, pero el hecho es que la dinámica hoy es totalmente distinta: ahora Pakistán es el lado que aspira a la paz. Depende del gobierno de Modi mirar más allá de los intereses políticos inmediatos y permitir un alivio de las tensiones en Cachemira. Si lo hace, tal vez el próximo gobierno indio pueda aprovechar el cambio que tuvo lugar en Pakistán para trabajar en pos de la paz estable y duradera que el pueblo de Cachemira se merece.

Shahid Javed Burki, a former finance minister of Pakistan and vice president of the World Bank, is currently Chairman of the Shahid Javed Burki Institute of Public Policy in Lahore. Traducción: Esteban Flamini.

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