Tánger: diálogo vivo entre culturas

Como Zaragoza en 2008, Tánger debería ser la sede de la Exposición Internacional programada para 2012. En Zaragoza se tratará uno de los temas prioritarios para el planeta que vivimos: el agua y las ciudades. Un recurso escaso en un mundo cada día más urbano y en medio de un cambio climático que parece irreversible. Tánger, por su parte, propone un diálogo entre las diversas culturas que hacen complejas y ricas las relaciones entre los pueblos del mundo. Y en el éxito o fracaso de este diálogo se juegan la convivencia en paz o el enfrentamiento. Y ésta es la prioridad de las prioridades para encontrar un marco razonable en las relaciones internacionales, en el seno de sociedades cada vez más complejas por los flujos migratorios.

Tánger parece diseñada para este gran ejercicio de diálogo, para ese esfuerzo de comprensión del otro. Por su historia, por su ubicación geográfica, por su personalidad multicultural, por su espíritu de ciudad acogedora, cordial, cargada de la inconfundible hospitalidad de sus gentes.

Cruzo con frecuencia esos 14 kilómetros de Estrecho entre Marruecos y España, entre Europa y África. Esa lengua de mar que une el Atlántico y el Mediterráneo. He tratado de penetrar en su identidad, tan próxima y diferente a la nuestra, y he podido ver su impresionante transformación física en los últimos años.

En la historia de la ciudad ha habido tantos momentos culminantes y tanta vida cosmopolita que los periodos de crisis no han afectado a su vitalidad, ni han borrado el atractivo de sus rincones. Además, en los últimos años, lo que llevamos de siglo XXI, todo el norte de Marruecos, pero especialmente Tánger, conoce un nuevo renacer, un salto a la modernidad recuperando sus raíces. Desde el proceso de recuperación de la bahía, las infraestructuras de acceso a la ciudad o su desarrollo urbanístico, hasta la facilidad de las conexiones con España y Europa, la ciudad y la zona que la rodea han dado un salto impresionante.

Presentar a Tánger como lugar de encuentro de culturas, como cruce de las grandes rutas del devenir humano, es hacer honor a su historia. Proponerla como sede de una Exposición Internacional que analice los caminos para unir al mundo pluricultural, complejo y cargado de tensiones, es un propósito digno de todo el apoyo de la comunidad internacional.

Tras la caída del muro de Berlín y la superación del antagonismo basado en dos bloques ideológicos que se excluían recíprocamente, nos encontramos ante otro desafío: nuestra capacidad para el entendimiento entre diferentes percepciones del mundo, percepciones basadas en razones étnico-culturales, creencias religiosas y niveles de desarrollo y bienestar.

Hemos vivido un siglo XX atenazado por dos guerras europeas que devinieron mundiales y por una guerra fría. Entre los bloques antagónicos de esta guerra fría se hizo posible la coexistencia pacífica, aunque basada en el equilibrio del terror, en la convicción de que la destrucción mutua estaba asegurada si el equilibrio se rompía. Imposible añorarlo, pero es necesario reconocer que era un mundo más previsible, más identificable. Sin embargo, paradójicamente, era más falso.

El esquema cambió, no sólo por la desaparición de uno de los bloques, sino por el impacto de una revolución tecnológica que altera vertiginosamente las relaciones entre los seres humanos y crea nuevas formas de interdependencia, a pesar de que esté cargada de desequilibrios. La realidad aflora con toda su complejidad de identidades, de pautas civilizatorias diferentes, que se mezclan a través de los medios relacionados con la red y a través de los intensos flujos migratorios.

Del conocimiento y del reconocimiento de esa diversidad, mucho más real que la invención del reparto del mundo por la adscripción a las ideologías enfrentadas del siglo XX, depende un futuro de paz o de enfrentamiento. Aunque no hay datos que avalen el llamado choque de civilizaciones, y sí muchos que nos hablan del choque de intereses, sin diálogo puede terminar convirtiéndose en una profecía autocumplida.

En Tánger han convivido durante siglos las tres religiones del Libro. Por Tánger pasaron y pasan las rutas entre Europa y África, entre el Mediterráneo y el Atlántico. Allí podemos encontrar raíces culturales que compartimos siendo diferentes y que propagamos hacia el continente americano. Por eso, el impacto de la llegada a la ciudad es al principio de sorpresa ante un mundo tan diferente a sólo 14 kilómetros de nuestras costas, pero enseguida nos sentimos acogidos, envueltos en esa realidad que al poco deja de sernos extraña.

En España encontramos enclaves que representan históricamente ese cruce de culturas que tanto necesitamos identificar mediante el diálogo. En Tánger nos parece que está aún vivo. Desde los vestigios fenicios y romanos, hasta la presencia musulmana o la comunidad judía y cristiana, en esta ciudad hay parte de la historia de todos, porque ha estado y está en la ruta necesaria de todos: europeos o africanos, árabes o bereberes.

Allí es posible el diálogo como comprensión del logos del otro. Allí es posible dar pasos hacia un mundo que conviva en paz respetando la diversidad. Por eso merece la pena el esfuerzo para convertirla en la sede de la Expo 2012.

Felipe González, ex presidente del Gobierno español.