Tauromaquia e identidad cultural

El Congreso de los Diputados admitió a trámite el pasado 12 de febrero una iniciativa legislativa popular, respaldada con cerca de 590.000 firmas, en la que se contienen una serie de medidas en defensa de la Tauromaquia como bien de interés cultural. Dicha iniciativa, surgida e impulsada directamente por la ciudadanía y no por un gobierno o un partido político, constituye sin duda un hito inédito tanto por su contenido –nunca antes una iniciativa legislativa popular había tenido como objeto la defensa de un fenómeno cultural– como por su valor no ya sólo jurídico o político sino, sobre todo, histórico y social.

Debatir a estas alturas si la Tauromaquia –y utilizo deliberadamente este término como un concepto que va más allá de la Fiesta de los Toros para englobar todas las manifestaciones y variantes del fenómeno taurino– es o no un bien cultural llevaría a la reiteración de una obviedad. La Tauromaquia no es sólo un elemento indiscutible, irrenunciable y ancestral del patrimonio cultural español, sino también una manifestación artística cuya riqueza le aporta una dimensión de transversalidad, más allá de su propia identidad: la Tauromaquia tiene tanto un valor artístico propio como el valor añadido que le aporta el ser un elemento de influencia e inspiración en otras manifestaciones culturales, ya sea la pintura, la escultura, la literatura, la música, la fotografía o la cinematografía. Innecesario resulta también extenderse en la presencia e influencia de la Tauromaquia en la obra de un sinfín de creadores. Baste recordar como ejemplos la presencia de lo taurino en la obra de Goya o Picasso, de García Lorca o Hemingway, de Alberti, Falla, Neruda, Ortega y Gasset, Turina o tantos otros maestros e incluso, como referencia más contemporánea e inmediata, en la reciente ganadora de los Premios Goya, la «Blancanieves» de Pablo Berger.

De lo que se trata pues no es ya tanto de una innecesaria reivindicación de la identidad cultural de la Tauromaquia sino de devolver a ésta dicha identidad liberada de los ropajes que en los últimos tiempos la han ocultado al querer convertirla en instrumento de debate y confrontación política. Cultura y política no deben ser nunca conceptos contrapuestos sino íntimos aliados. Toda manifestación cultural debe vivir, evolucionar y desplegarse sin la injerencia contaminante de intereses partidistas o ceguera «La Tauromaquia, como cualquier otro arte, debe respirar en libertad. La cultura nunca debe ni prohibirse ni imponerse. Desde el poder político, la cultura debe protegerse y fomentarse. Ése es el espíritu de la iniciativa legislativa recientemente aprobada, más allá de sus necesarios ajustes jurídicos» ideológica. El principio más elemental, más primario, que ha de regir la cultura es la libertad. Privar de libertad a cualquier disciplina artística es tanto como privarla de su misma esencia, transformarla y pervertirla para convertirla en panfleto o en eslogan y, a la postre, en arma arrojadiza. Cualquier manifestación cultural, cuando se infecta de tentaciones radicales o adoctrinadoras o simplemente se transforma en argumento electoralista y en pretexto propagandístico, pierde de inmediato su identidad natural. Por ello, la Tauromaquia, como cualquier otro arte, debe respirar en libertad. La cultura nunca debe ni prohibirse ni imponerse. Desde el poder político, la cultura debe protegerse y fomentarse.

Ése es el espíritu de la iniciativa legislativa recientemente aprobada, más allá de sus necesarios ajustes jurídicos. El mismo espíritu que ha inspirado el traspaso de las competencias del Estado en asuntos taurinos del Ministerio del Interior al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Un cambio que pretende ir más allá de lo simbólico para convertirse en un auténtico refuerzo de la identidad cultural de la Tauromaquia. El ejercicio político y administrativo de dichas competencias debe ceñirse y orientarse, sin duda, a esos dos principios básicos que deben regir la relación entre cultura y política: fomentar y proteger.

A tales fines se han orientado las principales medidas ya tomadas desde dicho Ministerio. La reactivación de la Comisión Consultiva Nacional de Asuntos Taurinos –recientemente reunida tras trece años sin haberlo hecho– busca la suma de esfuerzos entre las diferentes Administraciones Públicas y los principales actores del sector en la búsqueda de medidas que actualicen, protejan y promuevan la Tauromaquia alejada de la instrumentalización política. La reciente concesión del primer Premio Nacional de la Tauromaquia respalda dicha identidad cultural instituyendo un galardón que desde hace años se otorga en las demás disciplinas artísticas. La presentación de las conclusiones del Grupo de Expertos, independiente y plural, constituido por el Ministerio ha ofrecido las bases de lo que será un futuro pero inminente Plan de Fomento y Protección de la Tauromaquia.

Pero, además, dignificar la Tauromaquia como patrimonio cultural y a sus profesionales como garantes de dicho patrimonio debe ir unido al reconocimiento de que, como toda expresión artística, la Tauromaquia es también una industria cultural que debe ser protegida. Una industria que celebra en torno a los 2.300 festejos anuales y de la que forman parte 9.501 profesionales oficialmente registrados, 1.398 empresas ganaderas de reses de lidia y 43 escuelas taurinas, a lo que deben añadirse las empresas organizadoras de los festejos y la interrelación con la industria turística y la alimentaria. El volumen de negocio, de puestos de trabajo y de capital que gira en torno a la Tauromaquia, así como su proyección tanto interna como internacional, la convierte, de hecho, en una de las principales industrias culturales de nuestro país.

El artículo 44 de nuestra Constitución consagra el derecho de todos al acceso a la cultura. Y dicho derecho nunca será efectivo si no se hace desde la plena libertad. Y la libertad real parte del respeto. Respeto por igual a los argumentos de los detractores y de los defensores de la Tauromaquia. Pero respeto, por encima de todo, a la innegable riqueza de un patrimonio cultural que debe descargarse de prejuicios y lastres ideológicos, de instrumentalización política y de una utilitarista demagogia simbólica para devolverle en su plenitud, desprovista de tan disonantes disfraces, su más pura riqueza: ser un patrimonio cultural compartido por todos los españoles que forma parte de nuestra Historia y nuestra identidad y merece ser asumido, defendido y promovido sin complejos ni distorsiones. Un patrimonio al que todos tenemos derecho a acceder y disfrutar.

Por Fernando Benzo Sáinz, subsecretario de Educación, Cultura y Deporte.

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