Tecnología en la medicina

Vivimos abducidos por continuos avances tecnológicos que prometen facilitar nuestra existencia. Estamos inmersos, como ha señalado Sábato, en una tecnolatría que deifica los avances científicos en detrimento de lo humanista. Pero es bueno tener en cuenta que lo último no es lo mejor, al menos en medicina, y ahí están para demostrarlo una enorme variedad de procedimientos que un día se incorporaron a la práctica clínica con el marchamo de ser lo más avanzado, para terminar arrumbados por contraproducentes.

Se nos trata de hacer creer en la utopía de un progreso continuo que no se corresponde con la realidad. Salvador Pániker dijo que «cada vez es más difícil saber lo que es progreso y lo que es retroceso», porque uno y otro contienen elementos contradictorios. La inteligencia artificial, el «big data», los superordenadores, son potentes herramientas de progreso tecnológico que pueden mejorar la vida de los humanos, pero cobrándose un alto precio en lo que se refiere a menor libertad individual y mayor dependencia. Hemos introducido en nuestra práctica clínica la consulta telefónica que, se dice, «está aquí para quedarse». En medicina, lo correcto es que nos sirvamos de los recursos tecnológicos en favor de nuestros pacientes.

Pero hay un gran peligro tras algunos de estos procedimientos que, a primera vista, solo traen ventajas y que nos alejan físicamente de los enfermos y, con ello, abrimos una sima que amenaza con dificultar la estrecha relación del enfermo con su médico, a menos que delimitemos las bases que se requieren para una medicina de calidad.

Los procedimientos de «big data» van a llegar a ofrecernos una especie de «pack» utilísimo para tomar decisiones de diagnóstico y tratamiento con una ingente cantidad de información sobre un individuo determinado. Así, llegaremos a tener una idea de la composición de su organismo e incluso del comportamiento funcional de muchos de sus órganos; también de la composición de su material genético y, con ello, de sus debilidades y fortalezas en lo que respecta a la salud presente y futura. Así es como estamos avanzando en lo que llamamos «medicina personalizada» y «medicina de precisión». Pero todavía seguimos lejos de llegar a atisbar la naturaleza de los sentimientos que embargan a esa persona enferma, sus miedos. Incluir en los conocimientos profesionales la valoración humana del enfermo es lo que constituye la esencia del acto médico y la justificación de asegurar que haya una relación directa, necesariamente presencial, entre el médico y el enfermo. La trascendencia de este concepto es lo que ha llevado a la Organización Médica Colegial a solicitar que se conceda a este elemento nuclear de la medicina, la relación médico-paciente, la condición de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Es lógico, porque solo desde el humanismo compasivo y próximo entre quien sufre y quien tiene la capacidad de aliviar su sufrimiento se puede comprender el indestructible binomio médico-enfermo, que está presente en la vida del hombre desde que esta comienza hasta su fin.

Claro que cada vez hacemos mejor medicina más precisa y alcanzamos la solución de enfermedades que no hace tantos años destruyeron la vida de millones de personas. Procedimientos diagnósticos y terapéuticos cada vez más precisos están ayudando a que los hombres vivamos más y con mayor calidad de vida. Quizá esto pueda llevar a pensar que todo depende de la ciencia y de la técnica. Pero no es así y en cierta forma es justo lo contrario. Si hablamos de la telemedicina en la que prescindimos de la presencia del enfermo y todo lo que ello significa (desconexión personal, ausencia de exploración física...), estamos generando un nuevo grado de asimetría en el binomio médico-paciente, porque al eliminar la relación presencial anulamos el componente humano de interacción que permite alcanzar el carácter taumatúrgico, propio del intenso influjo de confianza y de consuelo que constituye la base de la relación entre el médico y el enfermo.

Mario Campanazzi, maestro de cirujanos ortopédicos, nos remarcó la importancia de poner la «centralidad de nuestro interés y nuestro esfuerzo en el enfermo». Sabia lección, porque sin la relación directa con el ser humano capaz de acciones libres, que sufre en su físico y en su espíritu, no hay medicina. Nuestro Laín Entralgo nos indica que «nada hay más fundamental y elemental en el quehacer del médico que su relación inmediata con el enfermo».

Eso sí, en un tiempo determinado podemos atender muchas más llamadas telefónicas que consultas presenciales, lo que también conlleva un grave inconveniente porque calidad y cantidad, al menos en medicina, son conceptos antagónicos. Contra la tendencia a la burocratización de la medicina opongamos su humanización. En eso tiene su base la buena medicina, la «medicina basada en el paciente», que también incluye a la medicina basada en pruebas, la medicina personalizada y la medicina de precisión.

La labor del médico va más allá y alcanza la excelencia de nuestra profesión cuando tenemos la capacidad de transmitir el consuelo frente a la enfermedad, como acertó tan exactamente a decir el gran clínico William Osler.

Alejandro Braña Vigil es cirujano ortopédico y presidente del Ilustre Colegio de Médicos de Asturias.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *