Teletrabajadoras

Angustia, estrés, ansiedad, imposibilidad de desconectar, aislamiento… Todos estos síntomas han reportado los apresurados estudios realizados en las últimas semanas sobre personas que trabajaban desde casa, especialmente mujeres. ¿Era esto el teletrabajo?

Resulta casi obligado que los artículos escritos durante esta pandemia debida al coronavirus incorporen algún tipo de autorreferencia, sea en forma de crónica o de formato experiencial. Y sí, también yo he sido teletrabajadora en gran parte del confinamiento a que hemos estado sometidos. Así pues, he podido contrastar directamente la literatura que hasta el momento teníamos sobre esta fórmula laboral.

He podido comprobar, como tantas otras personas, que lo que hemos vivido es una forma de trabajo a distancia, con gran despliegue tecnológico y facilidad de desempeño, pero sin algunos de los requisitos básicos del teletrabajo, como un buen control de los riesgos laborales que lleva asociados, una organización basada en objetivos individualizados, o una combinación necesaria con la presencialidad en el lugar de trabajo.

Sin embargo, es preocupante la ausencia de reflexión colectiva con relación al impacto negativo que podría tener en la vida de muchas personas si no se organiza bien lo que, sin duda, será una forma habitual de trabajo a partir de ahora. La necesidad de justicia, corresponsabilidad y paridad debe también aplicarse al teletrabajo si no queremos ahondar en las discriminaciones ya existentes, especialmente las que afectan a las mujeres.

El teletrabajo no puede servir para reforzar los estereotipos de género. Puesto que las mujeres siguen siendo las principales cuidadoras y responsables del hogar, existe la tentación de que el teletrabajo sea una opción especialmente dedicada a ellas, como ha sido en la última década el trabajo a tiempo parcial, y que comporte similares consecuencias. Podría agrandarse la brecha salarial si son ellas fundamentalmente quienes se quedan en casa, realizando las mismas dobles jornadas que con el trabajo presencial, pero aún con mayor invisibilidad y falta de reconocimiento.

Por otra parte, el teletrabajo puede frenar muchas carreras femeninas y hasta afianzar el techo de cristal ya que, en una cultura profundamente presencialista como la nuestra, es muy difícil que se piense en promocionar a personas que no estén presentes y con total disponibilidad en los puestos de trabajo. Mujeres invisibles trabajando arduamente desde sus hogares y tratando de conciliar vida personal con la laboral pueden quedar atrás en sus aspiraciones profesionales.

Las españolas son las mujeres más estresadas de Europa, como el reconocido estudio de Nielsen y otros constataron. Sin duda, la desigualdad estructural entre hombres y mujeres sumada a unos horarios con largas jornadas laborales y menos sostenibles que los europeos contribuyen a ello. ¿Cómo afectaría un teletrabajo pensado solamente desde la empresa y la productividad, donde los horarios saltan por los aires y no existe apenas desconexión para el descanso? Si el cansancio y la fatiga crónica son ya consustanciales a tantas vidas femeninas en nuestro país, no quiero pensar en las consecuencias de la nueva fatiga-zoom de un teletrabajo no regulado.

Si las teletrabajadoras sufrieran algún otro tipo de dificultad añadida, como ser responsables de familias monoparentales, o disponer de pocos recursos económicos, tener alguna discapacidad o, sencillamente, algún tipo de sufrimiento psicológico, el aislamiento que conlleva el teletrabajo sería perjudicial para sus vidas tanto profesionales como personales. “La soledad es mi novia”, escribía Virginia Woolf en su diario, una mujer que compartió su enorme genio intelectual con su enfermedad mental. Cualquier malestar psicológico se agrava en soledad.

Por todo ello, necesitamos un teletrabajo valiente, pensado para el bienestar de las personas trabajadoras, diseñado para ser utilizado en igualdad entre los sexos, compensando las posibles discriminaciones que pudiera comportar. Un teletrabajo que mejore la productividad, reduzca el absentismo, permita la conciliación de la vida personal y laboral, promueva la desconexión tecnológica, las pausas y el descanso, al tiempo que estreche las relaciones humanas al combinarse con la presencialidad. Necesitamos un teletrabajo aliado en la lucha contra el cambio climático, un teletrabajo que disminuya la movilidad, los desplazamientos y que, en consecuencia, mejore la calidad del aire y reduzca las muertes por contaminación que padecemos, sobre todo, en entornos urbanos.

Este modelo deseado de teletrabajo es posible y lo lograremos, como todo, estableciendo alianzas y afirmando derechos. Estoy convencida, además, de que la estructura de la red puede ayudarnos a avanzar en liderazgos más cooperativos, con poder distribuido, más horizontal y menos jerárquico. Parafraseando a la filósofa Amelia Valcárcel, diría que la red solidaria es, para las mujeres, una necesidad de supervivencia. La crisis del coronavirus ha tenido un efecto positivo inesperado, y es que ahora disponemos de una red digital que puede multiplicar el efecto sobre la igualdad, la sororidad y el poder de cambio. Ese será nuestro próximo reto.

Sara Berbel Sánchez es doctora en Psicología Social.

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