Ten cuidado

Cuando leo sobre el hedonismo como horizonte veraniego, sobre la necesidad de abandonarse y de disfrutar, sobre lo festivo que es rebañarse el plato con los pies en la arena, sobre el reposo indolente de una siesta playera, pienso en que no hay descuido posible en los que cuidan, nada de esto está reservado a los cuidadores. Cuando escucho llamadas al autocuidado, se me viene a la cabeza que esa apelación a sobrevivir en medio del tráfago moderno, esa dedicación plena a nosotros mismos, no es elegible para quienes cuidan a otros: llevar y traer a consultas, disponer comidas, revisar pautas medicinales, organizar la agenda de turnos, dar la vuelta en la cama al postrado, conocer quién será la nueva terapeuta que atenderá a la persona con discapacidad a su cargo.

La carga mental y los cuidados están etimológicamente unidos, brotan de la misma tierra lingüística. Sé que la verdad de las cosas no está en lo que fue la palabra que las nombra, sé que una palabra significa lo que es en la época en que se dice y que es en esa negociación que establecemos al comunicarnos con otros cuando un vocablo se fija en su valor. Pero los cambios que nuestros antepasados hicieron sobre los significados de un término nos cuentan mucho de la sombra que este proyectaba. Y eso es lo que le pasa a la palabra cuidar, que lleva en sí, dentro, a la palabra pensar.

Si atendemos en radiografía histórica al verbo cuidar, vemos que proviene del étimo cogitare (recuerden las clases de Filosofía con el cogito ergo sum de Descartes, ‘pienso luego existo’ o ‘pienso y por tanto soy’). Los latinos sacaron el pensamiento de la agitación: agito, pariente de cogito, es agitar, poner una cosa a moverse, y coagito era perseguir una idea, tenerla en movimiento en la mente, no dejarla estática ni inmóvil. Ese es el cogitare del que salió el castellano cuidar, un verbo que significaba para nuestros antepasados ‘pensar’: “cuido que verdad es” (o sea, “creo que es cierto”, dice un personaje de la literatura medieval mirando sorprendido a una estrella fugaz). En castellano antiguo, en efecto, cuidar era pensar, por eso, en los viejos textos castellanos, quien estaba cuidadoso o cuidoso es que pensaba mucho. Todavía hoy quien es descuidado lo es porque actúa sin pensar, sin detenimiento, y si alguien no se cuida de la opinión ajena es que no la atiende ni le preocupa. Ya en el siglo XVII la lengua española varió el sentido de cuidar al actual, el de asistir a alguien. Todavía el gallego retiene en su verbo coidar el valor latino de creer y pensar.

En la historia de la pintura hay cuadros que, mediante estudios radiográficos, exhiben las huellas de los arrepentimientos, los bocetos o los cambios que el artista experimentó hasta dar por terminada la última versión, y esos estratos nos hacen entender mejor que hubo un desarrollo y una duración en lo que nosotros disfrutamos como una foto fija, una creación terminada. Lo mismo le ocurre a las palabras: la radiografía de su historia nos cuenta mucho de los matices que hay dentro de su significado. Y las usamos en el presente, a veces con los viejos valores proyectándose como una sombra que no coincide exactamente con la silueta del significado. Quien cuida no para de pensar... en los cuidados de los demás, los tiene rebotando en las paredes de su agitada cabeza continuamente, con la paradoja de que queda atrapado en ellos y no atiende a sí mismo; el de los cuidadores es un cogito ergo non sum porque asumen como únicas certezas inamovibles las derivadas de sus responsabilidades hacia el otro. Solo descansa quien aparta esa carga mental de su cabeza, siquiera por unas horas. De hecho, el verbo curar, tan relacionado con cuidar, uno como objetivo del otro, es también frontero semántico con la idea de pensar y curar significó también en nuestra lengua pensar, meditar.

Las labores de cuidado han sido las más menospreciadas socialmente y solo las hemos empezado a valorar cuando quienes (sobre todo mujeres) las desempeñaban gratuitamente han dejado de ejercerlas o se han profesionalizado. Quienes tienen grandes dependientes a su cargo no sabrán ni qué quiere decir esa última palabra de moda que es autocuidado. En imperativo, descuidar es librar a alguien de la preocupación que pueda tener; por eso, “Descuida, yo lo haré” es una buena frase para decir a quienes este verano seguirán asumiento la fatigosa tarea de cuidar.

Lola Pons Rodríguez, filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla y ha sido profesora invitada en Oxford y Tubinga.

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