Tendencias suicidas

¿Qué puede explicar que unos dirigentes políticos se empeñen tercamente en empujar a sus países al precipicio de la recesión económica, el paro masivo, el conflicto social y la quiebra de la democracia? Es una cuestión que no consigo quitarme de la cabeza. En cualquier caso, ciñéndonos a los hechos, eso es lo que está ocurriendo con la política europea.

Si pintan un mapa de Europa y van poniendo sobre cada país el dato del PIB del último trimestre verán que la mayor parte han vuelto a recaer en la recesión (Reino Unido, Irlanda, Suecia, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Estonia, República Checa, Austria, Eslovenia, Rumanía, Italia, Malta, Grecia, España y Portugal), y los que no lo han hecho están en puertas (Alemania y Francia).

La recaída en la recesión está haciendo que el paro aumente en toda Europa, de forma dramática en España. Los más afectados son los jóvenes. Por otro lado, la caída de ingresos de las clases medias y trabajadoras es alarmante, y hace que la pobreza aumente, especialmente entre niños y mujeres.

Las consecuencias políticas de ese marasmo económico y social van en aumento. Las encuestas muestran creciente desafección con el proyecto europeo. Especialmente entre los jóvenes y la clase media y trabajadora. No es difícil entender que los partidos populistas y antieuropeístas estén aumentando su apoyo social y electoral. Lo acabamos de ver en Francia, con Marine Le Pen. Y, con toda probabilidad, lo veremos en las próximas elecciones griegas. A la vez, Alemania está siendo más tolerante con expresiones políticas de mal recuerdo.

La situación europea actual tiene, a mi juicio, similitudes con la de los años 30 del siglo pasado. Frente a la Gran Depresión provocada por el crack de la Bolsa de Nueva York en el 1929, Europa mantuvo el sistema patrón oro -una especie de euro de la época- y aplicó políticas que agudizaron la enfermedad. En particular, el canciller alemán Heinrich Brüning impuso una política de austeridad a machamartillo que intensificó los efectos económicos, sociales y bancarios de la recesión. Finalmente, tuvo que dimitir, arrastrando en su caída a la República de Weimar. Las nuevas elecciones fueron ganadas limpiamente por el partido populista de Adolf Hitler, que aplicó de inmediato una política de incremento del gasto militar. El resto ya lo conocen.

Brüning se exilió a Estados Unidos, donde escribió un libro reconociendo su equivocación. Es el llamado error Brüning. Estados Unidos, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, evitó ese error aplicando una política de gasto que fue llamada New Deal, nuevo contrato social. Y la democracia norteamericana se salvó del marasmo europeo.

Como si desconociesen esa historia, los políticos europeos están empeñados tercamente en repetir errores similares. El euro, en su actual diseño, se parece mucho en sus efectos al sistema patrón oro. Desde Alemania se vuelve a imponer una austeridad que lleva a la recesión y al paro. Y nuestros gobiernos, bajo los efectos de lo que en alguna ocasión he llamado síndrome de Berlín, se aplican a instrumentar esa austeridad.

Vuelvo, por tanto, a la pregunta inicial: ¿cómo explicar estas tendencias suicidas de la política europea? Creo que es el resultado de dos cosas: por un lado, de malas ideas económicas acerca de las causas y remedios de la crisis; y, por otro, de una ideología política de signo conservador, compartida hasta ahora tanto por los partidos llamados de derechas como por los socialdemócratas.

La visión germánica sostiene que la causa de la crisis de la deuda pública fue el despilfarro de los países del Mediterráneo y del Atlántico norte (los llamados despectivamente, PIGS, acrónimo de cerdos en inglés). Les aseguro que hoy no hay ningún economista sensato que sostenga esa visión. Al contrario, existe un creciente consenso en que la causa de la crisis fue el hiperendeudamiento privado (familias, empresas y bancos) facilitado por el mal diseño del euro, una equivocada política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) y un espectacular fallo del sistema financiero.

Sin embargo, nuestros gobiernos han comprado esas malas ideas. Posiblemente porque van bien a su ideología política, en la medida en que les permite defender que la solución es el recorte y la privatización de algunas de las prestaciones del Estado del bienestar. Desde estas páginas hemos insistido en que ese era un mal diagnóstico y en que la austeridad compulsiva por sí sola, sin crecimiento, crea más problemas de los que resuelve.

Algo parece estar cambiando. Estos días comenzamos a ver proclamas de políticos europeos reclamando políticas de crecimiento. Pero mientras no cambien esas malas ideas, la tendencias suicidas persistirán. ¿Qué nos puede salvar? El miedo. Si Alemania y Francia entran en recesión, quizá sus gobiernos sean más sensibles a cambiar esas malas ideas.

Por Antón Costas, Catedrático de Política Económica (UB).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *