Tener autoridad

Hace mucho tiempo que quería escribir este artículo. Tengo muchas notas tomadas y he pensado despacio cómo hilvanar estas líneas. Hay dos palabras latinas que tienen mucha fuerza: ‘potestas’, que se refiere al que tiene poder y manda... y cuando deja de estar en una posición política o social elevada, su fuerza desaparece... pensemos en lo que ha pasado en la crisis del Gobierno socialista que tenemos con la salida de Iván Redondo, o Ábalos, o Carmen Calvo o Celaá. El carrusel de gente que entra y sale en la vida política de ahora y de hace unos años, con frecuencia queda poca huella de ellos y en breve tiempo se desvanece su influencia. La otra palabra a la que quiero referirme es ‘auctoritas’: que procede de ‘augere’: aquel que te ayuda a crecer como persona, aquel que se empeña se sacar lo mejor de tu persona.

Las tres características de una persona con autoridad son las siguientes:

1. La capacidad de esa persona para expresar lo mejor de sí misma como ser humano: es una mezcla de autenticidad y coherencia de vida que la hace atractiva, sugerente y que invita a seguirla de alguna manera.

2. Ejerce una influencia positiva en las gentes que están más o menos cerca o la conocen y saben de ella: ayuda a mejorarnos, sacando lo mejor que tenemos dentro.

3. Esa persona sirve de guía, de referente, de modelo de identidad y empuja a conocerla mejor y de alguna manera, asoma la idea de imitarla, de ser un poco como ella.

La autoridad es aquella condición que tiene una persona que muestra unos criterios positivos, equilibrados, humanos, consistentes... una doctrina fuerte y atractiva, una forma de funcionar de categoría... que lleva, que empuja a seguirla de alguna manera. Esa conducta tiene una calidad intrínseca, que invita a seguir sus pasos y copiarlos. Autoridad es una dimensión humana que es entendida como superioridad psicológica y moral.

Quiero hacer trazar unas diferencias interesantes entre profesor, maestro y testigo. Son tres estirpes cercanas pero en donde hay algunos matices diferenciales muy sugerentes. El profesor explica una disciplina y debe tener el arte y el oficio de ofrecerla de forma atractiva, sugerente, para que el alumno se adentre en su interior. Pienso en mí como catedrático de Psiquiatría, que he acercado esta disciplina a los futuros médicos para que supieran qué es la depresión, la ansiedad, la crisis de pánico, las enfermedades obsesivas, la anorexia, la bulimia y un largo etcétera. El profesor se queda ahí. Pienso en mis estudios de Medicina y aquellos profesores que dejaron en mí una cierta huella. Saber enseñar es transmitir una información y hacerla sugerente y que el alumno aprende lo esencial.

El maestro enseña lecciones que no vienen en los libros, hay algo en él que va más allá de la disciplina que expone y el alumno descubre algo que le lleva a conocerlo más y no sabría bien explicar el porqué.

El testigo tiene unas dimensiones superiores a los dos anteriores: es un ejemplo a seguir, tiene autoridad, fuerza de arrastre, el que le oye y observa se ve imbuido a hacer algo parecido, le gustaría imitarlo, seguir sus pasos, tener un itinerario como él... es como un potente imán que le atrae con fuerza...

Hoy, en la actualidad, hay muchos profesores, pocos maestros y escasos testigos. Los modelos de identidad existen, pero no aparecen en los grandes medios de comunicación, al contrario, una y otra vez asoman, aparecen, tienen protagonismo persones de tres al cuarto, famosos sin prestigio, que cuentan su vida y milagros rota, una y otra vez... y mucha gente los utiliza como pasatiempo, como entretenimiento para escapar del presente y distraerse.

El testigo es una vida ejemplar, con una buena relación entre la teoría y la práctica, que tiene la capacidad para ayudar a cambiar lo que no va bien y lo que puede ir mejor. Yo he tenido la suerte de tener testigos cercanos que me han ayudado a formar mi personalidad y a trabajar mi programa de vida con una mezcla de ilusión, anhelo, esperanza y deseo de alcanzar metas concretas: mis padres, mis hermanos mayores Luis y Sole, y luego me he encontrado con algunos profesores en la universidad que han sido maestros y alguno ha sido testigo. Es esencial tener modelos de identidad fuertes, atractivos, valiosos, que te empujan a imitar muchos de sus comportamientos y a decir aquello de: «Cuando yo sea mayor me gustaría parecerme a esta persona».

Podemos hablar de autoridad moral, intelectual, paterna y materna, científica, médica, docente... en todas late el mismo ‘ritornello’: hablamos de alguien sólido que es seguido y escuchado y sirve de punto de mira en cada una de sus vertientes. Una gran función de ella es dar testimonio de lo que es verdadero, que en cada ámbito tiene su propia geografía.

Vuelve aquí de nuevo el tema de la educación, siempre viejo y siempre nuevo. Educar es convertir a alguien en persona. Es seducir con los valores que no pasan de moda; acompañar, ir con alguien recorriendo los principales tema de la vida. Educar es amor y rigor; poner raíces y alas. Es una tarea de orfebrería, lenta, gradual, progresiva. Educar es sacar la mejor versión de una persona, puliendo defectos y fomentando valores. Ahí la figura del educador es clave: él sirve de enganche, para saber transmitir con garra y al mismo tiempo, hacer atractiva la exigencia.

La vida es personal e intransferible. Vocación y trayecto. Corazón y cabeza son el camino más corto para llegar a una buena armonía interior. Saber gestionar las emociones es decisivo; y hay que saber que la mayor parte de los seres humanos tienen una capacidad intelectual superior al ejercicio que hacen de ella, es como si no supieran sacarle más partido.

El que tiene autoridad invita a la excelencia. Y consigue que los que le siguen mejoren, limen sus aristas y se hagan más humanos, mejores.

Hace mucho tiempo que quería escribir este artículo. Tengo muchas notas tomadas y he pensado despacio cómo hilvanar estas líneas. Hay dos palabras latinas que tienen mucha fuerza: ‘potestas’, que se refiere al que tiene poder y manda... y cuando deja de estar en una posición política o social elevada, su fuerza desaparece... pensemos en lo que ha pasado en la crisis del Gobierno socialista que tenemos con la salida de Iván Redondo, o Ábalos, o Carmen Calvo o Celaá. El carrusel de gente que entra y sale en la vida política de ahora y de hace unos años, con frecuencia queda poca huella de ellos y en breve tiempo se desvanece su influencia. La otra palabra a la que

quiero referirme es ‘auctoritas’: que procede de ‘augere’: aquel que te ayuda a crecer como persona, aquel que se empeña se sacar lo mejor de tu persona.

Las tres características de una persona con autoridad son las siguientes:

1. La capacidad de esa persona para expresar lo mejor de sí misma como ser humano: es una mezcla de autenticidad y coherencia de vida que la hace atractiva, sugerente y que invita a seguirla de alguna manera.

2. Ejerce una influencia positiva en las gentes que están más o menos cerca o la conocen y saben de ella: ayuda a mejorarnos, sacando lo mejor que tenemos dentro.

3. Esa persona sirve de guía, de referente, de modelo de identidad y empuja a conocerla mejor y de alguna manera, asoma la idea de imitarla, de ser un poco como ella.

La autoridad es aquella condición que tiene una persona que muestra unos criterios positivos, equilibrados, humanos, consistentes... una doctrina fuerte y atractiva, una forma de funcionar de categoría... que lleva, que empuja a seguirla de alguna manera. Esa conducta tiene una calidad intrínseca, que invita a seguir sus pasos y copiarlos. Autoridad es una dimensión humana que es entendida como superioridad psicológica y moral.

Quiero hacer trazar unas diferencias interesantes entre profesor, maestro y testigo. Son tres estirpes cercanas pero en donde hay algunos matices diferenciales muy sugerentes. El profesor explica una disciplina y debe tener el arte y el oficio de ofrecerla de forma atractiva, sugerente, para que el alumno se adentre en su interior. Pienso en mí como catedrático de Psiquiatría, que he acercado esta disciplina a los futuros médicos para que supieran qué es la depresión, la ansiedad, la crisis de pánico, las enfermedades obsesivas, la anorexia, la bulimia y un largo etcétera. El profesor se queda ahí. Pienso en mis estudios de Medicina y aquellos profesores que dejaron en mí una cierta huella. Saber enseñar es transmitir una información y hacerla sugerente y que el alumno aprende lo esencial.

El maestro enseña lecciones que no vienen en los libros, hay algo en él que va más allá de la disciplina que expone y el alumno descubre algo que le lleva a conocerlo más y no sabría bien explicar el porqué.

El testigo tiene unas dimensiones superiores a los dos anteriores: es un ejemplo a seguir, tiene autoridad, fuerza de arrastre, el que le oye y observa se ve imbuido a hacer algo parecido, le gustaría imitarlo, seguir sus pasos, tener un itinerario como él... es como un potente imán que le atrae con fuerza...

Hoy, en la actualidad, hay muchos profesores, pocos maestros y escasos testigos. Los modelos de identidad existen, pero no aparecen en los grandes medios de comunicación, al contrario, una y otra vez asoman, aparecen, tienen protagonismo persones de tres al cuarto, famosos sin prestigio, que cuentan su vida y milagros rota, una y otra vez... y mucha gente los utiliza como pasatiempo, como entretenimiento para escapar del presente y distraerse.

El testigo es una vida ejemplar, con una buena relación entre la teoría y la práctica, que tiene la capacidad para ayudar a cambiar lo que no va bien y lo que puede ir mejor. Yo he tenido la suerte de tener testigos cercanos que me han ayudado a formar mi personalidad y a trabajar mi programa de vida con una mezcla de ilusión, anhelo, esperanza y deseo de alcanzar metas concretas: mis padres, mis hermanos mayores Luis y Sole, y luego me he encontrado con algunos profesores en la universidad que han sido maestros y alguno ha sido testigo. Es esencial tener modelos de identidad fuertes, atractivos, valiosos, que te empujan a imitar muchos de sus comportamientos y a decir aquello de: «Cuando yo sea mayor me gustaría parecerme a esta persona».

Podemos hablar de autoridad moral, intelectual, paterna y materna, científica, médica, docente... en todas late el mismo ‘ritornello’: hablamos de alguien sólido que es seguido y escuchado y sirve de punto de mira en cada una de sus vertientes. Una gran función de ella es dar testimonio de lo que es verdadero, que en cada ámbito tiene su propia geografía.

Vuelve aquí de nuevo el tema de la educación, siempre viejo y siempre nuevo. Educar es convertir a alguien en persona. Es seducir con los valores que no pasan de moda; acompañar, ir con alguien recorriendo los principales tema de la vida. Educar es amor y rigor; poner raíces y alas. Es una tarea de orfebrería, lenta, gradual, progresiva. Educar es sacar la mejor versión de una persona, puliendo defectos y fomentando valores. Ahí la figura del educador es clave: él sirve de enganche, para saber transmitir con garra y al mismo tiempo, hacer atractiva la exigencia.

La vida es personal e intransferible. Vocación y trayecto. Corazón y cabeza son el camino más corto para llegar a una buena armonía interior. Saber gestionar las emociones es decisivo; y hay que saber que la mayor parte de los seres humanos tienen una capacidad intelectual superior al ejercicio que hacen de ella, es como si no supieran sacarle más partido.

El que tiene autoridad invita a la excelencia. Y consigue que los que le siguen mejoren, limen sus aristas y se hagan más humanos, mejores.

Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría.

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