Tener más deudas que Grecia

Una amiga, veterana periodista de la desaparecida agencia Tanjug, jura y perjura que de pequeña oyó la siguiente expresión, típicamente serbia: «Tienes más deudas que Grecia». No es descabellado darle la razón: a lo largo del siglo XIX, y desde su independencia formal en 1830, el reino de Grecia resultó un quebradero de cabeza para las grandes potencias continentales, y más de una vez por su insolvencia.

El caso más conocido y escandaloso acaeció en 1850, cuando Londres envió a la flota para que el Gobierno griego compensara a don Pacífico. Este buen hombre, que era un comerciante judío gibraltareño, de origen portugués, había visto cómo una multitud destruía su casa y propiedades debido a un alboroto antisemita. Pues bien: la Royal Navy bloqueó el puerto griego del Pireo durante dos meses, hasta que Atenas accedió a resarcir al ciudadano británico don Pacífico.
Esta es una historia característica de la denominada «diplomacia de las cañoneras», que pocos años después vertebraría el clásico imperialismo europeo. Sin embargo, asombra lo poco que han variado los trasfondos y estereotipos de la política en el Viejo Continente.

Casi dos siglos más tarde, de nuevo una historia de la más que mala gestión financiera en Grecia, que provoca un escándalo de tomo y lomo en Europa. Ahora, con el agravante de que es la primera crisis balcánica de la Unión Europea: no todo van a ser guerras interétnicas. Los Balcanes también han dado mucha murga por su descontrol financiero en los últimos dos siglos, y en Bruselas deben estar rezando porque lo de Grecia no se repita en Rumanía o Bulgaria. Todo lo cual debe estar haciendo un flaco servicio a la candidatura de los Balcanes occidentales.
Pero en el contexto europeo también se perciben inquietantes reflejos hegemonistas de los de toda la vida. París y Berlín ya no esconden en absoluto sus deseos de gobernar para siempre los destinos de la Unión Europea. Y ahí está la razón principal para excluir a una Turquía que, solo con su peso demográfico, hipotéticamente desplazaría a Francia al frente de la Unión Europa ¡dentro de 50 años!
Desde ese punto de vista, la situación griega supone todo un desafío. Si París y Berlín desean imponer su peso como potencias dominantes en la Unión Europea, deberán aportar soluciones eficaces a la altura de los problemas más serios. La patata caliente griega es de consideración, y se nota que les ha caído entre las manos sin haberlo previsto hace unos meses. De ahí el sí, pero no, y ya veremos de Alemania, con Angela Merkel al frente. Porque, además, no se trata solo de aportar ayudas materiales, sino también de disciplinar a una sociedad, la griega, que prefiere seguir viviendo instalada en los viejos planteamientos. Y eso no va a ser posible cambiarlo desde París ni desde Berlín.
Pero hay otra reflexión que merece ponerse de relieve. Lo que está pasando en Grecia nos demuestra que a lo largo de su historia las sociedades, como las personas, tienden a cambiar poco en sus comportamientos. Problema añadido, y muy serio, es la percepción que tienen los demás de esas actitudes. En ese sentido, España no es Grecia, al menos en lo económico. Pero sufre de un síndrome parecido: la desconfianza que genera su reputación histórica, en este caso de enfrentamientos políticos eternamente reverdecidos. Un problema que predispone contra la cultura política de coaliciones, de pactos de Estado, esa práctica tan usual en Europa ante los momentos de crisis.
Y es que esas imágenes sempiternas son la causa de fondo de los extranjeros y de la desconfianza de los inversores. Parafraseando a un periodista catalán: los inversores huyen porque no confían en la imagen de escasa solvencia; no es lo mismo que afirmar que nuestra imagen de insolventes sea debida a la huida de los inversores.
En tal sentido, ya pueden investigar CNI y EYP, hermanados en el furgón de cola, si se produjeron conspiraciones o complots contra la puerta de atrás del euro. Y claro que los hubo: en la jerga financiera se denominan ataques especulativos, y los responsables son los de siempre, los grandes especuladores de los países que inventaron el capitalismo, los mismos que provocaron las crisis de 1996-1998 en Latinoamérica, el Sureste asiático y Rusia, que nuestros dirigentes no se han molestado en considerar, suponiendo que tengan idea de que existieron.

Lo grotesco es que el servicio de inteligencia se dedique a investigar asuntos que los servicios de análisis de los bancos, el Ministerio de Economía y las facultades de Económicas ya llevan años estudiando (y aportando medidas de prevención reales).
Por lo tanto, quizá hubiera sido más práctico poner una denuncia ante la Guardia Civil. Porque, caso de que al final den con un deus ex machina como el filántropo George Soros, que dirigió el ataque contra la libra esterlina el Miércoles Negro de 1992, ¿qué harán?¿Detenerlo, acaso?

Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la UAB y autor de El desequilibrio como orden, 2009