Tenues voces, aún audibles

El problema palestino nunca se ha encontrado en mayor necesidad de definición que en la actualidad. De hecho, esta falta de definición reenvía la cuestión más allá de una solución para los adversarios, árabes e israelíes, y crea confusión entre los extranjeros. Me repito a mí mismo esta impresión desde hace más de una semana. Y la verdad es que me resulta una novedad. El resultado de una ausencia de 50 años de mi lugar de nacimiento, la aldea bíblica de Betania, al este de Jerusalén.

Este descubrimiento no suprime el horror evidente del conflicto árabe-israelí. La que fue una cuestión de reivindicaciones históricas contrarias cargadas de sentido religioso y luego una cuestión moral en torno a la conciencia de lo bueno y de lo malo ha ido adormeciendo paulatinamente los sentimientos de las personas para acabar mostrando un marchamo deshonroso. La diferenciamos de otros conflictos subrayando que el pueblo árabe y el pueblo judío no se llevan bien. En otras palabras, no sufre los efectos de la manipulación de poderes externos o del comportamiento egoísta de los dirigentes y ni siquiera su importancia cambiante en el oleaje de los asuntos mundiales parece afectar a los combatientes. Se observa como un conflicto que trasciende todas estas cosas y el judío medio y árabe medio son los culpables.

Me crié en circunstancias relativamente privilegiadas y en un ambiente progresista que en los años treinta y cuarenta nos permitió entender a la gente de la otra parte. Mi padre tenía muchos amigos judíos y yo crecí con sentido del respeto llamándoles tío Chaim y tío Daniel, y mi impulso natural se vio favorecido por la actitud de mis padres, de modo que realmente quise a varios amigos judíos de mi padre. Ahora, recordando conversaciones informales con mis sobrinos, sobrinas y primos, encuentro muy preocupante la ausencia de comprensión entre árabes y judíos. No hay palabras corteses que precedan la mención de amigos judíos, si es que los hay. De hecho, los debates nunca alcanzan el punto de abordar la humanidad judía, pues son interrumpidos por un recital de los crímenes judíos, lo colectivo asfixia lo individual y el conflicto asume el rasgo o tono personal al hilo de acusaciones históricas.

Los intentos individuales, aunque nobles, se subordinan a prejuicios casi incoherentes. Tomaré el ejemplo de dos primos míos para exponer mi punto de vista. Son los nietos de mi tío Ali Aburish, que murió en la batalla de Jerusalén en 1948. Su padre nunca conoció a su padre, pero se las arregló para labrarse una posición de respeto en la comunidad. Siguieron las huellas de su padre yde su madre temerosos de Dios. En su adolescencia fueron apasionados nacionalistas palestinos.

En la primera intifada de la década de los 80 fueron detenidos, acusados de actividades contra Israel y condenados a seis años de cárcel. En un momento dado rechazaron un acuerdo ofrecido por el tribunal, que habría reducido su condena a un año si hubieran reconocido la competencia del tribunal israelí que les juzgaba. Cada uno de ellos cumplió cinco años de cárcel y salieron como héroes locales. Recuerdo haber visto un vídeo de uno de ellos sobre los hombros de la gente que había ido a recibirle tras su liberación, sorprendida por su temple indomable. Los dos muchachos fueron a la facultad, se titularon y se convirtieron en empresarios de éxito. Por trabajar con empresas distribuidoras de combustibles, del sector de la comunicación y otros, conocieron a israelíes y aprendieron hebreo. Para mi regocijo y satisfacción, ninguno pensó que los israelíes tuvieran rabos ni uñas largas, ni tampoco que rieran diabólicamente.

Poco a poco, imperceptiblemente, empezaron a ver el aspecto humano de sus homólogos judíos. Este proceso se vio favorecido por la simpatía de los israelíes, que consideraron a los muchachos Aburish héroes, en lugar de un peligro para su existencia. Pronto se formaron asociaciones empresariales conjuntas y, a diferencia de muchos de sus coetáneos, no hubieron de disculparse por tratar con la gente del otro lado. Su rígida postura inicial y su posterior suave y amable humanidad resultaron al cabo en una personalidad que les fue provechosa.

Con el curso de los años, siguió intensificándose su red de contactos y amistades y, consiguientemente, su dimensión humana. No estoy diciendo que surgiera el amor por doquier, sino simplemente que se produjeron mayor entendimiento y comprensión, que se ensancharon con el tiempo para dar inesperados frutos de cordialidad y pacífica disposición.

Hay muchos ejemplos de tales contactos básicos entre fuerzas irreconciliables que han dado resultados positivos. Fijémonos en el número de personas que hablan hebreo en la parte árabe y la consiguiente disminución de la violencia gracias a que muchos árabes hablan hebreo y muchos israelíes hablan árabe. Incluso la comunicación a un nivel muy elemental reduce los incidentes de violencia. Otro ejemplo estaría en el ámbito turístico, en el que, pese a los esfuerzos del Gobierno israelí para dominar el sector, los operadores israelíes suelen compartir proyectos con los palestinos en beneficio mutuo.

También este factor ha actuado como influjo moderador de las relaciones y, si hay un área destacada que quepa señalar con aceptación universal, es la agricultura, donde los árabes se han llevado la palma al adoptar métodos de rotación de cultivos de los israelíes, introduciendo nuevos frutos como la guayaba. Y no hay que olvidar que entre los principales oficios que benefician a ambas partes figura la industria de la confección, con exportación de ropa relativamente cara a países industrializados. Se me informa de que más de 30.000 palestinos trabajan en este sector y contribuyen palpablemente al desarrollo de Cisjordania y, en menor medida, de Gaza. Aunque el espíritu humano es capaz de dar estos pasos superadores de división por razón del odio, es imposible juzgar el posible impacto de esta disposición de ánimo a menos que se haga un esfuerzo consciente para descubrir y valorar su verdadera dimensión.

Estoy apuntando a favor de impulsar programas de desarrollo con participación de ambas partes. Contribuyen al bienestar económico de las personas y mejoran el nivel de comprensión entre ellas; tal vez en sectores como el turismo la cooperación sería obligada. El estudio de los idiomas por ambas partes favorecerá que comprendan sus respectivas

mentalidades. Tal vez el progreso de este tipo de relación no estrictamente política entre ciudadanos de clase media dará pie a un modelo de beneficiosa cooperación constructiva capaz de superar muchos obstáculos políticos.

Hasta ahora, este tipo de actividad no ha constituido un gran éxito, pero hay suficientes indicios de personas dispuestas a avanzar por este camino. Hay todo un campo por explotar si mis dos primos Nasser y Amer, que han padecido feo maltrato bajo los israelíes, llegan a descubrir, a través de los diversos contactos, relaciones y conversaciones mantenidas a lo largo del tiempo, el valor y los beneficios de comprender a la gente de la otra parte; si esto es así, tal tipo de contacto merecerá indudablemente mayor atención que en épocas anteriores. Una cierta porción de toda la ayuda económica debería destinarse a proyectos conjuntos árabe-israelíes. Ciertamente es mejor que avivar el fuego de las quejas de una parte u otra en el sentido de que se nos ha echado encima la catástrofe definitiva.

Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein; autor de Naser, el último árabe. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.