¿Tercer vuelco electoral en nuestra democracia?

José Félix Tezanos es catedrático de Sociología de la UNED y director de la revista Sistema (EL MUNDO, 01/05/03):

¿Tendrá lugar el 25 de mayo el tercer vuelco electoral de nuestra democracia? ¿Estamos ante el inicio de un nuevo ciclo político con predominio del PSOE? Estas son las preguntas que se formula mucha gente y que hacen que los próximos comicios adquieran mayor importancia que la meramente municipal y autonómica.

Las encuestas apuntan hacia un cambio que podrá empezar en las ciudades y en las comunidades autónomas, como ya ocurrió en ocasiones anteriores. Pero hay que tener presente que nos encontramos en coyunturas sociológicas y políticas muy complejas, en las que influyen muchos factores en la inclinación final de los electores.

La hipótesis de la que parten bastantes analistas es verosímil, en la medida que los sondeos muestran subidas en el PSOE y bajadas en el PP. No obstante, para formular pronósticos fiables hay que atender también a otros factores de análisis político, teniendo presente que, por muy expresivos que sean los sondeos, al final todo se va a ventilar durante los días finales de la campaña electoral. La experiencia reciente revela, en este sentido, que los electores se manifiestan de manera más volátil a la que era habitual hace muy poco tiempo.

En Alemania, por ejemplo, Schröder comenzó las últimas elecciones con 10 puntos de desventaja en los sondeos, y en la campaña remontó 11 puntos, básicamente debido a su compromiso de no participar en la guerra de Irak. En Francia, poco antes de las presidenciales, nadie podía presagiar una debacle como la que sufrió Jospin, cuya gestión al frente del Gobierno era bien valorada. ¿Y quién pudo pronosticar que los troskistas sumarían más del 14% de los votos?, ¿o que la extrema derecha se mediría con Chirac en la segunda vuelta y que los electores socialistas acabarían votando por su gran «adversario» como mal menor? En otros países, las últimas elecciones han proporcionado también ejemplos asaz curiosos.En Turquía los partidos que estaban en el Gobierno acabaron convertidos de la noche a la mañana en fuerzas practicamente extraparlamentarias.En la culta Austria la extrema derecha empezó a subir como la espuma, y en la civilizada Holanda la lista de Pim Fortuyn estuvo a punto de provocar un auténtico terremoto electoral.

Lo que está sucediendo revela que los electores -incluso en países seriamente estructurados- ya no son tan inerciales y predecibles como en el pasado. Una buena parte tiende a definir sus posiciones de manera «reactiva», en función de determinados acontecimientos y coyunturas, al tiempo que cada vez pesan menos los grandes alineamientos de lealtad ideológica o de trayectoria histórica. Mucha gente opta en cada momento, según lo que más les conviene, o según lo que les parece más recto o adecuado.Bastantes personas deciden en los últimos días de la campaña, de acuerdo a los programas y las propuestas concretas que hacen los candidatos. Los ciudadanos, en definitiva, hoy se fían menos que ayer, y quieren tener más certezas y seguridades sobre lo que se promete. Por eso, los comportamientos electorales tienden a hacerse más volátiles y dependen más de las coyunturas. Y, por eso, también es más difícil predecirlos con seguridad, ya que los cambios (o vuelcos) electorales dependen de casuísticas concretas, y no sólo de las trayectorias históricas.

¿Cómo influirán todas estas tendencias en el caso de España? Verosímilmente de manera importante. Por eso, será clave la campaña y el conjunto de variables que influyan en las posibilidades de los grandes partidos. De momento, todo parece indicar que el PP parte con desventaja: según las encuestas sólo mantiene una lealtad de voto de entre un 50% y un 60% de sus anteriores electores; existe un importante clima de rechazo social a muchas de sus políticas, con casos recientes de repudio bastante sonados (Prestige y guerra de Irak); hay preocupación en muchas personas moderadas y de centro por el clima de crispación que se genera desde altas instancias del PP (incluso por el riesgo de romper el clima de consenso constitucional; se están abriendo serios divorcios con los jóvenes, los estudiantes, el mundo de la cultura y de la comunicación, los ecologistas y los sindicalistas, en una dinámica de desencuentros que está dando lugar a que la lista de «agraviados» engorde sin parar.

Los indicadores económicos y laborales tampoco son propicios y algunos de los retos de la unidad europea se encuentran en una encrucijada compleja, en buena parte debido a las fisuras que el proceder de Aznar y Blair han abierto en Europa, que es nuestro espacio político y económico natural, y, por tanto, debe ser nuestra fuente primaria de lealtades. Y, por si todo esto no fuera poco, los datos sociológicos también muestran una nueva inflexión general subyacente del electorado hacia el centro izquierda.

En el otro lado de la balanza, las variables que pueden operar en contra de las posibilidades del vuelco electoral son, por un lado, las propias inercias de voto y el gran dominio mediático que tiene el PP, también con todos sus costes indirectos, que ya han empezado a manifestarse con fuerza, por ejemplo, entre los accionistas de Telefónica. El PP también cuenta -o piensa que cuenta- con la complicidad de poderosos grupos económicos.Aunque lo más verosímil es que, si hay cambio de tendencia, estos grupos no querrán encadenarse al hundimiento de Aznar en particular, o al del PP en su conjunto, si continúa siguiéndole a pies juntillas, como un solo hombre.

Por otro lado, el PP puede beneficiarse de las contra-imágenes que en este momento existen sobre el PSOE en la opinión pública.Lógicamente no se trata sólo de la poco creíble propaganda que intenta presentar al PSOE como un partido peligrosamente rojo y extremista, sino a la existencia de una impresión latente más difundida, que no ve equipos preparados y propuestas programáticas suficientemente articuladas, concretas y creíbles, ni tampoco un esfuerzo adecuado para integrar a todos los sectores que pueden apoyarlo. Sin embargo, lo cierto es que en el nivel municipal y autonómico, estas impresiones -o insuficiencias- se pueden ver compensadas por imágenes más concretas y cercanas a los ciudadanos.

Aparentemente, el PP tiene de entrada peores cartas para hacer frente al próximo envite electoral. Lo previsible, pues, es que tenga un mal lance. Pero la experiencia demuestra que quienes tienen peores cartas de entrada no siempre acaban perdiendo la partida. En este caso, sin embargo, está operando un cierto miedo escénico; y eso se nota. Como los jugadores de mus un poco simples, que intentan confundir al adversario con bravuconadas y amenazas, los altos dirigentes del PP, conscientes de su mal juego, se pueden estar metiendo en un lío adicional, con sus acusaciones, su agresividad y su talante dualizador. Tales formas de proceder no hacen sino fijar en el electorado una imagen de agresividad que trae a primer plano de atención una de las cuestiones que más preocupa a la opinión pública: el belicismo y los riesgos de dualización y antagonismo.

Uno de los factores subyacentes que puede influir en la orientación final del voto de muchas personas el 25 de mayo va a ser, precisamente, el temor a que los conflictos actuales desemboquen en una guerra de amplio alcance y España se vea involucrada en ella. Después de las conquistas de Afganistán y de Irak y de las amenazas contra Siria, es lógico que se haya extendido la sospecha de que estamos ante planes belicosos de cierta envergadura, y que el peligro de una tercera guerra mundial, contra la que clama el Papa y contra la que nos previenen algunos analistas, no es una exageración infundada. Los problemas que plantea la ocupación militar de diversos territorios «hostiles» y los componentes de confrontación global con el Islam que se están perfilando, pueden convertir una amplia zona del Planeta en un auténtico avispero. De ahí, que la hipótesis de una guerra a gran escala -incluso en países ya ocupados- no resulte descabellada. Máxime cuando algunos sectores de la derecha americana no se recatan en postularla abiertamente.

Por eso, sectores importantes del electorado español están preocupados y es muy probable que quieran hacer algo -ya en los próximos comicios- para emitir un mensaje político en una dirección inequívoca: si esa guerra tiene lugar, España no debe estar en ella. Consecuentemente, bastantes ciudadanos querrán dejar claro que no apoyan a los partidos políticos cuyo belicismo y supeditación a Bush pueden significar riesgos en esta dirección. ¿Cómo pesará este factor en las urnas? Es difícil saberlo de antemano, pero todo indica que puede hacerlo de manera apreciable, sobre todo cuando las posiciones políticas que suscitan estos temores van acompañadas de talantes agresivos e inculpadores. Al final, la arrogancia, la crispación y la bravuconería pueden acabar convirtiéndose en otra variable de la competencia política. Y de efectos letales, debido a que una parte importante de la opinión pública no comparte las razones, ni la forma de proceder de quienes así piensan.Cuando se actúa por la fuerza -o apoyándola-, con malas artes, o de espaldas al sentir general, hay que ser bastante ingenuo para pensar que se pueden alcanzar los objetivos propuestos y al mismo tiempo lograr que te quieran y te voten con entusiasmo.

El 25 de mayo muchos electores se van a ver influidos en su fuero interno por bastantes razones para el cambio. Posiblemente, por tantas razones, que determinadas «estrategias del miedo» acabarán produciendo un efecto contrario al pretendido.

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