Terquedad vasca

Ya se han celebrado las elecciones locales y autonómicas. Para los vascos han sido locales y forales: además de los ayuntamientos, han sido las juntas generales las que han estado en juego. Unas juntas generales que entre otras competencias poseen la de la política fiscal en casi todos sus aspectos, aunque los partidos políticos vascos hayan hecho caso omiso de dicha competencia, pues ninguno de ellos se ha dignado ofrecer un proyecto de fiscalidad.

Es cierto que casi todas las miradas, y no solo en Navarra y en el País Vasco, sino en toda España, están fijadas en lo que pueda suceder en Navarra, si se procede o no a la sustitución de UPN en el Gobierno foral. Hay que añadir que muchos analistas han subrayado el hecho de que se haya producido un cambio en el panorama navarro: el hecho de que sea posible otro Gobierno sería la más clara señal de ese cambio.

Pero también es cierto que, mirado en profundidad y a largo plazo, el cambio no lo es tanto: UPN ha perdido, sí, la mayoría absoluta, pero lo ha hecho porque su socio menor, CDN, ha perdido dos de sus cuatro escaños. En lo demás, el porcentaje de votos de UPN ha crecido unas décimas. Y lo ha hecho tanto en el conjunto del territorio navarro como en la capital, Pamplona.

Por otro lado, el ascenso de Nafarroa Bai se debe, aunque no solo a eso, a la ventaja que ofrece la ley D'Hondt a quienes se agrupan --en este caso PNV, EA, Aralar y Batzarre--, mientras que antes castigaba la condición de minoritarios de cada uno de esos grupos. Por eso es preciso decir que UPN-PP han aguantado muy bien en Navarra. Y si se suman sus votos, más los de CDN, y los del PSN, que por mucho que estén dispuestos a gobernar con Nafarroa Bai si llegan a algún acuerdo programático --nada fácil, por otro lado, en temas sustanciales diferentes a impedir que gobierne UPN--, siguen apostando por el mantenimiento de la situación jurídico-institucional actual de Navarra, poco es lo que en lo sustancial cambia para Navarra después de estas últimas elecciones: no hay mayoría en Navarra para apostar por la asociación con Euskadi en una única comunidad autónoma ni previsión de que la haya en el futuro.

Tomando en consideración Euskadi, es más llamativo el descenso del PNV que el buen resultado del partido socialista. En contra de lo que algunos esperaban, incluyendo a quien esto suscribe, la anulación de la coalición preelectoral por parte de Eusko Alkartasuna (EA) no solo ha dañado a esta en sus aspiraciones futuras, sino que ha debilitado también la posición del PNV. Si Eusko Alkartasuna creía --y era la apuesta de sus fundadores-- que a la izquierda del PNV existe un espacio nacionalista mayor que el del nacionalismo tradicional, en ausencia de ETA, y que EA está el llamado a ocupar ese espacio, los resultados del 27 de mayo no le permiten albergar esperanza alguna.

El PNV no ha obtenido los resultados esperados en en su territorio privilegiado, Vizcaya. Ha perdido la mayoría absoluta. Pero mayor ha sido aún el retroceso en Guipúzcoa y en Álava, territorio con mayoría de partidarios de Joseba Egibar, uno, y territorio en el que el candidato a juntas generales también era radical en su nacionalismo como Egibar. En ninguno de estos dos territorios es el PNV primera fuerza: en Guipúzcoa lo es el PSE y en Álava, el PP, seguido muy de cerca por el PSE, pasando el PNV a ser tercera fuerza, como lo es en el Ayuntamiento de San Sebastián.

El PSE es primera fuerza en los Ayuntamientos de San Sebastian Y Vitoria, y primera en las Juntas Generales de Guipúzcoa. El PP es primera fuerza en las Juntas Generales de Álava, segunda en el Ayuntamiento de San Sebastián, en Vitoria, en igualdad de concejales con el PSE, y en Bilbao, detrás del PNV.

La coalición EB/IU y Aralar no ha funcionado en Vizcaya. Algo mejor en Álava y bien, como se esperaba, en Guipúzcoa. ANV, es decir, Batasuna, se ha aferrado a su electorado, al que ha conseguido movilizar, y ha demostrado que sigue ahí. Sigue ahí como siempre: sin capacidad de distanciarse de la violencia y del terror de ETA, siendo por ello un cuerpo extraño en la política democrática y anormalizando la política vasca. Conviene recordar de vez en cuando que es esa la única anormalidad de la situación de Euskadi: la existencia de un opción política incapaz de asumir el mínimo exigible para poder participar en la vida democrática, la condena de la violencia de ETA.

Coinciden todos los analistas en afirmar que la situación política vasca es más abierta que nunca, que no hay pactos lógicos y homogéneos, que es mucha y grande la complejidad. Que incluso se puede hablar de cierta desestructuración de la política vasca. Veremos si lo ven así desde los puestos de mando de los partidos políticos o si pretenden reducir esa tremenda complejidad por medio de camisas de fuerza de pactos estructurales que abarquen a las mismas fuerzas políticas en los tres territorios. Eso no haría justicia a la pluralidad de la sociedad vasca.

Lo que ha vuelto a quedar patente, una vez más y para los que se resisten a darse por enterados: el no nacionalismo en Euskadi no es testimonial, sino que conforma una realidad consolidada sin la que no se puede pensar en definir institucional, política y jurídicamente la sociedad vasca. Tratar de hacerlo implica violentar la realidad vasca. Una realidad que se ha vuelta a revelar como tremendamente terca en su complejidad y pluralismo.

Joseba Arregui, presidente de la asociación ciudadana Aldaketa.