Es un hecho que el proceso de negociación, como propuesta o idea de superación del conflicto, ha quedado obsoleto y hay que archivarlo. Ya no puede haber, ni habrá, más procesos porque se han roto irreversiblemente las tres bases objetivas en que se sustentaba la proposición de diálogo, denominada proceso. Se ha roto la credibilidad de ETA y ya no tiene sentido alguno reivindicar tregua. Se ha desvirtuado la capacidad de negociación por la dilapidación de la discreción y de la responsabilidad que le son inherentes. Se ha conculcado y se pretende seguir conculcando el principio esencial de separación radical entre pacificación y normalización política en el vano intento de vanguardización política.
Pero el hecho de que no vaya a haber proceso no soluciona los problemas inherentes al mismo, como presos, víctimas y desarme. Tampoco resuelve la cuestión de las reivindicaciones que de forma indebida e interesada han sido mezcladas con el proceso. Una de esas reivindicaciones, utilizada como fin y causa del proceso, es la tantas veces aducida territorialidad de Euskal Herria. Reivindicación que, en su virtualidad política, se ha tornado además gemela de la reivindicación del derecho de autodeterminación. Territorialidad y autodeterminación se han convertido así en el binomio de justificación y objetivo del proceso.
Teóricamente, la territorialidad de Euskal Herria constituye un objetivo político perfectamente planteable en democracia. En la práctica, sin embargo, se refiere a tres realidades institucionales, subdivididas a su vez en su interior en muy diversas realidades. La cuestión es que la formulación de propuestas que tengan recorridos políticos sostenibles no se puede hacer sin partir y tener en cuenta esa profunda diversidad. Y es que a las dicotomías Navarra-CAV e Iparralde-Hegoalde hay que añadir las complejas diversidades culturales, sociales, históricas, económicas y políticas internas de cada uno de esos ámbitos. ¿Cuál es la respuesta a esta dialéctica?
Nos proponemos utilizar como instrumentos del análisis los conceptos sincronía y diacronía, ya aplicados a la antropología por Levi-Strauss. La reivindicación de territorialidad en Euskal Herria debe tener una formulación diacrónica y no sincrónica. Son diferentes las situaciones de cada territorio; tienen que ser diferentes las iniciativas y puntos de partida. Son diferentes las correlaciones de fuerzas políticas en uno y otros ámbitos; han de ser diferentes los procedimientos, condicionamientos y velocidades. Están histórica, social y democráticamente consolidados ámbitos de decisión política diferenciados.
Hay que recordar que las primeras reivindicaciones nacionales sabinianas del siglo XIX y XX estaban referidas a los fueros, es decir, a los derechos históricos, los cuales tenían un carácter provincialista.
La modernización democrática del nacionalismo hacia la invocación de la autodeterminación supuso, en teoría, una superación de los límites provincialistas del fuerismo. Pero esa superación del provincialismo fuerista, que es meramente teórica, ha originado un reduccionismo simplificador, que no es realista: reivindicar la territorialidad de Euskal Herria en base a la autodeterminación. Es decir, ir a la unidad de sujeto y de acto a través de la unidad teórica del derecho: territorialidad sincrónica. Como si no hubiese historia, ni diversidades, ni condiciones, que determinan la funcionalidad de las propuestas políticas. Como si se pudiese partir de cero en el siglo XXI en un país desarrollado de Europa.
El reduccionismo de la fórmula territorialidad-autoderminación se pone de manifiesto, por ejemplo, en la tantas veces repetida imputación de la división de Euskal Herria a los Estados español y francés. ¿Es que no ha existido ningún grado de protagonismo e intervención del pueblo vasco en los cinco u ocho siglos de la dinámica de los fueros y de los pactos, luchas y guerras surgidas por ellos?
Tal reduccionismo esencialista es sin duda una reacción a la provocación del falsario historicismo foralista. Propone éste aparentemente la interpretación de los fueros como pacto o pacción, pero con interpretación pre-democrática, ya que en democracia, como en la vida, no puede pactar quien no puede decidir. Esta doctrina pre democrática otorga a los fueros una virtualidad definidora de la sociedad, llegando así a la aberración de negar la propia existencia política de Euskal Herria. Es decir, como si los fueros o derechos históricos fuesen constituyentes por encima del veredicto de la voluntad popular.
También es sin duda otra reacción a las exageraciones del historicismo pseudonavarrista una especie de historicismo pannavarrista, que denominaremos acrónico, con perdón de Saussure y Levi-Strauss. Aunque sea once veces, once, más riguroso que el falsario historicismo oficialista del pactismo foralista sin capacidad de decisión, no deja de ser historicismo y como tal se aleja del realismo funcional político. Si bien es cierto que Navarra fue el Estado europeo de Vasconia y no es menos cierto que su independencia fue cercenada por la violencia imperialista, y también es cierto que las superestructuras fuero-pactistas han servido frecuentemente para esconder esas verdades históricas, sólo corresponde a la sociedad actual la titularidad del derecho a decidir políticamente. Los derechos políticos no se heredan aunque la historia da argumentos para revindicarlos.
La interpretación políticamente funcional de los derechos históricos no puede tener otra expresión práctica que el derecho a decidir y ahí converge conceptualmente con la autodeterminación. Hacer viable en la realidad el derecho a decidir ha de ser el objetivo y el prisma desde el que resolver la cuestión de la territorialidad.
La reivindicación diacrónica de la territorialidad es tan lógica y digna como la propuesta sincrónica y tiene la ventaja esencial del realismo y por lo tanto del futuro.
La consulta en la CAV es hoy por hoy tan importante como revindicar el derecho a referéndum en Navarra o impulsar un marco autonómico para Iparralde. La territorialidad diacrónica es una propuesta respetuosa con la pluralidad política y tiene la virtualidad de plantear la confrontación política en el ámbito de la defensa de la pluralidad y de la opción de los ciudadanos y ciudadanas, que es el único campo donde podemos ganar la batalla del futuro de Euskal Herria.
La conclusión de este análisis es más que una moraleja: La territorialidad y/o la territorialidad-autodeterminación, como reivindicación política no justifican ni son razón ni deben ser excusa para la utilización de la violencia con fines políticos. Tampoco para la invocación de la necesidad de un proceso que ya se ha demostrado inviable. Es hora de acatar lo que el pueblo vasco tiene decidido por mayoría y además es lo que le conviene: un cese unilateral de la lucha armada que dé cauce a la normalización política protagonizada por las fuerzas políticas y que abra el camino para la solución de las consecuencias de la confrontación armada y para el desarme.
Patxi Zabaleta e Iñaki Aldekoa