Terrorismo de viejo y de nuevo cuño

Anthony Giddens, catedrático de Sociología y ex director de la London School of Economics (LA VANGUARDIA, 27/12/04)

El debate actual sobre el terrorismo -incluyendo sus implicaciones sobre el ejercicio de las libertades cívicas- adolece de una falta de distinción adecuada entre dos clases de amenaza terrorista. Denominaré a la primera terrorismo de viejo cuño (old-style terrorism, OST), forma de terrorismo con la que hemos convivido en el transcurso de varios decenios, practicada por grupos tales como las Brigadas Rojas en Italia o la banda Baader-Meinhof en Alemania en los años sesenta y setenta pero asociada en mayor medida -según señala Montserrat Guibernau en su libro Naciones sin estados a las luchas nacionalistas y a las naciones sin Estado. Es el tipo de conflicto relacionado, por ejemplo, con el problema de Irlanda del Norte a lo largo de los últimos 30 años (que ojalá esté viviendo ahora su final de partida), del País Vasco, de Quebec o de Cachemira: una actividad terrorista vinculada a objetivos específicos y, esencialmente, de ámbito local. Suele presentar un nivel de violencia relativamente bajo: han muerto más civiles en las carreteras de Irlanda del Norte desde la declaración del estado de emergencia que como consecuencia de la violencia terrorista. Este terrorismo tiende a alcanzar un mayor grado de violencia y destrucción cuando adquiere rasgos comparables a una guerra civil, como en el caso de Palestina e Israel o de Sri Lanka.

El terrorismo de viejo cuño cuenta con una larga historia que se remonta al menos al siglo XVIII, periodo de auge del moderno Estado nación y caracterizado por las luchas de tinte nacionalista. En épocas más recientes, se ha ido adaptando al ritmo de los tiempos, sobre todo al hilo de la globalización. Los terroristas de viejo cuño pueden disponer de amplias redes de apoyo y financiación. El IRA, por ejemplo, ha obtenido fondos de Estados Unidos, Libia y otros países, y ha establecido lazos con grupos terroristas y fuerzas guerrilleras en América Central y Sudamérica.

El terrorismo de nuevo cuño (new-style terrorism, NST), sin embargo, es heredero directo de la era global. Constituye un gran error -común en numerosos analistas- considerar que la globalización se restringe fundamentalmente a un fenómeno de expansión de los mercados e influencia de las instituciones económicas. La globalización -entendiendo por ella la creciente interdependencia de la sociedad mundial- se ve impulsada básicamente por el avance de las comunicaciones electrónicas instantáneas y la circulación de bienes, servicios y personas; aparte de sus aspectos económicos, es un fenómeno político y cultural. El NST da cuenta de estas innovaciones en tanto que, a la par, se vale de ellas para sus fines.

Al Qaeda y sus actividades constituyen un ejemplo prototípico del NST, aunque Al Qaeda no es, en absoluto, un caso único en su clase. Mary Kaldor, profesora del programa sobre gobierno global de la London School of Economics, ha comparado a Al Qaeda con ONG comoO xfam o Amigos de la Tierra. Naturalmente, la analogía no es aplicable en todos sus términos, pues las ONG son entidades transparentes y legítimas, en tanto que las nuevas organizaciones terroristas actúan en la clandestinidad y la ilegalidad.

Sin embargo, el parecido es asombroso. Las organizaciones del tipo de Al Qaeda y las ONG funcionan de manera mínimamente centralizada. Poseen redes flexibles, poco trabadas, inspiradas por una misión que cohesiona las actividades de grupos y células muy distintos en todo el mundo que tienden a proceder de manera semiautónoma. Ambas clases o tipos de organizaciones emplean modernas tecnologías para coordinar sus esfuerzos y difundir su mensaje. Disponen de sedes propias en casa que, no obstante, pueden cambiar y evolucionar en cualquier momento. Las bases interiores de grupos y organizaciones de NST se hallan situadas en estados en crisis o en decadencia, aun cuando pueden recibir ayuda o respaldo secreto de gobiernos que sintonizan con sus objetivos.

Los objetivos en cuestión no se circunscriben al área local, sino que poseen un alcance ilimitado: los objetivos de Al Qaeda -tal como aparecen en las declaraciones de Ossama Bin Laden- son, en realidad, de orden geopolítico. Bin Laden quiere expulsar de Arabia a la alianza cristiano-judía y, en definitiva, propone la refundación de un califato cuyo dominio se extendería desde Pakistán hasta el norte de África y el sur de España.

Existen cuatro factores que distinguen el terrorismo de nuevo cuño del viejo. Uno consiste, como acaba de mencionarse, en que los objetivos del nuevo terrorismo son mucho más ambiciosos pero también más difusos que en el caso del viejo terrorismo; rasgo, por cierto, de trascendentes consecuencias, pues entraña que la negociación, y mucho menos el acuerdo, no suelen ser viables.

El segundo consiste en que la capacidad organizativa -que se beneficia de los actuales sistemas de comunicación y la rapidez de movimientos- permite organizarse efectivamente a distancia sin dejar de coordinar en todo momento las acciones terroristas.

El tercer factor es su condición cruel e implacable: es un terrorismo capaz de asesinar a miles -incluso millones- de personas si se presenta la ocasión.

El cuarto es el tipo de armamento. El advenimiento de internet implica que quienquiera que disponga de la pericia, los conocimientos y los recursos necesarios se halla en condiciones de fabricar armas de elevado poder destructor. En el mundo posterior a 1989, además, circulan grandes cantidades de armas gracias al tráfico ilegal de armamento, entre las que figuran seguramente algunas de las más temibles. Rusia almacena miles de armas y material nuclear en emplazamientos carentes del adecuado nivel de seguridad, en condiciones altamente vulnerables frente a ladrones que podrían venderlo, a su vez, a terroristas. Se ha detenido a numerosos delincuentes de este jaez, pero muchos otros siguen en libertad. Se sabe que en Rusia ha desaparecido material suficiente para fabricar una veintena de armas nucleares de regular potencia (véase Graham Allison, Nuclear terrorism, Holt, 2004, págs. 9-10).

Capacidad organizativa y crueldad ilimitada fueron los dos factores que aportaron, el 11-S, un cambio cualitativo a la historia del terrorismo. El 11-S fue el primer intento logrado a gran escala contra territorio norteamericano continental en el curso de dos siglos desde la invasión británica, desde suelo canadiense, en 1814. En la peor de las hipótesis concebibles, el episodio podría haber sido aún más devastador de lo que fue realmente. Los aviones secuestrados se encaminaban a tres centros del poder estadounidense: el económico, el militar y el político. Si las Torres Gemelas se hubieran desplomado en el acto podrían haber muerto 50.000 personas en lugar de las 3.000 que murieron en el atentado. El tercer avión podría haber causado daños mayores si hubiera alcanzado más de lleno al Pentágono. El cuarto se dirigía contra el Capitolio o la Casa Blanca y su desvío obedeció únicamente al arrojo y valentía de algunos de los pasajeros que viajaban a bordo, quienes, luchando a brazo partido, evitaron que la aeronave alcanzara su objetivo.

En los últimos tiempos, se ha convertido en moneda de curso bastante común -sobre todo en la izquierda- decir que los gobiernos exageran los riesgos de la amenaza terrorista, y que Al Qaeda es algo así como un tigre de papel. Dos recientes programas de televisión de amplia audiencia, ambos dirigidos por Adam Curtis, han difundido este punto de vista. Al Qaeda -venían a decir estos programas- no existe realmente: son servicios de información y líderes occidentales quienes han convertido un puñado de episodios terroristas registrados en distintas parte del mundo en una siniestra organización global. Dos expertos norteamericanos en terrorismo, Adam Dolnik y Kimberly McCloud, sostienen de forma parecida que "es hora de desmontar la imagen ampliamente extendida de Al Qaeda como una red terrorista omnipresente y superorganizada, para pasar a llamarla lo que es: grupos e individuos carentes de trabazón que ni siquiera se autodenominan Al Qaeda".

Según ellos, Bin Laden nunca habló de Al Qaeda antes del 11-S: el término tan sólo afloró anteriormente -de pasada- en algunas declaraciones de individuos de su entorno y siempre, según JOAN CASAS ellos, fueron los servicios de espionaje estadounidenses quienes empezaron a emplearlo en términos generales después de los atentados contra las sedes diplomáticas estadounidenses en Kenia yTanzania en 1998, de modo que luego se lo apropiaron los grupos terroristas.

Sin embargo, este punto de vista induce a error en la misma medida en que niega o rechaza hechos y realidades: es erróneo, efectivamente, presuponer que Al Qaeda es una máquina global dotada de alto grado de organización, capaz de desencadenar catástrofes dondequiera que lo decidan sus dirigentes; resulta mucho más correcto y apropiado afirmar que se trata de una red de varios tipos cambiantes de grupos, algunos de ellos mucho más eficaces y temibles que otros. Ahora bien, es igualmente erróneo minimizar el potencial amenazador de estos grupos. Hay que tener presente que el 11-S, al fin y al cabo, sucedió efectivamente y fue precedido por una labor de cuidadosa planificación y compleja organización logística.

Probablemente,Bin Laden y sus colaboradores entrañan actualmente un peligro menor que en otro tiempo, pero ello se debe a la intervención militar en Afganistán y no porque en su día se exageraran sus recursos y capacidad. Sus combatientes hubieron de abandonar sus bases y murieron en gran número en su huida. Como mínimo, uno de sus dirigentes, Mohamed Atef, murió en las incursiones aéreas sobre Afganistán. Otras tres destacadas figuras fueron capturadas en Pakistán, incluido el jeque Kaled Mohamed, quien al parecer estuvo tras los atentados del 11-S.

Es probable que Al Qaeda siga manteniendo células durmientes en países occidentales y aquí hay que referirse, sobre todo, a las desbaratadas por la policía en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, España, Alemania y otros lugares. Existen otros grupos terroristas de fisonomía similar a Al Qaeda, con la que mantienen vínculos, como la Yihad Islámica, el Ejército de Adén, de origen yemení, o el Movimiento

Islámico de Uzbekistán. El grupo de trabajo especial estadounidense sobre la seguridad nacional, dirigido por Richard Clarke, distingue tres círculos concéntricos de terrorismo internacional yihadista.Al Qaeda es el círculo interior, con una afiliación estimada de 400 a 2.000 activistas. En el segundo círculo figuran otros muchos grupos terroristas, que suman una cifra de 50.000 a 200.000 activistas dispersos. El tercer círculo exterior incluye a los simpatizantes de la Yihad Islámica en la comunidad islámica mundial, que alcanza los 200 millones de personas. Quienes minimizan la importancia de las amenazas terroristas o hablan de la aplicación de una política del miedo arrogante tienden a expresarse según el siguiente tenor: "Fíjense, no se ha producido otro 11-S; nos dijeron que casi inevitablemente se abatiría otro ataque terrorista sobre Londres, pero no ha pasado nada. ¿Por qué asustaron a todo el mundo sin suficiente fundamento?".

No obstante, esta perspectiva es engañosa, por dos razones.

Una se refiere a la percepción del riesgo: para que la gente se tome en serio un peligro determinado y se comporte en consecuencia, debe ser adecuadamente informada sobre el riesgo potencial de peligro. Si la amenaza en cuestión no llega a tomar cuerpo, es probable que quienes la propalaban sean tachados de alarmistas; sin embargo, abrir los ojos de la ciudadanía puede constituir la condición necesaria para limitar o evitar el peligro en cuestión. El año pasado, el primer ministro británico adoptó la decisión de blindar con tropas el aeropuerto de Heathrow durante un fin de semana de acuerdo con informes de los servicios secretos. Recibió un alud de críticas por alarmista, pero el hecho de que no se registrara ningún atentado terrorista puede obedecer a las medidas adoptadas.

La otra razón es específica del terrorismo de nuevo cuño:se refiere a la magnitud del riesgo en cuestión. Es posible que la probabilidad de un atentado a gran escala en Londres que siegue la vida de miles de personas sea remota, dadas las precauciones adoptadas; los atentados con aviones ofrecen hoy día sus dificultades, como también el empleo de armas químicas y biológicas. Una bomba sucia (dispersora de material radiactivo) -que casi seguro estallará un día en algún lugar- provocaría un pánico generalizado, pero su radio de acción letal es reducido. No hay pruebas de que algún grupo o grupos encuadrados en el denominado terrorismo de nuevo cuño disponga de armamento o material nuclear, pero nadie lo sabe con certeza.

En cualquier caso, con la aparición por primera vez en escena del terrorismo de nuevo cuño,la posibilidad de un atentado de elevado poder destructor ya no queda circunscrita a un episodio hipotético. El terrorismo de viejo cuño puede ser horrendo para las víctimas, pero la sociedad en cuyo seno se produce se halla habitualmente en condiciones de afrontar sus consecuencias. Sin embargo, no se puede aplicar lo propio a un atentado terrorista a gran escala: puede ser muy devastador, para no hablar de un ataque nuclear, que revestiría las proporciones de un cataclismo (a este respecto, hemos de evitar que se produzca un solo caso, pero, a medida que nuestros esfuerzos se vean más coronados por el éxito, las voces críticas más propagarán a los cuatro vientos que "nos están asustando innecesariamente"). La izquierda ha de evolucionar en sus actitudes sobre el terrorismo de forma similar a como ha procedido en la cuestión del delito. Decir que no existen graves amenazas constituirá un propósito estéril.Vano intento, si lo que se pretende es achacar a George W. Bush o a la guerra de Iraq las dificultades, preocupaciones y desventuras del mundo. De nada sirve fingir que la cuestión de casar el ejercicio de las libertades civiles con los niveles idóneos de protección y seguridad no plantea problemas de ardua solución. No es ningún disparate afirmar que hemos de encarar las circunstancias sociales que han permitido que aflorara el terrorismo de nuevo cuño o que incluso lo han alimentado: pobreza y paro, fractura y distanciamiento entre el mundo islámico y Occidente, conflicto palestino-israelí. Pues así lo afirmamos y sostenemos. Conscientes de la importancia de esta cuestión, hemos de adoptar medidas urgentes para atajar una mayor proliferación nuclear. Sin embargo, como en el asunto de la citada actitud ante el delito, no podemos pensar únicamente en términos de condiciones subyacentes. Quienes sintonizan con el terrorismo de nuevo cuño o se hallan mezclados en sus actividades no siempre proceden de las filas de los desposeídos de la tierra, y sus objetivos, como en el caso de Al Qaeda, pueden ser sobre todo de orden religioso y estratégico. En consecuencia, hemos de responder adecuadamente a los peligros que representan en la situación actual.