Terrorismo global: lo urgente y lo importante

La brillante operación militar destinada a la captura de Bin Laden y que, finalmente, terminó con su vida, va a desencadenar en los próximos días una verdadera tormenta informativa. Hoy recuerdo cuando pocos días después del 11-S visité Washington en calidad de ministro del Interior para mostrar en nombre de nuestro país nuestra solidaridad y apoyo a una nación amiga que había sido vilmente atacada. Hoy también quiero expresar mi felicitación al Gobierno de los Estados Unidos de América. Siempre hay que lamentar la pérdida de una vida humana, pero no hay duda de que Osama Bin Laden ha constituido hasta el día de su muerte una amenaza global a la que era indispensable poner fin. Con su desaparición también se extingue la vida del mayor icono del Yihadismo global. Era una amenaza y lo era también para España de manera destacada. Como españoles, debemos alegrarnos de que Bin Laden ya no sea en sí mismo un peligro para nadie.

Sería ingenuo pensar que las amenazas que pesaban sobre nosotros hasta hace unos días han desaparecido repentinamente. No existe una «bala de plata» para terminar con la violencia terrorista. También sería un error pensar que la muerte de Bin Laden va a ser la «causa» de los atentados que puedan producirse en el futuro en cualquier parte del mundo. Los terroristas no matan «por», matan «para», como muy acertadamente ha afirmado el profesor Varela Ortega. Al Qaida era una amenaza antes de 2001, y lo va a seguir siendo después de Bin Laden; no reacciona ante lo que nosotros hacemos sino que pretende que nosotros reaccionemos ante lo que ella hace. Por ello, más que nunca, es momento para que el éxito de ayer sirva de acicate para perseverar en la cooperación en la lucha contra el terrorismo con la convicción profunda de que la derrota del terror es posible y que no se trata de un anhelo sino una verdad que todavía no se ha producido. Y precisamente en elegir bien nuestra reacción ante lo que hacen los terroristas es en lo que consiste una buena estrategia contra el terror.

Pasará algún tiempo antes de que podamos medir los efectos políticos y estratégicos profundos de los acontecimientos de estos días, pero una cosa parece clara: el núcleo de la amenaza del terrorismo global permanecerá activo pese a la muerte de uno de sus más sanguinarios inspiradores y, ante él, es necesario que las sociedades abiertas actúen unidas, con determinación y con inteligencia mediante instrumentos de cooperación cada vez más eficaces y más amplios.

En El mal menor: ética política en una era de terror, Michael Ignatieff afirma que «en las emergencias, no tenemos más alternativa que confiar en nuestros líderes para que actúen rápidamente cuando nuestras vidas pueden estar en peligro, pero sería erróneo confiar en ellos para decidir la cuestión más amplia de cómo equilibrar la libertad y la seguridad a largo plazo. Para estas cuestiones más amplias, debemos confiar en la deliberación democrática a través de nuestras instituciones».

Efectivamente, aunque hay decisiones operativas que los Gobiernos tienen que adoptar y que no pueden esperar, el gran reto que nos plantea el terrorismo global a medio plazo es cómo equilibrar razonablemente las exigencias de la seguridad con las exigencias de la libertad. Y éste es un debate de fondo que compromete a toda la sociedad. Es ahí, en las grandes decisiones estratégicas y de fondo donde nos jugamos la derrota o la victoria de lo que somos como sociedades libres. Por eso, a mi juicio, la pregunta que mejor puede guiarnos hasta la victoria sobre el terrorismo es ésta: ¿cómo combatir el terrorismo global eficazmente con la fuerza de la libertad y de la democracia?

En la lucha contra el terrorismo se requiere una combinación de exigencias a corto plazo y a largo plazo, de asuntos urgentes y de asuntos importantes, que caracteriza en buena medida el desafío que se nos puso delante el 11 de septiembre de 2001 de manera tan brutal. Encontrar ese equilibrio no será fácil, pero conseguirlo es vital para el futuro de nuestro modo de vida.

Benigno Pendás, bien conocido por los lectores del diario ABC, refiriéndose al nuevo terrorismo ha señalado con acierto que «las causas justas necesitan ser defendidas por medios inteligentes. Entre otras cosas, es preciso transmitir con claridad cuáles son las eventuales consecuencias de una derrota en esta guerra peculiar. La principal, la desaparición de la forma de vida que sustenta el bienestar tan deseado». Así es: hay que decir con claridad que lo que nos jugamos en este combate es la supervivencia de nuestra forma de vida.

A mi juicio, ese desafío se concreta en dos tareas que deben ser realizadas simultáneamente: en primer lugar debemos ser capaces de defender a la democracia del daño que el terrorismo quiere hacerle. En segundo lugar debemos ser capaces de evitar que las democracias se dañen a sí mismas cuando se defienden del terrorismo, que lleguen a considerar que los principios que las constituyen pueden ser un obstáculo molesto que haya que salvar para actuar con eficacia. Esto sería un grave error.

Si algo hemos aprendido a lo largo de nuestra experiencia como españoles en el combate contra el terrorismo es que para derrotarlo de verdad no hay nada comparable a la fuerza de la libertad y de la democracia. No hay nada comparable a la fortaleza de no hacer lo que él hace. Y hemos aprendido también que nada daña más la lucha contra el terrorismo que la pérdida de las referencias morales que nos constituyen como sociedad. Lo mismo puede decirse sobre el terrorismo global.

Ahora, justo en el momento en el que el muchos países, especialmente países de mayoría musulmana, parecen estar viviendo un nuevo impulso de libertad, conviene que tengamos muy claras estas ideas, que sepamos dar ejemplo manteniéndonos fieles a nuestros valores y demostrando su fortaleza para combatir el terrorismo.

Debemos seguir trabajando unidos para que el fanatismo y la sinrazón cedan frente al progreso, la libertad y la vida como derechos de todo ser humano, sin excepciones culturales o religiosas, sin disculpas y sin coartadas.

El mundo está cambiando, y debemos ayudar a que lo haga en la buena dirección. Debemos hacer que las reformas profundas que tantos pueblos están demandando, con un enorme sacrificio de vidas humanas, sirvan para que en ellos arraiguen la democracia y la libertad, que son la garantía de la seguridad de todos.

Bin Laden no era un líder del islam sino un enemigo de una gran religión y de los valores mismos de la civilización humana. Su desaparición no significa el fin de las amenaza del terrorismo global pero es, si duda, una gran noticia para aquellos que defendemos las sociedades libres y abiertas en todo el mundo.

Por Mariano Rajoy, presidente del PP.

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