Thatcher y el Big Bang

En los Estados Unidos, para las personas de una edad determinada, Margaret Thatcher fue una superestrella, y a los estadounidenses les han sorprendido las opiniones tan divididas en Gran Bretaña, donde Thatcher gobernó durante once años. Sin embargo, los británicos no estaban asombrados. Al igual que Tony Blair, Thatcher ha sido durante mucho tiempo un producto británico que tiene más atractivo en los mercados extranjeros que en el interior.

Todos los aspectos de su legado se debaten seriamente. ¿Predijo los problemas de la unión monetaria europea o dejó aislada a Gran Bretaña en los confines del continente? ¿Creó un nuevo dinamismo económico o dejó terriblemente dividido a Reino Unido, más desigual y desunido? ¿Destruyó el poder de intereses creados y creó una verdadera meritocracia o afianzó a los banqueros y entidades de financiación como la nueva élite, con consecuencias catastróficas?

En efecto, un asunto que se ha seguido muy de cerca son las reformas de la City de Londres emprendidas por Thatcher a finales de los años ochenta. En 1986, su gobierno fue decisivo en la creación de lo que coloquialmente se conoce como el “Big Bang”. Técnicamente, el cambio principal fue acabar con la “capacidad individual”, mediante la cual un corredor de valores podía ser el titular o un agente, pero no los dos.

Antes de 1986 había agentes que actuaban en nombre de sus clientes e intermediarios y ninguno podía hacer el trabajo del otro. Este sistema se había dejado de usar en otros lugares, y la reforma significó la apertura de Londres a nuevos tipos de instituciones, especialmente los principales bancos de inversión estadounidenses.

La primera consecuencia, y la más visible, fue el fin del almuerzo largo. Antes del Big Bang, el almuerzo era a menudo la parte más ardua en la jornada de un corredor de valores; empezaba con un gintonic apenas llegado el mediodía, y acababa con un brandy Napoleon a las tres de la tarde. Esa cultura cómoda pronto acabó después de que llegaron los impetuosos y ruidosos estadounidenses, que trabajaban incluso durante el desayuno.

Sin embargo, algunos piensan que también había desventajas. Philip Augar, autor de The Death of Gentlemanly Capitalism señala que “las buenas cosas de la City se perdieron junto con las malas”, y que las reformas de Thatcher “nos pusieron en ese camino vertiginoso hacia la crisis financiera.”

¿Se justifica esta acusación? ¿Podemos realmente encontrar en los años ochenta los orígenes de las dificultades actuales? ¿Fue la dama de hierro la autora de las desgracias mundiales de ahora?

Nigel Lawson, ministro de Hacienda durante la administración Thatcher, lo niega. (Revelación: fui asesor de Lawson en los años ochenta). Dawson señala que las reformas se acompañaron de nueva regulación. La Ley de Servicios Financieros de 1986 acabó con el régimen de simple autorregulación. Los intereses financieros entonces se oponían con fuerza, pues lo veían como el principio de una peligrosa brecha, aunque no podían haber sabido cuán grande ésta llegaría a ser.

También es difícil encontrar en los años ochenta los orígenes de la explosión del crédito y la proliferación de instrumentos financieros exóticos y mal concebidos, que están al centro de la crisis de 2007-2008. Los patrones de mayor riesgo, incluido el recrudecimiento de los desequilibrios globales y el dominio espectacular del mundo financiero sobre la economía, se aceleraron peligrosamente a partir de 2004.

La propia Thatcher no era partidaria del crédito y alguna vez declaró “No creo en las tarjetas de crédito.” En efecto, comulgaba con una filosofía estricta en cuanto a las deudas. “El secreto de la felicidad es vivir con lo que se gana y pagar las facturas a tiempo.”

Pero quizá haya algunas conexiones entre el thatcherismo y la crisis a un nivel más profundo. Su lema: “No se puede ir en contra del mercado”, contribuyó a crear una mentalidad que condujo a que los gobiernos y los bancos centrales se mostraran reacios a cuestionar tendencias insostenibles del mercado.

Thatcher se refería específicamente a los peligros de los tipos de cambio fijos y ciertamente no puede decirse que sea uno de los principales arquitectos de la llamada “hipótesis de los mercados eficientes”. No obstante, creía firmemente en la expansión de los mercados privados y por intuición desconfiaba de la intervención del gobierno. Como dijo alguna vez el fallecido economista y banquero central europeo, Tomasso Padoa-Schioppa, “Thatcher desplazó la línea que separa a los mercados del gobierno, aumentando el territorio de los primeros en detrimento del segundo. Padoa-Schioppa consideraba que este fue un factor que contribuyó a la renuencia de las autoridades estadounidenses y británicas para intervenir en el momento adecuado antes de la crisis de 2007-2008.

Sin duda, Thatcher no era partidaria de los banqueros centrales. Hasta el final estuvo en contra de la idea de independencia del banco central y sistemáticamente rechazaba el consejo de sus ministros de permitir al Banco de Inglaterra controlar las tasas de interés. Temía que bancos centrales independientes sirvieran los intereses de sus “clientes” bancarios, en lugar de los de la economía en su conjunto.

Se mostraba especialmente en contra de lo que consideraba excesiva independencia del Banco Central Europeo. En su último discurso como Primera Ministra en el Parlamento, acusó al BCE de ser una institución que “no rinde cuentas a nadie”, y advirtió de las implicaciones políticas de centralizar la política monetaria, con lo que predijo acertadamente los peligros del “déficit democrático”, que ahora inquieta a muchos en Europa, no solo en Chipre o Portugal.

Así pues, en el ámbito financiero, como en otros aspectos, el legado de Thatcher tiene luces y sombras. Su creencia al estilo Alan Greenspan sobre las cualidades de autorregulación de los mercados financieros, y su respeto por la integridad del mecanismo de precios, no parece tener los mismos fundamentos sólidos ahora como en los años ochenta. Por lo que, en ese sentido, se le puede considerar la causante de la arrogancia de los mercados, que perduró hasta 2007.

Por otro lado, es difícil imaginar que un gobierno dirigido por Thatcher habría ejercido una política fiscal laxa en la primera década de este siglo. Es igualmente improbable que de haberse salido con la suya, la eurozona funcionaría muy diferente a lo que sus creadores –diseñada por un comité– pensaron.

Howard Davies, a professor at Sciences Po in Paris, was the first chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority (1997-2003). He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England and Director-General of the Confederation of British Industry. Traducción de Kena Nequiz.

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