The Walking Fred

Ha sido una semana de conmociones y anonadamientos. El martes por la tarde Alberto Fabra -o sea, Fabra el bueno- rompió uno de los tabúes de nuestra vida política al anunciar el cierre de su televisión autonómica. Sin establecer, por supuesto, ningún paralelismo ni entre el efecto ni entre los afectados - que nadie diga que lo hago- fue algo similar al anuncio de la ilegalización de Herri Batasuna. Algo que creíamos que no verían nunca nuestros ojos, algo que dábamos por hecho que nadie se atrevería a hacer, algo que el sentido común dictaba pero el juego de los intereses creados inducía a descartar, algo que requería de unas dosis de audacia política a priori inimaginables en este presidente por carambola con aires de discreto director de sucursal bancaria.

The Walking FredDesde que fue promovido a la presidencia de la Comunidad Valenciana como el más pasable de los candidatos disponibles tras el despeñamiento de Camps, la experiencia vital de Alberto Fabra se ha parecido bastante a la de un desactivador de minas en los Balcanes. Nunca nadie recibió una herencia tan envenenada sin poder tan siquiera quejarse de la dimensión del desaguisado. El otrora campo de gules de la modernidad autonómica no era ya sino un solar en el que las bombas seguían estallando entre los escombros. Un día eran las revelaciones sobre alguno de los casos de corrupción que afectan a casi un tercio del grupo parlamentario popular, otro las secuelas de la financiación ilegal del partido en combinación con el «ami- guito del alma» del ex president, el de más allá el afloramiento de una nueva golfada en la tan politizada como corrupta gestión de la CAM o de Bancaja.

Comprendo que el listón está muy alto y la competencia es grande pero, si comparamos lo que recibió con lo que ha entregado, el esperpéntico Camps merece probablemente el título de peor presidente autonómico de la democracia. Con la comunidad quebrada, rodeado de intrigas y puñales y sin apoyos significativos ni en Génova ni en el Gobierno, Alberto Fabra está dando en cambio un inesperado ejemplo de consistencia personal y coraje político. ¿Cómo? Haciendo lo humanamente posible por acercarse a un presupuesto equilibrado, planteando ya algunas rebajas fiscales, manteniendo a raya e incluso mostrando la puerta de salida a los imputados por corrupción, renunciando a fastos inasumibles como los de la Fórmula 1 y haciendo ahora de la necesidad extrema, virtud, al responder a la sentencia que obligaba a readmitir a los mil afectados por el ERE con el cierre del canal.

Su inapelable razonamiento de que no está dispuesto a dejar caer colegios u hospitales para mantener una elefantiásica televisión pública ha tenido como respuesta la emisión de programas denigratorios con el soviet de obreros y campesinos de San Petersburgo sirviendo de telón de fondo a la atildada presentadora. Una imagen muy elocuente de cómo los sindicatos han terminado apoderándose de la coartada parroquial de los políticos para justificar sus dispendios en propaganda -en este caso la defensa y promoción de la lengua valenciana-, transformándola en un imaginario derecho a que los contribuyentes financien ruinosos canales en los que ellos puedan colocar a sus afiliados. El mismo día de autos vinieron dos televisiones a entrevistarme a la redacción de EL MUNDO: la primera, pública y quebrada, trajo -encargo a productora externa mediante- tres cámaras y múltiples focos con un equipo de siete personas; la segunda, privada y rentable, trajo una cámara con dos personas.

Tenga o no recompensa en las próximas elecciones, la conducta de Alberto Fabra demuestra que el PP continúa siendo un vivero de políticos que creen en las respuestas liberales a los problemas de la sociedad y están dispuestos a aplicar su programa en las grandes encrucijadas sin ceder a la cómoda tentación de dejarlo todo como está. Ese ha sido también el caso de José Ramón Bauzá al aguantar el pulso de la izquierda y los nacionalistas contra su razonable trilingüismo educativo, de Ignacio González al anunciar una bajada de impuestos que estimulará la recuperación en la Comunidad de Madrid o del propio Monago que, pese al condicionante de gobernar Extremadura con el apoyo de IU, está demostrando cintura y talento político.

Es en el seno del PP, con su mayoría absoluta en las Cortes y su rotunda hegemonía autonómica y municipal, donde va a seguir decidiéndose el futuro de España al menos durante lo que queda de legislatura. De ahí que resulte tan frustrante comprobar cómo el limitado impulso reformista del Gobierno de Rajoy va atenuándose aún más a medida que se acerca el nuevo ciclo electoral, mientras la infinita torpeza de Wert sigue destrozando las acertadas ideas que defiende y hasta personas habitualmente templadas como Guindos se dejan arrastrar por inquietantes brotes de autoritarismo en asuntos de menor cuantía.

El inaudito boicot al acto de presentación del libro de Aznar -no un libro cualquiera sino las memorias de los años en los que Rajoy era el segundo de a bordo y el todopoderoso dedazo se posó sobre su lomo- denota el nivel de intransigencia del actual Gobierno hacia cualquier crítica que brote de su entorno social por correcta y justificada que sea. Que personas que se lo deben todo a Aznar como Arenas o Ana Mato secundaran la consigna de Moncloa y Génova prueba hasta qué punto la vida interna de los partidos es una fuente inagotable de cobardías y mezquindades. Y por debajo de la mesa resbalan los puñales cachicuernos. «Ni durante el felipismo», lamenta con amargura el ex presi- dente, había detectado tanto «juego sucio» contra sus ideas y su persona.

Al mismo tiempo, el circo de Cospedal sigue produciendo las más estrafalarias criaturas: tras la «indemnización en diferido» en forma de salario «simulado» al tesorero que «ya no estaba en el partido» pero cobraba 20.000 euros mensuales en nómina y seguía teniendo firma en todas las cuentas bancarias, ahora descubrimos el recibí de quien no recibió nada. Un documento rubricado por el gerente de Castilla-La Mancha a raíz del tremendo poder de «intimidación» que ese Príncipe de las Tinieblas, el mayor criminal de la Historia de España, el único corrupto de la impoluta dirección de Génova, el hombre al que primero había que evitar la cárcel como fuera pero que ahora merece la prisión preventiva perpetua, ejercía a su alrededor. Total, 200.000 del ala.

Que, al margen de su limitado recorrido judicial camino del archivo, nada de esto tenga castigo político es algo que concierne al nivel de exigencia ética de la sociedad o si se quiere a la calidad de nuestra democracia. Pero que tampoco el Gobierno se sienta presionado por el riesgo de perder el poder para cumplir los compromisos de su programa electoral y, por ende, bajar los impuestos y plantar cara al separatismo,es ya una calamidad colectiva de efectos impredecibles.

Lo que el último sondeo del CIS pone de relieve es que, por primera vez en 35 años de democracia, un Gobierno ínfimamente valorado arrasa a una oposición todavía peor considerada. Esto significa que España no tiene hoy una alternativa política y que la mayoría absoluta del PP de Rajoy tendrá la sublime utilidad de garantizar la mayoría minoritaria del PP de Rajoy en las próximas elecciones. Como además la negativa en banda de Rosa Díez a considerar la alianza con Ciudadanos, tal y como le aconsejan tanto el sentido común como intelectuales muy cercanos, está topando la capacidad de crecimiento de UPyD -y esto no resta un ápice de mérito a su extraordinaria labor contracorriente-, todo nos encamina a un pacto entre el PP de Rajoy y CiU que incluya una consulta tolerada desde Madrid, a cambio de que lo que se dirima en ella no sea la secesión. El derecho a decidir de los catalanes quedaría así incrustado de facto en el sistema constitucional como bomba de relojería para las siguientes generaciones, Mas salvaría la cara con un buen acuerdo de financiación y el PP de Rajoy se perpetuaría sin necesidad de emprender ningún empeño regeneracionista.

Sólo un fulminante desbloqueo de la parálisis que atenaza al PSOE reabriría el juego político y obligaría al Gobierno a aparcar su soberbia y reconciliarse con sus electores para conservar el suficiente apoyo social por sus propios méritos, y no como consecuencia de la falta de contrincante. Toda España sabe que la egoísta obstinación de Alfredo Pérez Rubalcaba por aferrarse a su sillón y mantener un liderazgo sin horizonte, a la espera de que algún milagro corrija la distribución de dones de la madre naturaleza, es el nudo gordiano de la situación. Si se cumplen los pronósticos y la Conferencia Política del PSOE concluye hoy sin novedad alguna en ese frente, Rubalcaba habrá hecho un servicio impagable al PP de Rajoy pues es evidente que el ganador de unas primarias a finales de 2014 o principios de 2015 carecería del mínimo tiempo imprescindible para consolidar su liderazgo y perfilar su programa antes de las elecciones.

Si las consecuencias en cadena de este empecinamiento personal, fruto de un apego al mando rayano en la patología, no fueran tan potencialmente nefastas para España, lo que está ocurriendo en el PSOE sólo podría ser tomado a broma. De hecho eso es lo predominante en su propio entorno mediático por el que circulan chistes del estilo de que lo que debería hacer el partido con Rubalcaba es «abandonarlo en una gasolinera». Bien pensado casi es más cruel lo de Felipe González tildándole de «la mejor cabeza política que tenemos en España» pero «con un problema de liderazgo». Sólo le faltó añadir lo que en su día le dijo a Almunia: «Joaquín, date a conocer».

De aquel «váyase, señor González» del PP de Aznar, hemos pasado al «quédese, señor Rubalcaba» del PP de Rajoy. O sea a la repetición de la historia como farsa. De ahí que el otro día me pareciera tan atinada la alusión de un amigo tuitero a «The walking Fred», versión satírica de The walking dead. Se trata de la historia de un zombie patoso y desgarbado que va contagiando su condición a todo el que pilla alrededor hasta transformar su barrio en un mundo de muertos vivientes. Basta ver la ejecutoria de los actuales miembros de la dirección del PSOE para darse cuenta de que ese zombie -Alfredo tenía que llamarse- les ha debido morder ya a todos.

Hace unos años la revista Mad dedicó un capítulo de su desternillante serie de dibujos animados a «The walking Fred», con la particularidad de situar la acción en el Hollywood de las estrellas. La primera víctima era Justin Bieber, luego caían Tom Hanks, Tom Cruise, Bruce Willis... Las celebrities del show business iban siendo contagiadas a tal velocidad por el zombie metepatas que pronto aquello más que Los Angeles parecía la ciudad de los rinocerontes de Ionesco. Al final una angustiada Julia Roberts, rodeada ya de muertos vivientes por todas partes, exclamaba: «¿Este es el fin? ¡Mi carrera no puede acabar en una parodia!». Pues ya lo sabéis, compañeros y compañeras, miembros y miembras.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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