‘The Walking Refugee’

Desde hace cinco años la serie televisiva The Walking Dead ha revivido en nuestros contemporáneos la amenaza de los zombis, cuya larga estela fílmica puede remontarse a La noche de los muertos vivientes (1968). Su escasa verosimilitud científica no impide que cualquiera se sienta aterrado ante esos seres ni vivos ni muertos, no humanos a pesar de su apariencia, que recorren los campos como espectros, y que se agolpan frente a las moradas de los pocos humanos libres que quedan, con el objetivo de entrar y comérselos. Por supuesto, el espectador sólo experimenta alivio cuando alguien los mata, lo que ocurre por todos los medios posibles: uno a uno, arrollados en masa por un camión o abrasados en un almacén.

No es un caso único: una característica recurrente de la ficción cinematográfica contemporánea es la deshumanización del enemigo. Las grandes masacres cinematográficas ya no tienen por objeto ejércitos de personas sino creaciones artificiales o seres monstruosos. Y eso en películas para públicos muy amplios: La guerra de las galaxias II. El ataque de los clones (2002) desplegaba matanzas de robots; en la trilogía El señor de los anillos (2001-2003) se aniquilan ejércitos de orcos, todo ello sin el menor problema moral: al fin y al cabo no se trata de humanos (aunque hablen y tengan vagamente su forma).

No querría trazar paralelos mecánicos entre los contenidos de la cultura popular y las situaciones sociopolíticas. Pero creo que las obras de creación (literarias o cinematográficas) reflejan de formas a veces muy sutiles los fantasmas y los miedos de su sociedad. Es como si los autores manifestaran en esa suerte de sueños controlados que son las creaciones artísticas, el núcleo revulsivo de su época. No tiene por qué ser una acción consciente: quien vea hoy Invasion of the Body Snatchers (1956), y tenga un conocimiento incluso somero de la guerra fría y de la caza de brujas, no podrá evitar relacionar esos extraterrestres (que van sustituyendo a los habitantes de un pequeño pueblo por réplicas sin sentimientos) con el miedo a la penetración comunista, a que las personas cercanas fueran siervos ocultos de la URSS. Pero el autor de la novela en que se basó, y muchos de quienes intervinieron en la película, manifestaron que no tenían intención de crear una alegoría política. Tampoco la tienen, probablemente, los autores del cómic original de The Walking Dead, ni los responsables de la exitosa serie basada en él. Y sin embargo…

La presentación mediática de los refugiados sirios agolpándose ante las vallas de Hungría (o, hace meses, los subsaharianos junto a la verja de Melilla o en el túnel bajo el Canal de la Mancha), ¿no nos los están presentando como zombis? Sí: también hay estampas que los humanizan: un hombre llorando, o el niño muerto en la playa. Pero la mayoría de lo que los medios seleccionan (asaltos poco civilizados a las vallas, figuras huidizas por túneles oscuros, campamentos improvisados cubiertos de basura) no puede sino resonar con el vasto almacén de imágenes que la cultura popular ha implantado en nuestra memoria. Los políticos también están contribuyendo a marcarlos como diferentes y peligrosos: desde el “no son cristianos” de los países de Europa Central hasta la sospecha de que hay yihadistas entre ellos, más un amenazador “vendrán más”. Incluso quienes se oponen a su paso llevan mascarillas, como evitando el contagio.

Zygmunt Bauman señaló en Modernidad y el Holocausto (1989) los mecanismos que permitieron el exterminio en masa en los campos de concentración. El principal era la deshumanización de las víctimas, porque los mecanismos básicos de no-agresión hacia el prójimo se disuelven a medida que aumenta la distancia física o psicológica. La conversión de los judíos (y otras minorías) en números, en entes burocráticos, su transformación en espectros hambrientos, fueron elementos de un proceso que concluyó con el exterminio de unos seres que ya no eran del todo humanos.

¿Y si la cultura popular estuviera contribuyendo a deshumanizar a los refugiados, para así rechazarles con más tranquilidad? Esos seres necesitados que caminan sin rumbo por nuestros campos y vías férreas, que se apiñan ante las verjas, ya los hemos visto antes: concretamente en cinco temporadas de televisión. Sí (parece susurrarnos la pantalla): acechan a nuestras puertas. Son oscuros y diferentes. Puede que llamen a compasión: hay niños entre ellos. Pero no te dejes engañar: lo que quieren es entrar y acabar con nosotros.

José Antonio Millán es lingüista y ha publicado libros sobre imagen e ideología.

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