Tiananmen, 30 años después

El 4 de junio (se liou, como lo llaman los chinos) de 1989, el Partido Comunista de China (PCCh), utilizando la fuerza militar, desalojó de la Plaza de Tiananmen a los estudiantes que la venían ocupando desde abril. Al cumplirse los 30 años de aquella fecha es pertinente preguntarse por el futuro de la democracia en el gigante asiático.

Aquellos sucesos pusieron al poderoso líder Deng Xiaoping contra las cuerdas. El ala más conservadora del Partido Comunista, que ya le venía advirtiendo de que la empresa privada, el mercado y el afán de lucro como motor de la economía atentaban contra su concepto de socialismo, le echaron en cara que el precio que exigía EEUU para ayudarle en su reforma económica era la liquidación del sistema socialista en aras de la democracia liberal que pedían los estudiantes en la Plaza. Pero la interpretación que hizo Deng tanto de los sucesos de Tiananmen como del ulterior hundimiento del comunismo en Europa y del fin de la URSS fue que había que redoblar el esfuerzo reformista, en vez de la marcha atrás que pedían los conservadores.

Tras un par de años de frenazo, Deng relanzó la reforma en un viaje a las zonas económicas especiales del sur de China a principios de 1992. A sus 84 años encontró la energía y la claridad mental suficientes para hacer al país un último gran favor. El resultado fue el proceso de desarrollo económico más rápido de la historia universal. En 2014, el PIB de China, en paridad de poder adquisitivo, superó al de Estados Unidos. Los 700 dólares de renta per capita de 1989 se han convertido en los más de 10.000 actuales. Un éxito semejante da al PCCh una enorme legitimidad, reflejada en los sondeos internacionales. Según el Edeman Trust Barometer Global Report del pasado año, el 84% de los chinos aprueban la actuación de su Gobierno, el máximo mundial, frente a un 49% en EEUU, un 44% en Francia y Alemania, un 43% en el Reino Unido o un 40% en España.

El principal efecto político de los sucesos de Tiananmen fue la destitución del secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, adalid de la reforma política desde dentro del sistema, adoptada por el XIII Congreso en octubre de 1987: separación de Partido y Estado (se habían empezado a eliminar las células del Partido en ministerios, empresas, universidades, etcétera) y creación de un sistema de controles y contrapesos sin suprimir el monopolio del poder político del Partido, dando mayor poder a sindicatos, Liga de la Juventud, etcétera. Tras Tiananmen, Deng, que antes había endosado la reforma política en curso, manifestó: "Separar el Partido del Estado es una muestra de liberalismo burgués". Y ahí terminó la Reforma Política con mayúscula. Desde entonces se han puesto en marcha, sin embargo, importantes reformas políticas que Occidente tiende a menospreciar porque no van en la dirección de la democracia liberal: protección legal de la propiedad privada, apertura de las puertas del PCCh a los empresarios privados, elecciones democráticas a escala local, etcétera. El sistema de dirección colectiva que reemplazó a la dictadura unipersonal de Mao, con limitación del número de mandatos y edad de jubilación, se ha visto mermado por la supresión del límite de dos mandatos a la jefatura del estado, pero para los demás cargos sigue vigente. Un mecanismo peculiar del sistema chino es la democracia consultiva consistente en un vasto sistema de consultas previo a las decisiones económicas y políticas; en el caso de los planes quinquenales, por ejemplo, dura varios años en busca de consensos entre los diversos intereses y niveles del poder. En China no hay democracia, pero sí opinión pública. El Partido la ausculta constantemente y la atiende, sabiendo que de ella depende, en definitiva, su poder. Así, la limpieza del aire que se respira en las grandes ciudades se ha convertido en una de las máximas prioridades.

Una población cada vez más rica, educada, informada, viajada (el año pasado salieron al extranjero 130 millones de turistas), con amplias clases medias (unos 300 millones) en rápido ascenso, puede que un día solicite un mayor grado de participación en el proceso político. De ser así, el poder tendrá que buscar fórmulas para acomodar esa demanda. En el terreno económico China ha conseguido su enorme éxito a base de una mezcla original entre un amplio sector público (gestionado por una muy eficaz meritocracia, heredera del milenario mandarinato, a la que Greenspan llamó "la mejor clase política del mundo") y un sector privado que produce unos dos tercios del PIB (el chino es, ante todo, un empresario de raza, como demuestran las minorías de chinos de Ultramar, que controlan las economías de los países vecinos de China y son conocidos como los judíos de Asia). Me pregunto si en lo político cabría un mix semejante: un mayor grado de participación en el proceso político que la ciudadanía considere suficiente, esa es la clave, al tiempo que se mantienen la eficacia del Estado autoritario. El equilibrio de contrarios es un principio esencial del pensamiento chino.

En el Libro Blanco sobre la Construcción de la Democracia Política en China, publicado por el PCCh en 2005, se lee: "La democracia es el resultado del desarrollo de la civilización política de la humanidad. También es el deseo común de la gente de todo el mundo. Pero el principio democrático se concreta de distintas formas según los países y las circunstancias. China tiene el derecho a definir su propio modelo de democracia con características chinas, teniendo en cuenta su historia, su cultura política y las condiciones actuales de China". Lo que el PCCh rechaza de forma categórica es el valor universal de la interpretación occidental del principio democrático, la democracia liberal. El sistema político chino será, en definitiva, lo que los chinos quieran que sea. No se puede excluir que algún día llegue a incluir elementos de la democracia liberal, aunque siempre tendrá características propias, como lo tiene su sistema económico.

Los occidentales tenemos que dar tiempo al tiempo. Y dejar de ver a China según el color de nuestro cristal o pretender que ella sea a nuestra imagen y semejanza. George Kennan, el principal estratega político de EEUU el pasado siglo, escribió, en 1951, esas palabras dedicadas a Rusia, perfectamente válidas para China: "Dadles tiempo, dejadles ser rusos; dejadles que resuelvan sus problemas internos a su manera. Los caminos por los que un pueblo avanza hacia la dignidad y la ilustración en el Gobierno son cosas que constituyen el proceso más profundo y más íntimo de la vida nacional. No hay nada menos comprensible para los extranjeros, nada en lo que la influencia extranjera pueda hacer menos bien".

No quisiera terminar esta reflexión sin recordar que TVE fue la única televisión del mundo que permaneció en la Plaza de Tiananmen la noche del 3 al 4 de junio de 1989, cuando las tropas la ocuparon. Filmó la salida de los estudiantes que allí quedaban, unos 3.000 agrupados en torno al Monumento a los Héroes del Pueblo. Los días siguientes la mayor parte de la prensa mundial dijo que las tropas los habían masacrado en la Plaza. Esto es rotundamente falso y hoy se admite así de modo general. Que los muertos fueran dentro de la Plaza, o en sus accesos y en los grandes cruces de comunicaciones que conducen a ella, para nada cambia la esencia de los sucedido. Yo ostentaba aquellos días en Pekín la presidencia de la entonces llamada Comunidad Económica Europea. Informado por el equipo de TVE, dirigido por Juan Restrepo y con José Luis Márquez como cámara, les invité a la reunión de embajadores europeos que tuvo lugar en mi residencia el 5 de junio. En un primer momento hubo incredulidad; todo el mundo creía el guión de la prensa internacional, Masacre en Tiananmen. Aquella misma tarde el embajador inglés, Allan Donald, el mejor informado, me llamó para confirmar la versión de la que el equipo de TVE había sido testigo. Por una serie de circunstancias, las imágenes filmadas por José Luis Márquez, una de las más valiosas exclusivas que haya logrado TVE en su historia, no fueron editadas adecuadamente. Ya es hora de que se haga y se difundan.

Eugenio Bregolat fue embajador de España en China.

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