En este mismo periódico, en sendas Terceras, el filósofo Javier Marías en el año 2007 y el novelista Miguel Delibes posteriormente, en 2010, aportaron sus razones para oponerse a la avalancha proabortista que apretaba y aprieta.
El filósofo hace una afirmación de dramática plasticidad: «El niño no nacido aún es una realidad viniente que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino». Sobre él razona que es un «alguien» que responde a la pregunta «quién», no una simple cosa que responde a la pregunta «qué» y concluye en el trágico aserto de que la aceptación social del aborto ha sido, sin duda, lo más grave que ha acontecido en el siglo XX, en cuanto que implicaría un proceso de despersonalización del hombre y de la mujer.
Delibes se muestra en faceta de jurista e inicia su decir con una afirmación también dramática: el derecho a abortar sería incontestable si lo esperado fuera algo inanimado que el día de mañana no pudiese objetar dicho derecho.
Delibes, a diferencia de Marías, no acepta que abortar sea matar, sino «interrumpir la vida» y en esa interrupción, el feto es la parte débil del litigio, por lo que es necesario que alguien tome una defensa que, según él, no supo asumir la progresía, que en contradicción con sus ideales de apoyo al débil y la no violencia, al feto lo dejó completamente desprotegido en favor del derecho de la madre a disponer.
Para santo Tomás de Aquino lo importante era el momento en que Dios infundía el alma en el embrión y entendió que lo hacía cuando había una base corporal lo suficientemente desarrollada como para ser apta de recibir el don y así convertirse en un ser humano en sentido pleno.
Ese momento lo sitúa a los cuarenta días de la concepción para el hombre y a los noventa para la mujer. Según él, todo aborto voluntario es pecado mortal, antes o después de los cuarenta o noventa días, pero solo podría calificarse de homicidio el perpetrado sobre el feto ya infundido del alma por Dios.
De siempre, quienes afrontaron el tema del aborto -los filósofos, los juristas o también los teólogos- fueron conscientes de que tocaban yema moral, de que hablaban de la esencia de la vida.
Esta inquietud ante el fondo ético del reto no parece que haya tocado a nuestros jueces constitucionales: durante once años y más de un millón de abortos mediante, han permanecido inapetentes a resolver el recurso de inconstitucionalidad interpuesto contra la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, aprobada en el año 2010, a pesar de que no parece fácil entender que soporten el peso moral de mostrarse plácidamente tibios, impasibles, mientras se sigue incrementando a diario bajo su mirada esquiva el acontecimiento de los abortos. Y todo, sin ellos dar una definitiva y obligada respuesta de carácter constitucional a lo que para unos es sangre inocente derramada y para otros, ineludible derecho de las mujeres.
Lo advirtió san Juan en el ‘Apocalipsis’: porque eres tibio, estoy para vomitarte de mi boca…
Ramón Trillo fue presidente de Sala del Tribunal Supremo.