Tiempo de costuras

Nos hemos pasado la campaña electoral hablando de Borgen y de Juego de tronos, de Dinamarca y de Florida, pero la aritmética de las urnas hace que tengamos que elegir entre Alemania o Italia. Fuimos convocados a elegir entre la modernidad nórdica, minimalista, solidaria y competitiva, y la viciosa y corrupta Florida del ladrillo y del pelotazo. Y elegimos España: una mezcla explosiva y cambiante, donde siempre hay alguien dispuesto a partirte la cabeza, donde no se perdona la excelencia ni el éxito y la mediocridad se disfraza de igualitarismo. En este país nuestro la aritmética electoral ha sido implacable. Ninguna de las dos Españas dispuestas a helarnos el corazón tiene mayoría suficiente, ni la tendrá en un futuro próximo por mucho que se empeñen en convocarnos a elecciones cada tres meses.

Cuando pase el ruido de los intereses personales, los egos disparatados y los sueños rotos, veremos que solo hay dos opciones posibles: gran coalición o elecciones anticipadas. El resto no son más que entelequias.

Este artículo parte de la premisa de que el PIB no da la felicidad, pero que sin crecimiento y sin creación de empleo solo hay miseria, los conflictos sociales se enquistan y tienden a hacerse explosivos y la vida de los ciudadanos es más difícil.

Tiempo de costurasItalia es un gran país, pero sus resultados económicos distan mucho de ser satisfactorios desde hace más de 20 años. Más aun, a comienzos de 2016 su PIB es todavía casi un 10% inferior al de 2008, mientras que en la España del ajuste y los recortes la caída es apenas de un 2%. El stock de capital público italiano es manifiestamente mejorable y compara mal con el español, y no me refiero solo a autopistas y trenes de alta velocidad, sino también —y sobre todo— a infraestructuras educativas y sanitarias. Y ello es así porque su sistema es intrínsecamente disfuncional: causa a la vez inestabilidad gubernamental y falta de alternancia. Así es imposible tomar decisiones y el ajuste se produce por inercia. No se acometen reformas y se limita el gasto a las disponibilidades de financiación, sobre todo el de inversión porque el gasto corriente crece con la inflación. El impasse institucional parece estar cambiando con el Gobierno de Renzi, pero si hay posibilidades de éxito es gracias a su confortable mayoría parlamentaria.

Por su parte, el PIB en Alemania es casi un 5% superior al de 2008. Muchos usan este dato para argumentar una injusta distribución de los costes de la crisis; es sin duda una manifestación de los problemas en el diseño institucional de la unión monetaria original, fallos que por cierto Alemania está contribuyendo a solucionar insistiendo en que no puede haber mutualización de la deuda bancaria y soberana sin una previa unión fiscal. Pero lo que se pasa por alto es que la raíz del éxito exportador alemán está en el ajuste estructural de las relaciones laborales y del marco institucional del mercado de trabajo a las exigencias de la nueva competencia internacional surgida con la globalización. Ajuste que solo fue posible con la gran coalición de socialdemócratas y conservadores, gracias a que el SPD renunció a buscar posibles acuerdos con los partidos a su izquierda (aunque, como en España, gobiernan juntos en muchos Ayuntamientos y algún Land).

Europa es una idea compartida. Su modelo social es el producto conjunto de democristianos, liberales y socialdemócratas. PP, PSOE y Ciudadanos, los lib-dem españoles, votan frecuentemente juntos en el Parlamento Europeo; hasta se reparten el poder. Pero ese acuerdo suena imposible en España, aunque no haya más alternativa que la inestabilidad y el empobrecimiento consiguiente. Es, sin embargo, fácil imaginar un acuerdo programático si no nos dejamos arrastrar por el ruido mediático y por el cainismo tradicional.

En economía, las diferencias son importantes pero superables. Los tres partidos están de acuerdo en lo fundamental. La prioridad es anclar a España en la unión monetaria, lo que implica continuar la consolidación de las cuentas públicas. Podemos discutir con Bruselas el ritmo de ajuste, pero hay que cumplir con lealtad y suficiencia el acuerdo al que finalmente se llegue. Los tres partidos hablan de un ajuste fiscal inteligente e inclusivo, de cambiar el sistema para hacerlo más eficiente y equitativo. Las diferencias están en los matices, sin duda importantes, pero negociables; como en materia laboral, de innovación, tecnología y educación. Sí, también en educación, si aceptamos que el consenso solo puede construirse sobre el común denominador del espacio compartido de la colaboración público-privada, como en sanidad, pensiones, prestaciones sociales o dependencia. Los programas máximos están para las hemerotecas; la política es el arte de lo posible. Y lo único posible hoy, además de lo siempre deseable, es avanzar por consenso, con amplios acuerdos.

En materia autonómica, y también en Cataluña, el acuerdo es posible. Solo hay que fijarse en las experiencias de éxito de federalismo fiscal. ¿Qué otra cosa es el actual Estado de las autonomías? Hay en teoría dos sistemas posibles: máxima descentralización sin reglas fiscales comunes y sin mecanismos federales de rescate, o rescate con disciplina central. La primera opción es impensable en España, como hemos visto en esta legislatura, obligada a articular un Fondo de Liquidez Autonómica y un Fondo de Pago a Proveedores. La propia Unión Monetaria Europea ha ido construyendo un sistema semejante de mutualización a cambio de disciplina central con un protagonismo creciente del Eurogrupo y la Comisión, en detrimento de los Tesoros nacionales. Negar a Madrid lo que estamos alegremente dispuestos a otorgar a Bruselas es pura demagogia para alimentar el fantasma del enemigo exterior.

También es posible el acuerdo en materia de ley electoral, reforma institucional o cambio constitucional si renunciamos al simplismo. No hay sistema electoral perfecto, la proporcionalidad pura no existe y las listas abiertas, donde existen, como en el Senado, no las utiliza prácticamente nadie. Pero se puede aumentar la proporcionalidad sin castigar en exceso la estabilidad. La mejora de nuestras instituciones es necesaria, aunque no es una tarea sencilla porque las instituciones no se replican ni se exportan. Son las personas que las ocupan las que defienden, garantizan o niegan una actuación profesional e independiente. Pero siempre habrá un sano conflicto, en un sistema de equilibrio dinámico, entre técnicos y representantes de la soberanía popular. La reforma constitucional no es la panacea, pero es posible acordar algunos cambios, más en la línea de un aggiornamento que de una revolución que por otra parte el electorado no ha pedido. Cambios que solo pueden alcanzarse con una amplia mayoría del Parlamento como la que proporcionaría un gran acuerdo entre los tres partidos que representan el consenso social europeo.

Fernando Fernández Méndez de Andes es profesor en IE Business School.

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