Tiempo de feminismo liberal

Estamos en la comisión más ideológica de todas las que se reúnen en el Parlamento”, escuché en boca de una diputada el primer día que acudí como portavoz de Ciudadanos a la Comisión de Igualdad. Venía a decir que sólo si eres de izquierdas puedes ser feminista.

En España, estos partidos han trabajado a conciencia para que el feminismo se convierta en bandera exclusiva y excluyente. Cierto que la derecha les ha puesto las cosas demasiado fáciles. “No nos metamos en eso”, contestó perezosamente Rajoy a una pregunta del periodista Carlos Alsina sobre brecha salarial. Puedo entender que los conservadores no quieran mover un dedo para cambiar nada, pero los liberales no vamos a abandonar la defensa del feminismo en manos de nadie que pretenda enarbolarlo en régimen de monopolio. El liberalismo propugna la complementariedad entre libertad e igualdad ¿Cómo no vamos a ser feministas los liberales?

Precisamente en las revoluciones liberales se planta la semilla del feminismo. Las daughters of liberty de la Revolución americana y los “cuadernos de quejas de mujeres” en la Revolución francesa. Wollstonecraft levanta su discurso a partir del racionalismo ilustrado con su Vindicación de los derechos de la mujer, disputándole la genuina Ilustración al mismo Rousseau. Stuart Mill asumió la defensa del voto de las mujeres.

Clara Campoamor puso su feminismo liberal por delante de cualquier ideología, de izquierdas o derechas. Exactamente lo contrario de lo que hizo la socialista Victoria Kent, que negó la libertad de la mujer y vetó nuestra capacidad de decisión porque, según ella, no convenía electoralmente a la República. Hoy escucho a muchos políticos reivindicar como propia a Campoamor, machacada por igual a izquierda y a derecha, pues ambos bandos la culpaban de su gran “pecado mortal”, que no era otro que la conquista del voto femenino.

Curiosamente, al negar nuestra libertad, Victoria Kent empleó el mismo argumento que manejan hoy algunas de las feministas que quieren alzar solas la bandera. Vivimos en una sociedad machista, dicen. De acuerdo. Todas nuestras decisiones y razonamientos están modelados por ese machismo, dicen también. Ahí permítanme que discrepe, consciente de que hacerlo —es decir, poner en duda una cláusula mínima del argumentario único que tratan de imponer— te arroja a las garras de la alienación. Mientras ellas, guardianas de ese pensamiento único, siempre estarán a salvo. Te espetarán que no tienes lecturas y que no sabes nada de feminismo. Machista, te dirán algunas.

Al parecer, según se desprende del manifiesto de la huelga del 8 de marzo, estamos alienadas y no podemos ser feministas las mujeres que consideramos que acabar con el patriarcado no implica necesariamente acabar con la propiedad privada o el capitalismo. Las que entendemos que la búsqueda de la igualdad no debe pasar por una lucha de sexos que sustituya a la lucha de clases. Y quizá también lo estemos las que pensamos que la pelea por la igualdad debe respetar escrupulosamente nuestro Estado de derecho, y con él, la sagrada presunción de inocencia.

Yo soy feminista y algo he leído sobre el feminismo a lo largo de la historia. Por eso me declaro feminista liberal. No estoy alienada —concepto marxista—, y me preocupa ver cómo el debate se polariza cada vez más. A quien más perjudica esa polarización es a las mujeres. Da pie a que muchos refuercen su machismo. ¿Quién no ha escuchado eso tan deplorable de “no hay que ser ni machista ni feminista”? Ya es hora de que nos planteemos con seriedad por qué ocurre esto. La sociedad es cada vez más consciente de todas las barreras y obstáculos con los que nos encontramos.

Creo que las mujeres no hemos sido tomadas en cuenta. Creo que nuestra palabra ha sido despreciada. Creo que hemos sido denigradas durante siglos. Es necesario que sigamos creando redes, que denunciemos el machismo y apoyemos a las que no se atreven a hablar, pero no podemos prescindir de las reglas democráticas básicas. Creo que, si se busca la revancha y se ampara el linchamiento a través de la justicia paralela de las redes sociales, nuestros logros, a la larga, sufrirán un retroceso. Empecemos por respetarnos unas a otras. Sigamos por incorporar a los hombres a la batalla, en lugar de caricaturizarlos como enemigos incurables. Y terminemos con la pasividad y el sectarismo que tiran a derecha e izquierda para desviarnos de la meta compartida.

Patricia Reyes es diputada de Ciudadanos, secretaria de Igualdad y miembro de la Mesa del Congresos.

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