Tiempo de héroes

A partir del día siguiente a su toma de posesión como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha podido ver cómo se multiplicaban hasta alcanzar cifras muy importantes las manifestaciones en su contra, y batirse casi con seguridad el record de asistencia a una manifestación global.

Trump ha sido sin duda el mejor convocante de esas demostraciones, que se han fraguado a lo largo de una campaña enardecida llena de ocasiones para humillar y escarnecer a las mujeres. Pero Trump ha llegado a un límite muy alto al pronunciar su discurso de investidura como presidente de Estados Unidos: todo el salvajismo, el tono bronco y las amenazas concretas de su campaña han quedado absolutamente confirmadas con esa pieza oratoria digna de los más distinguidos dictadores de la historia de la humanidad.

Es importante tener en cuenta a la hora de protestar contra el discurso de Trump que sus apoyos suman casi el 50% de los votos populares de Estados Unidos. Es verdad que la opción de Clinton obtuvo entre uno y dos millones más de votos, pero habría sido igual si los números hubieran sido los contrarios: la victoria de Trump es completamente legítima según la legislación norteamericana. La protesta, por tanto, hay que hacerla contra los millones de votantes que le han dado la legitimidad de la que él ha alardeado una y otra vez en su discurso de investidura. Hay que hacerse a la idea de que a Trump le han votado una cantidad desmesurada de blancos de clase media, negros de cualquier clase, hispanos despreciados, mujeres maltratadas o no. Toda clase de electores. Ellos tendrán que hacerse las preguntas inevitables dentro de unos años, que se resumen en una: ¿Qué he ganado votando a este personaje?

Pero el mundo no tiene tanto tiempo. Vivimos un periodo histórico que se ha acelerado de forma imprevisible: en Europa experimentamos un vértigo enorme provocado por la amenaza del terrorismo yihadista, por la crisis de los refugiados y por el Brexit. Las opciones de extrema derecha empiezan a tener un futuro verosímil en el continente. Marine Le Pen asoma las orejas en Francia este año, y sabemos ya que si gana preguntará a su país que por qué se producen coches en España con las marcas francesas dando empleo a españoles, o por qué no hay mayores aranceles a las verduras de Almería o los vinos de Rioja.

En el interior de nuestro país, pero también en Italia o en Alemania, podemos escuchar también las voces nacionalistas de la exclusión y rechazo a los semejantes que tienen menores índices de riqueza y formación. Los padanos, bávaros o catalanes tienen su opciones nacionalistas xenófobas que agitan el mismo discurso en esencia que el de Trump frente a los mexicanos o inmigrantes de toda Latinoamérica.

La oposición a Trump, como dice el papa Bergoglio en su entrevista con este periódico (22 de enero 2017), no puede ser en todo caso anterior a su acción, pero es necesario que empiece a ser articulada: tanto fuerzas a la derecha como a la izquierda del espectro político están contra ese populismo que ya tuvo en los años treinta del siglo XX su gran oportunidad. Aunque hay que decir que entonces Inglaterra jugó con fuerza en defensa del liberalismo que hoy parece no querer defender.

Vamos a ver un gran momento histórico en que los partidos políticos tradicionales están llamados a jugar un papel central contra su propio nacionalismo intrínseco. Un tiempo en que las tornas pueden haber cambiado para muchos decenios. Un tiempo en que la izquierda europea va a tener que defender la democracia liberal de los asaltos de un Trump todavía inestable porque en su país no lo tiene todo ganado, y de los embates de Vladímir Putin, orgulloso heredero del esplendor soviético.

Europa no es tan sólida como aparentaba hace apenas unos meses. Por fortuna, Merkel está siendo la mejor defensora del sueño socialdemócrata de una Europa progresista. Pero fuera de Alemania los tiempos amenazan tormenta.

Es urgente que la izquierda europea se organice para pensar en lo que viene. Lo primero es saber qué quiere decir el trumpismo. Pero con la conciencia de que Trump representa de verdad a la mayoría de los votantes norteamericanos.

Es tiempo de grandes pensadores y de héroes, y sabemos que el tiempo de los héroes es siempre desagradable.

Jorge M. Reverte es periodista y escritor.

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