¿Tiempo de zorros o de erizos?

Es bien conocida la metáfora del filósofo Isaiah Berlin que divide a las personas, y en particular a los pensadores, en dos categorías, zorros y erizos. Tomando como punto de partida escritos griegos clásicos, Berlin diferenció entre la inteligencia de unos y otros diciendo que los zorros son aquellos que saben muchas cosas, mientras que los erizos se limitan a saber mucho de una sola cosa. Así, los erizos, ante una dificultad, tienden a simplificar las complejidades de este mundo y las abordan con una única idea o estrategia. Los zorros, en cambio, son incapaces de reducir el mundo a solo un enfoque, de modo que se mueven constantemente entre varios tipos de estrategias posibles. Esopo –que también recogió en su tiempo esta vieja idea clásica (transformando el erizo en gato, pero eso es irrelevante para nuestra historia)– consideraba que el zorro representa lo negativo y el erizo lo virtuoso.

En una de sus fábulas, por tanto, nos cuenta cómo, al encontrarse ambos un día en un prado, comenzaron a discutir sobre lo que harían en el caso de que aparecieran cazadores. El zorro se jactó de los muchos ardides que conocía para escapar, mientras que el erizo (o gato, en la versión de Esopo) confesó conocer solo uno. Llegaron en efecto los cazadores, y el gato puso en práctica su única táctica. Trepó diligentemente a un árbol, mientras que el zorro, que no conseguía decidir cuál de sus artimañas poner en práctica, acabó como trofeo sobre la chimenea de los cazadores. Isaiah Berlin señala que mentes tan afinadas como Platón, Nietzsche, Hegel eran erizos, pero, a renglón seguido, añade una lista de zorros no menos deslumbrantes: Aristóteles, Erasmo de Rotterdam, Goethe… En lo que a la cuestión catalana se refiere, si uno aplicara la metáfora de Isaiah Berlin, podría decirse que a Mariano Rajoy, erizo donde los haya, no le ha ido mal hasta ahora con su única estrategia de esperar a que el adversario se ponga él solo la soga al cuello, mientras que Mas, con sus bandazos y sus quiebros, sus sí pero no, sus no pero sí, tiene todas las papeletas para acabar como el zorro de Esopo. Al menos, esa es la primera impresión de algunos después de su decisión de desconvocar el referéndum, trocándolo por un simulacro. Sin embargo, según los catalanes que no desean la independencia, esa impresión es falsa. «Una cosa es cómo se ve la situación desde Madrid, y otra muy distinta desde aquí», me dice un amigo que desea no tener que elegir entre ser español o ser catalán. «Te voy a contar, simplemente, lo que veo ahora mismo desde mi ventana. Es domingo, y en el pueblo en que vivo –afirma– no solo la estelada campea en tres de cada cinco balcones, sino que gran parte de la gente que pasea por la calle va vestida de amarillo, el nuevo color patriótico. Tampoco te dejes engañar por las supuestas desavenencias entre Esquerra y Mas. Él mismo ha apuntado que no hay que mostrar al adversario tus verdaderas cartas cuando juegas al póquer. La estrategia a seguir de ahora en adelante la comparten todas las formaciones independentistas y es muy clara. Se trata, por un lado, de exacerbar el victimismo y el patrioterismo para conseguir que el 9 de noviembre se movilicen dos millones de personas (ese es su objetivo y, visto lo visto en la Diada, no parece descabellado). Y, por otro, se trata de ganar la batalla de la CNN. O, lo que es lo mismo, trasladar a la opinión pública internacional que los catalanes son un pueblo amordazado por un Estado intransigente y opresor».

A medida que pasan los días y se acerca la consulta, uno tiene la sensación de que, mientras el erizo sigue con su única estrategia de no hacer nada, el zorro de la fábula (y nunca mejor dicho) despliega muchas de las suyas. Como movilizar para ese día a 40.000 voluntarios, 7.000 de ellos funcionarios liberados; como los cuatro millones de euros que gastará el Govern en la consulta o los cien millones de presupuesto que manejan las distintas asociaciones proindependencia; como señalar –en un paradójico remedo histórico– con un triángulo amarillo los establecimientos que se adhieren al referéndum, para dej ar en evidencia a los que no lo hagan; como enviar cartas a todos los directores de instituto de la región conminándolos a abrir puertas y supervisar la consulta el día de marras o atenerse a las consecuencias; como que la ANC contrate a la empresa de comunicación de Obama. ¿Con qué dinero?

Llegado este punto, uno se pregunta qué pasará a partir de ahora ¿Se mantendrá el Gobierno de Madrid impasible el ademán? ¿Se enrocará en su única actitud de repetir hasta el hastío que se trata de una consulta ilegal y por tanto irrelevante? ¿Será capaz por una vez de desplegar otra estrategia distinta que la de dejar que los acontecimientos pongan las cosas en su sitio y le den la razón? Decía Isaiah Berlin que el mayor peligro tanto de erizos como de zorros es creer que la estrategia que se ha comprobado eficaz en una ocasión lo será también en las venideras. Después de mencionar los nombres ilustres que pertenecían a una y otra clase de caracteres y personalidades, Berlin añadía que los más astutos de todos ellos eran los erizos que se daban cuenta de que, a veces, no hay más remedio que usar ardides de zorro. El más obvio por parte de Madrid en estos momento sería ganar la batalla de la comunicación; advertir, por ejemplo, con bastante más énfasis de lo que lo ha hecho hasta el momento a los funcionarios –mossos, empleados públicos, directores de instituto, etcétera– que participar en una consulta ilegal hace peligrar el puesto de trabajo. Pero se me ocurre que tal vez estén en marcha, sin que lo sepamos, otras iniciativas más sutiles. Hace pocos días, Mas confesaba crípticamente que temía los «ardides» que Madrid pudiera poner en práctica contra él. ¿Será uno de ellos desvelar las posibles conexiones que le unen a la cleptocracia que, durante años y con tanto ahínco e impunidad, ha entretejido la dinastía Pujol?

El tiempo dirá.

Carmen Posadas, escritora.

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