Tiempo para la política y el diálogo

El esperado anuncio del alto el fuego definitivo por parte de ETA introduce al País Vasco, y en ello hay coincidencia entre sus habitantes, en una nueva fase de prioridad para la política. Queda por resolver la disolución de ETA y la entrega de las armas. Estas son las únicas cuestiones pendientes de auténtica entidad. El tema de los presos y los refugiados deberá ser abordado con realismo. Este realismo viene marcado, además de por la expresa prohibición constitucional de los indultos generales, por el hecho evidente de que cualquier medida de gracia con los integrantes de ETA tendrá que venir acompañada de una decisión favorable a la misma de la sociedad española en su conjunto y de las asociaciones de víctimas en particular.

Esta decisión es imposible sin que medie la petición de perdón y sin que el paso del tiempo nos convenza a todos de la irreversibilidad del abandono de la violencia. La lucha de ETA contra el Estado de derecho y la sociedad vasca y española no puede saldarse con un Abrazo de Vergara o con el proceso de amnistía que siguió a la dictadura franquista.

En estos dos casos se ponía fin a una situación de guerra civil, circunstancia que en ningún caso se ha producido en el País Vasco de estos últimos 30 años. El tema de los presos no debe entretenernos, pues, más allá de la posible aplicación de unas medidas de gracia adoptadas en las condiciones expuestas.

Lo que debe ser centro de atención de la sociedad vasca en estos momentos es su futuro y el de su integración en el conjunto de España. La hipótesis con que muchos hemos venido trabajando en estos años es que el fin del terrorismo habría de suponer la irrupción del pluralismo en la vida política vasca y con él, su definitivo acomodo en el modelo autonómico diseñado por la Constitución de 1978.

Es cierto que, a corto plazo, existe el riesgo de que la declaración del cese de la violencia por ETA pueda favorecer al voto abertzale. Pero esto solamente se conseguirá si no se produce una reacción de la sociedad vasca que se traduzca en una alta participación en las próximas elecciones. En todo caso, este sería un efecto coyuntural, que no invalidaría la impresión de que, a medio plazo, la reacción de las urnas habrá de ser favorable a la expresión del auténtico sentir de la sociedad vasca.

Como decía el candidato socialista en San Sebastián, después de quitarles las armas, hay que privarles de los votos. El PSE y el PP deberán realizar un trabajo extraordinario en las próximas elecciones que se celebren en el País Vasco para hacer realidad este deseo. Pienso que se equivoca un político tan respetable como Jaime Mayor Oreja al pronosticar, según informó este diario, un futuro como Kosovo para el País Vasco.

El futuro que espera realmente al País Vasco es la vuelta a un modelo tripartito de su subsistema político, representado por una opción socialista-progresista, otra opción de centro-derecha y una tercera representada por el nacionalismo vasco. Y dentro de esta última opción hay que confiar en que el PNV descubra a tiempo la intención de la izquierda abertzale de desplazarle del lugar central que hasta ahora ha ocupado en la expresión de ese nacionalismo.

El PSE y el PP deben jugar abiertamente a una opción favorable a la secular integración del País Vasco en la vida española. Una opción compatible con la defensa de una doble lealtad, a España y al País Vasco, que está presente en la tradición foral del País, una tradición distorsionada y, en última instancia, traicionada por el nacionalismo sabiniano. Un principio de lealtades compartidas que forma, además, parte del obligado tratamiento liberal-democrático de las tensiones nacionales.

Igualmente, el PSE y el PP deben promover una reconciliación a fondo de la sociedad vasca. Nacionalistas y no nacionalistas tenemos que sentarnos a hablar del futuro con calma y paciencia. Los constitucionalistas vascos, porque somos conscientes de nuestra doble lealtad a España y al País Vasco, somos capaces de entender a aquellos vascos que excluyen de esa lealtad a España. Tenemos el deber de hablar con ellos hasta entendernos y hasta llegar a acuerdos.

En paralelo, pues, a la movilización política capaz de arrancar hasta el último voto favorable a un proyecto de País Vasco en paz y armoniosamente integrado en España, corresponde a los sectores de opinión calificados de constitucionalistas abrir un franco diálogo intelectual y político con el nacionalismo peneuvista y radical respecto a nuestros objetivos para el futuro de la sociedad vasca.

En este diálogo sin limitaciones es posible que encontremos las bases, al tiempo que la primera manifestación, de la reconciliación que el País Vasco necesita.

Por Andrés de Blas Guerrero, catedrático de Teoría del Estado en la UNED.

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